viernes, 26 de agosto de 2011

LOS RECUERDOS DE DOMINGO GIL.

Domingo Gil Cardona fue uno de los más distinguidos hombres de la sociedad de Cañasgordas. Cuando lo conocí tenía un acreditado almacén en la calle Real, principal vía de la población. Por su simpatía y buen humor gozó del aprecio de todos. Fundó y dirigió el primero y que yo sepa único periódico que haya tenido Cañasgordas. “Tierra Nueva” era un tabloide básicamente de contenido cultural del que salieron 28 números, el último de ellos el 19 de junio de 1955. Fue alcalde del municipio de 1976 a 1981 y se destacó por su emprendimiento.

Su vida estuvo llena de anécdotas, muy graciosas algunas y otras de gran dramatismo. Quiso él plasmar estas historias para que su descendencia las conociera y como dice en el prólogo: “Las lean con fundamento”

Publicó su libro Mis Recuerdos, de 73 páginas en 1981 totalmente en máquina de escribir y seguramente copiado con mimeógrafo, libro del que poseo un ejemplar que guardo y releo con gran placer.



Dedicó su libro a sus padres, a su santa esposa, hijos, nietos, nueras y amigos


Iré pegando en el blog con la anuencia de su hijo Juan José Gil, algunas de esas historias impregnadas de buen humor, casi todas con jocosas experiencias de su infancia esperando que las disfruten.


EL RADIO.

Otra novedad por allá en 1933 fue la radio. Se había originado un conflicto bélico con el Perú, porque los Peruanos se habían tomado a Leticia, que ha sido y será de Colombia. Estaba de presidente de Colombia un tal Olaya Herrera y del Perú un señor Luis Sánchez Cerro. La pelea como que fue de mentiritas, pero nos hicieron creer que era de verdad, y como Colombia estaba muy mal de dinero inventaron la guerra que tanto toca el corazón y así el gobierno pedir la ayuda económica de la gente en oro. Todos los que tenían aportaron algo, como yo nada tenía, nada di.

Dicen que ese oro fue a parar a las arcas del presidente y sus amigos, “Había que pagar las últimas elecciones”.

En Perú el presidente había hecho la misma jugada, pero esto ocasionó una revolución que terminó con su propia muerte. En cambio aquí si tragamos entero y permitimos que el bribón quedara impune y muriera por su cuenta y riesgo.

Resulta pues que por motivo de la tal guerra, al pueblo Colombiano le leían reportes llegados desde el campo de batalla que nos emocionaban y acrecentaban nuestro fervor patriótico. Todos los informes daban cuenta de grandes triunfos, tras los cuales solo quedaban un reguero de armas y cañones Crup abandonados por el enemigo que huía despavorido. Eso motivaba sobremanera a la gente, que con gran devoción, entregaba todas sus alhajas para la defensa nacional.

A cualquier hora del día sonaba el bando, y desde los balcones de la Alcaldía un empleado tocaba un tambor o a falta de este golpeaba el espaldar de un taburete de cuero. El asunto era reunir a la gente para leerle algún telegrama que informaba de otro triunfo.

Por la plazuela de la madre había una cantina que tenía un radio. Este era un aparato grande y alto, en el que podría caber cómodamente un hombre sentado, era de marca RCA Victor, y su cuerpo era de madera. Ese radio hablaba a todo volumen y también daba avisos sobre la guerra y la situación Colombiana. Repetía muchas veces cualquier encuentro que ocurriera entre las tropas de ambos países, en los que dizque siempre ganábamos, Mamolas.

A pesar del interés que me generaban esas noticias yo tenía otro propósito para estar en ese sitio: Saber quien estaba hablando metido en ese cajón, así pues me fui arrimando disimuladamente al radio para mirarlo por detrás y finalmente al lograrlo solo vi un alambre ahí metido, eso me dejó verraco.



Domingo Gil Cardona

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miércoles, 24 de agosto de 2011

EL CIRCO

Circo, Foto de Carvajal  BPP 1961
La monotonía del pueblo se rompió cuando una caravana de coloridos camiones irrumpió en la calle principal del pueblo, de pié en los estribos unos, y otros sentados a horcajadas en los capacetes, venían payasos, saltimbanquis, trapecistas y hermosas mujeres sosteniendo globos de gas de hermosos colores. Cargaban en los camiones un elefante, dos leones y varios chimpancés. Era la primera vez que mis ojos veían un circo y esas especies animales fuera de las vetustas enciclopedias de la biblioteca municipal.

Todos los niños corrimos tras el desfile al compás de la música y el perifoneo que salía de un gran altavoz: - Señoras y señores, los invitamos a ver desde hoy el gran circo de los hermanos Ayala, verán lo nunca visto antes en este querido municipio, contorsionistas, equilibristas, saltimbanquis, payasos, bailarinas y nuestros exóticos animales traídos de África.

Todo el pueblo estaba eufórico y aplaudía al paso de los recién llegados artistas. Aún recuerdo la emoción que tal despliegue de novedades me produjeron en ese momento y que quedaron plasmadas entre mis retazos de vida inolvidables. Corrimos tras ellos hasta un terreno situado atrás del colegio masculino, lugar donde habían instalado una gran carpa caqui, el asunto ahora sería convencer a nuestros padres para que nos llevaran al estreno.

Esa noche la fila para comprar los boletos era inmensa, se diría que toda la población asistía a tan magno espectáculo. Allí estaban el Señor alcalde con sus malencarados escoltas, los comandantes de la policía y el ejército con sus trajes de gala tachonados con multicolores insignias, el cura párroco con su monacillo, el telegrafísta y la operadora de teléfonos, el magisterio en pleno, los comerciantes, los ganaderos los cafeteros, y nosotros, la ruidosa chinchamenta, a la que entonces yo pertenecía y disfrutaba.

Olvidaba mencionar la presencia de las muchachas de la vida alegre, las del matadero, que era el sector de tolerancia. Había unas bien bonitas que ya se robaban las miradas maliciosas de los muchachos grandes y las disimuladas de los señores que recibían los fuertes codazos de sus esposas al ser descubiertos observándolas de soslayo.

Todos iban ingresando lentamente dentro de la carpa, hundidos en la neblina de esa noche con aromas inolvidables del aserrín, palomitas de maíz y olor de animales exóticos. Fue como entrar a otra dimensión, a una dimensión desconocida. El sitio que estaba a media luz se inundó con las palabras de la concurrencia. Era casi una experiencia religiosa difícil de olvidar.

Las trompetas sonaron, los reflectores se encendieron convergiendo sus focos al centro de la pista donde un hombre vestido de negro, alto y flaco daba la bienvenida a los asistentes. Los aplausos no se hicieron esperar mientras que los artistas y los animales hacían el paseo de presentación.

Un payaso triste encabezaba la marcha arrojando grandes chorros de lágrimas mientras exhibía una mueca indescifrable entre la risa y el llanto que me conmovió sobremanera.
Ahora entiendo esa alegoría del chocarrero, el drama de la vida, equilibrada entre el éxtasis de la felicidad y el dolor de la tragedia.
Pero entonces era un niño y no podía discernir tales cosas, solo percibirlas y agregarlas a mis retazos de vida. En ese momento nuestros ojos, oídos, gusto y olfato eran solo para el circo, el mejor espectáculo del mundo.


Dos horas duró ese show que fascinó a toda la concurrencia y que nos regaló unos instantes de felicidad inolvidables.

Danubio.