sábado, 19 de junio de 2010

EVANGELIO DE SIMÓN EL PAISA

LAS BODAS DE CANÁ

Apócrifo de Simón el Paisa.


Fue en la demolición de una antiquísima casa del sector de Belén, cuando un humilde trabajador penetró en un profundo subterráneo que no aparecía en el plano que le habían dado, en el fondo del oscuro túnel el haz de su linterna alumbró una carcomida urna de madera, sorprendido y pensando que se trataba de algún tesoro la abrió temblando de emoción, para descubrir que dentro de ella solo había un vetusto cuaderno lleno de garabatos, es que el pobre no sabía leer. De todas formas guardó el cuaderno entre su camisa y salió jadeante del húmedo lugar.

Ya en el terreno de la construcción me contó sobre su hallazgo y sonriente me entregó el mugriento cuaderno. Estuve a punto de botarlo, pero me detuve al ver un misterioso símbolo en su carátula, por lo que opté guardarlo en mi mochila.

Pasaron varios días cuando recordé el asunto y me apuré a sacar el intrigante objeto de la mochila, estaba medio desbaratado, pero sus notas aún eran legibles y aunque tenía hojas rotas pude pegarlas con cinta adhesiva.

Lo llevé con mucho cuidado y lo puse bajo las luces de mi mesa de dibujo, con unas pinzas pasaba sus hojas de una en una, no sin antes fotografiarlas.

Comencé pues a transcribir las notas a mi portátil con mucho esmero, descubriendo que se trataba de un incunable evangelio apócrifo, el evangelio de Simón el Paisa.

Al leer este evangelio, hallé una historia muy curiosa que robó de inmediato mi atención, y estoy seguro que ahora también la vuestra, era el verdadero relato de las bodas de Caná, que publico a continuación.

Caná de Galilea era un pueblito de hermosos amaneceres, seguramente cerca de Nazaret donde vivía Jesús con sus padres.

Sin duda eran unos parientes de María los que celebraban ese matrimonio, pues ellos fueron especialmente invitados. Imagino los apuros de la madre de Jesús para conseguir el regalo de bodas. Al mercado de San Alejo de Nazaret tuvo que ir la Virgen María a comprar el presente, allí ofrecían lámparas de aceite de Roma, cobertores de lana de Grecia, vajillas de cerámica de Turquía, papel papiro traído de Egipto con un Kit. de tinta y plumas fuentes de la India, era el epicentro del naciente negocio del contrabando. También vendían ropas finas de lino y sandalias de cuero de Italia, collares con piedras de colores de África y finos perfumes de la Galia.

Así se pasó pues la Divina Madre, loliando y recatiando precios toda la tarde en el bullicioso mercado. Finalmente compró las túnicas y las sandalias para ella y Jesús, pues la ocasión ameritaba estren, para los novios compró dos finísimas lámparas de cerámica Romana con su respectivo frasco de aceite combustible, una loción finísima que le había recomendado María Magdalena y un tazón sopero de barro cocido.

Feliz llegó a la casa y les mostró sus compras a José y a Jesús, su hijo se mostró satisfecho con su ajuar, el cual se midió inmediatamente para asegurarse que era de su talla y tener tiempo de ir a la sección de devoluciones de no servirle. José disimuladamente le preguntó en voz baja: - ¿María, cuanto te valió todo eso?, le dijo cuanto ella y el por poco le da un patatús, es que desde entonces las mujeres eran gastoncitas.

El día de la boda se llegó, y partieron hacia Caná María y Jesús, que a la sazón tenía como 28 años. José tuvo que quedarse cuidando a los niños al tiempo que tenía que cumplir un contrato para colocar unas ventanas en la casa de un ricachón del pueblo.

Las fiestas de bodas en aquel tiempo, eran como animaditas, algunas duraban entre tres y ocho días, esta era una de estas últimas, de semana completa, con músicos, comilona, vino y baile.

Llegados allí, fueron acogidos con gran alborozo, pues eran para los de Caná sus familiares más queridos, María y las otras mujeres se encerraron en una pieza a chismosiar y a ayudar a la novia que se estaba poniendo el traje de boda, Jesús y los otros hombres presentes se quedaron en el jardín con el novio para iniciar el asado de cabrito al calorcito de unos buenos vinos, hablaron de las últimas noticias del Reino de Judá y de los conflictos con el Imperio Romano, de la depresión económica y el desempleo reinante. Juan Bautista, el primo hermano de Jesús comento con gran conocimiento que la vida estaba muy cara y los impuestos del Cesar los tenían hasta el cuello, entonces todos asintieron e hicieron un brindis chocando sus griales de madera.

Se llegó la hora y los novios se encontraron bajo un pequeño toldo rodeado de bellas flores, los músicos interpretaron el Haba Nagila. Un viejo rabino inició la ceremonia ante la aburrición de los señores y las lágrimas de todas las emocionadas damas.





Los novios ya casados y cansados se sentaron en sendos taburetes de madera y cuero y ahí fue cuando entre varios los levantaron, con taburete y todo paseándolos tambaleantes en procesión por todo el sitio, la cosa más miedosa, más aún cuando había entre los cargadores varios muy chapolos, pero afortunadamente nos los dejaron caer.

En síntesis la boda fue muy lucida y los regalos abundantes y bonitos, bueno, todos, menos el que les llevó José de Arimatea, que por entonces era muy avaro, ocurrírsele darles un cucharoncito barato de madera.

La rumba se inició y la música llenó el hermoso jardín de alegría, quién iba a imaginar que los judíos eran tan fiesteros, el padre de la novia se paseaba entre todos los invitados y les decía: - Que no se vea la miseria y azuzaba a los meseros para que sirvieran vino copiosamente.

Que así pasaron uno, dos, tres, cuatro días, la comida y el vino rumbaban, pero ocurrió lo inevitable, que el licor se acabó, las tinas de piedra quedaron inesperadamente vacías.

La familiar de María la llamó con disimulo y le contó: - María, mija, que voy a hacer, el vino se acabó en lo mejor de la fiesta, el estanquillo del pueblo está cerrado a esta hora y la gente se nos va a pasmar, se nos dañó la fiesta querida, que pena con los invitados.

María luego de pensar un poco tuvo una sin igual idea: - Mirá, mi hijo hace unas magias muy grandes, de seguro el nos saca del apuro, desde ahí las mamás siempre ofrecieron inconsultamente a sus hijos para hacerles favores a sus amigas, recuerdo que a mi, me ofrecía la mía para hacerle mandados a las vecinas, y uno para no hacerlas quedar mal pues aguantaba y los hacía. Comprendo por ello muy bien lo que sintió Jesús, cuando su madre le pidió tamaña encomienda. Inicialmente el se rehusó: - Mamá, yo solo tengo veintiocho años y no se me ha autorizado para hacer milagros públicos hasta después de los treinta.

Tanto insistió María, recalcándole que ya se había comprometido con su familiar y que no quería quedar como un zapato, corrijo, como una sandalia. Ante tal presión materna Jesús asintió con la condición de que no se enteraran más que los meseros.

Fue entonces Jesús con su madre a la cocina y esta les dijo a los sirvientes que hicieran todo lo que su hijo les pidiera, les dijo Jesús a los sirvientes que llevaran las seis tinas al pozo y las rebozaran de agua, (Cada tina era como de 100 litros), estos lo hicieron sin reparo y las pusieron ante Jesús, el hizo sobre ellas unos pases mágicos y recitó como unas palabras mágicas, pidió entonces le llevaran al mayordomo un vaso, y este sin saber de donde provenía aseguró que era el mejor vino que jamás había probado.

Se repartió el vino de nuevo a los asistentes y todos quedaron felices con el delicioso licor, más tarde el anfitrión llevó a su mayordomo hasta un rincón del saloncito principal y le dijo que era el era el mejor catador del reino y que jamás había probado tal ambrosía, dejaste el buen vino para el final pillo, te lucites.

La fiesta se animó otra vez y tomó un segundo aire, fueron ocho días de buena música, comida, baile y sobre todo muy buen vino.

Nota del traductor: No explica mucho el evangelio de Simón el Paisa si Jesús bailó y tomó vino, pero yo no lo pondría en duda, era entonces un hombre joven y practicante de las costumbres de su pueblo, que vivan las bodas de Caná. Se me antoja ahora un buen vinillo, que raro.

D.Z.R.

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