viernes, 5 de diciembre de 2014

TU BASURA ES MI TESORO

El raro encanto de las cosas viejas.


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Cuando mi prima se fue a vivir a los Estados Unidos, en los años setentas, me contó  que una ocasión mientras  sacaba el bote de la basura observó en la caneca de los vecinos un aparato, para ella extraño. Entonces se acercó con mucho disimulo, pues le daba vergüenza, y sacó esa cosa a que allí había.

A pesar de que no había hecho nada malo entró a la casa asustada, como si alguien la estuviera siguiendo. Acto seguido ya puesto en el mesón de la cocina pudo ver que era algún cacharro eléctrico y precedió a conectarlo. Se veía en buen estado, es más, parecía nuevo. Entonces vio que un bombillito se encendía y comenzaba a adquirir calor. Sin duda fuera lo que fuera eso estaba funcionando bien. Cuando llegó su esposo este le aclaró que era una sanduchera eléctrica.

Ese fue su comienzo en el negocio de compraventa de artículos usados. Todos los días salía en su auto y sin falta regresaba con él cargado de cachivaches: Televisores, equipos de audio, teléfonos y otras cosas. La mayoría funcionando y otros que solo necesitaban una pequeña reparación. Todo eso iba a parar a su venta de garaje y todo se vendía. Tan bueno fue el negocio que finalmente pudo comprar su casa  y un terreno en La Florida, cerca de los parques Disney.

Su espíritu paisa se regodeó muchos años  en esas tierras, hasta que hace poco viajó hacia el plano espiritual, en donde seguramente estará recateando lo que allá se use.

He sentido también una extraña atracción por las cosas viejas y usadas, me parece que encierran muchas historias de gente desconocida que alguna vez las poseyó.

No sé si les pasa lo mismo, pero cuando paso al lado de sitios de reciclaje miro disimuladamente para ver si veo algo que me atraiga, y algunas veces lo encuentro. Me gusta visitar almacenes de antigüedades y sitios históricos de la época de la conquista y la colonia para disfrutar lo que allí exhiben.

Me impactó mucho la visita que hice al convento de La Popa en Cartagena, con una antigüedad de más de quinientos años. Ese sitio me pareció familiar, como si viviera en algún lugar de mis retazos de la vida. Sus muros, sus jardines y sus sonidos me llevaron a un estado de abstracción tan profundo que por poco pierdo el vehículo que nos llevaría de vuelta al hotel.

No sé si será un latente síndrome de Diógenes o una auténtica predisposición genética, pero lo cierto es que encuentro en eso un raro sentimiento de placer.

Hoy en el edificio, mientras revisaba el cuarto de la basura, encontré varias cosas que me llamaron la atención. Entonces comencé  a revisarlas con mucho disimulo, es que eso de hurgar en ese sitio no es muy bien visto.


Lámina en bambú
Pues sí, allí había una canasta de cristal en perfecto estado (1), algunos cables USB (2), un conector para disco Sata (4), dos cargadores de celular, un ventilador pequeño de baterías, un llavero (9), unas doscientas canicas, Tres láminas japonesas en bambú (10), una traílla para perro, Un mineral negro brillante que aún no identifico, Una navaja multiusos (5), un abrelatas con sacacorchos (6), unas tijeritas con resorte (8), un adorno móvil para el parabrisas, una pirámide decorativa de cerámica, una cartuchera de lápices y una pequeña herramienta que aún no sé para qué sirve y una lámpara de mesa Santini. Un verdadero mercadolibre en el cuarto de la basura.

No se puede negar que esas cosas eran aún atractivas, y más si están limpias y en perfecto estado. Como podía permitir que se fueran a las trituradoras del relleno sanitario municipal,  más bien podrían servirme a mí o a otras personas, de hecho la traílla ya la luce el perro de un amigo, que casualmente había estropeado la suya. Las otras cosas están en proceso de adopción.
Definitivamente algunas veces la  basura del vecino es nuestro tesoro.



AL RESCATE DEL TIEMPO PERDIDO



Un día caminaba desprevenidamente cuando observé un reloj entre los cachivaches de la carretilla de unos recicladores, Seguí de largo hacia el sitio donde debía hacer una diligencia pensando quién habría desechado ese reloj tan bonito y por qué. Tal vez estaría descompuesto o habría pasado de moda. Como ahora todo se desecha luego de poco tiempo para comprar algo nuevo, este reloj posiblemente sería una víctima de la obsolescencia programada.

Lo cierto fue que al regresar, aún estaban los recicladores, les ofrecí $3.000algo por el reloj. En el peor de los casos era fácil conseguir una maquinaria de repuesto a buen precio. También cabía la posibilidad de que estuviera bueno y solo necesitara un cambio de batería. Resultó la última opción.

Caminé de vuelta por las mismas calles y pronto llegué al sitio donde aún estaban los recolectores del reciclaje.

Así fue que rescaté ese reloj que tenía un incierto destino y seguí rumbo a casa mientras lo observaba detenidamente. El marco redondo de aluminio estaba bien y mucho mejor el cristal que cubría el tablero. 




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