domingo, 26 de agosto de 2012

MEDELLIN CAPITAL DEL RUIDO

Medellín era un buen vividero en la mitad del siglo pasado. Hasta el clima era más fresco, casi frío, y no era extraño ver a la gente en las calles abrigada con ruanas y sacos gruesos de paño. En las mañanas la ciudad amanecía cobijada con esa niebla propia del campo y arrullada con el trino de los pájaros. Las golondrinas inundaban los cielos de la aún pequeña ciudad y atravesaban el cielo con su gracioso vuelo. El pito del tren sonaba con puntualidad inglesa a las siete de la mañana y lo escuchábamos claramente desde mi casa situada a varios kilómetros del río, a cuyo lado estaban los rieles del ferrocarril.

Era que entonces Medellín era un pueblo grande, de gente trabajadora y respetuosa de los derechos de los demás, la ruidosa ciudad aún estaba lejos. Los vendedores ambulantes de cuando en cuando hacían oír sus pregones ofreciendo sus productos de forma agradable y musical. No como los que vemos ahora vociferando a través de estridentes altavoces de forma agresiva.

Entonces no se tomaban fotos sino "vistas", el aeropuerto no era aeropuerto, era el campo de aviación "Las playas". No había grandes superficies ni sofisticados supermercados, estaba la tienda de la esquina, aunque mercados La Candelaria ya incursionaba con dos pequeños y bonitos locales, la televisión era solo un aburrido y nuevo embeleco y la radio reinaba y acaparaba la sintonía. En el centro de la ciudad le sacaban a los transeúntes fotos "instantáneas", que podían reclamar al día siguiente presentando en pequeño recibo que les daban.

Los niños podíamos jugar en la calle sin mayor riesgo y de verdad que jugábamos hasta el cansancio, los juegos electrónicos, el Facebook. y el chat no estaban en la imaginación de nadie.

Río Medellín
Los vecinos eran amigos y a veces casi familia, el carro de la policía era "La bola" y el chupasangre era el coco de los niños. Las mamas lavaban la losa con jabón lucero y en el baño no faltaba el jabón de tierra. Aunque ya había sido inventado en la China en el siglo II antes de Cristo y reinventado en Estados Unidos por Joseph C. Galletty en 1857 el papel higiénico no había llegado a Medellín y en baño que se respetara no faltaban las tiras recortadas de papel periódico engarzadas en un alambre.

Con sorpresa recuerdo en un paseo que hicimos a la finca de mi abuela materna, descubrí que allí no había inodoro sino que usaban una letrina encerrada en un pequeño habitáculo de madera rústica y que en lugar de las tiras de papel periódico mantenían tusas de mazorca atadas a un alambre clavado en la pared.

Aún comíamos frisoles y desayunábamos diariamente con chocolate, arepa y quesito. Tomábamos la media mañana, el algo, y tarde en la noche la merienda. El maíz y los granos se median por puchas y las telas para hacer la ropa se compraban por varas o yardas. Éramos montañeros en un pueblo grande.

Portacomidas
Las mujeres le llevaban a sus esposos el almuerzo a las fábricas en porta comidas loceados y los acompañaban mientras comían, a veces iban acompañadas con sus pequeños hijos.

Los semáforos se contaban con los dedos de las manos y el tránsito era controlado por agentes parados sobre unas tarimas de madera. Comíamos muchas frutas y verduras y la leche de vaca sabía entonces a leche de vaca y al hervirla le subía tanta nata que servía como crema para untar en las arepas.


El ruido no había llegado y eso se reflejaba en la salud de todos, la gente era amable, se saludaba, andaba sin prisa y la alegría y la tranquilidad era el común denominador de este pueblo paisa.

Y así pasaron muchos años hasta que con las nuevas migraciones las laderas verdes de la ciudad se fueron llenando de adobe y concreto para alojar a sus nuevos inquilinos. El río fue cambiando de color y de olor y el ruido irrumpió solapadamente llenando poco a poco el silencio bucólico de la vieja ciudad. Muchos ni se enteraron de estos cambios y pensaban que todo estaba bien.

Los aviones pasaban todo el día sobre nuestras cabezas desde o hacia el aeropuerto de las playas, era poco el tráfico aéreo en un comienzo pero con el tiempo su paso era constante y no era raro que mientras hablaban por teléfono las señoras dijeran: "Esperate querida..., aguardá hasta que pase el avión".

Ana Cristina Aristizábal Uribe escribió en el periódico El Colombiano* un interesante artículo en el cual opina sobre el deterioro ambiental de la ciudad, es por eso que quiero anexarlo en esta entrada. *(Edición del 21 de agosto de 2012)


MEDELLIN, UN HOGAR PARA LA BULLA



Ana Cristina Aristizábal Uribe
El señor alcalde de Medellín Aníbal Gaviria Correa debe poner atención a un fenómeno creciente en la ciudad: Medellín está cada vez más inviviblemente bullosa. La ciudad tiene claros puntos neurálgicos que han obligado a sus vecinos a conformar comités para defender su derecho a una noche tranquila, no solo ante los bullosos, sino ante la misma administración municipal que asegura hacer los controles necesarios (sin resultados efectivos).

El ser humano necesita descansar y dormir bien siempre, para tener buena calidad de vida; es un asunto necesario para la supervivencia humana. A los que invocan el derecho al trabajo porque su negocio depende de la música y el espectáculo con un animador que grita con un micrófono, nadie se los está negando, solo que deben hacerlo para los que están adentro del lugar, no para los que están afuera ni mucho menos para el vecindario.

No me parece justificable que la Alcaldía haya interpuesto un recurso de apelación ante el Tribunal Administrativo de Antioquia frente al fallo que ya había salido a favor de los vecinos de la 33, que no pueden tener noches tranquilas porque a los señores de la rumba no les importa que otros necesiten descansar y dormir.

La Alcaldía no debe justificarse mostrando las medidas que ha tomado entre 2011 y 2012 diciendo que los niveles de decibeles se cumplen y los controles son diarios: la cosa no está funcionando porque los vecinos siguen sin poder dormir. Los bullosos tienen que moderarse y la autoridad municipal garantizar que el volumen se baje y el escándalo nocturno desaparezca. ¿Acaso el alto volumen no es un asunto de salud pública? Así como prohibieron el cigarrillo en lugares cerrados, ¿no se puede prohibir el alto volumen ya que igualmente afecta la salud auditiva y los niveles de estrés emocional?

No me vengan a decir que si la música no llega hasta una cuadra de distancia del lugar que la genera, los clientes no volverán y el negocio quebrará. Los que están generando la perturbación de la tranquilidad nocturna son los que tienen que presentar la solución. Y si no son capaces de autorregularse, para eso está la autoridad municipal.

No entiendo cómo, en este “hogar para la vida”, mucha gente tiene que padecer todas las noches un lugar de rumba ubicada a una cuadra de su casa. Y otra cosa, señor Alcalde: ¿es imposible ponerles remedio a las motos sin silenciador? Fueron capaces las autoridades en su momento de obligar a los motociclistas a usar casco y chaleco con el número de la placa impreso, ¿y no serán capaces de obligarlos a silenciar sus motos?



2 comentarios:

John Pelaez dijo...

Excelente su comentario que me hizo revivir mi infancia. Encontre este articulo porque buscaba una imagen del jabon lucero que desaparecio junto con el Sonrisal, los triciclos Jurime, las bicicletas Monark, las bolsitas con "recortes" etc. Muchas gracias por hacerme recordar momentos entrañables de mi infancia.

danubio dijo...

Hola John, gracias por su comentario. Recordar es vivir. También he estado buscando esa imagen del jabón Lucero. Si logro hallarla la publicaré en esta entrada.
Feliz día.