miércoles, 8 de julio de 2015

DIARIO DE UN HIPOCONDRÍACO.

No sé si alguna vez les ha pasado, pero yo si he tenido épocas que rayan con la hipocondriasis.


Desde pequeño tuve acceso al vademécum y a otros libros de medicina que describían una buena cantidad de enfermedades con sus respectivas y detalladas descripciónes de causas, síntomas y remedios.

Aún conservo algunos, como la voluminosa “Enciclopedia de la salud”, de Félix Reinhard, publicada por la editorial Gustavo Gili de Barcelona en el año de MCMLV (1955). Igual guardo con gran cuidado un hermoso  catálogo de transparencias anatómicas del cerebro editado por Laboratorios Abbott.

Estos libros están llenos de láminas y fotos, algunas algo miedosas, que nos muestran desde un simple sarampión hasta una impresionante yaga supurante. Son estas obras excelentes formadoras de los hipocondríacos del mundo. Olvidaba mencionar que también fui fanático de esos folletines que venden en la calle y en el transporte público, como: Manual casero de remedios del sistema digestivo, cómo desinflamar el cólon? y otros por el estilo. También hay muchos libritos sobre como curarse con yerbas, y de estos últimos sí que saben muchos.

Al más leve síntoma acudía a estos libros para tratar de descubrir que enfermedad era la que posiblemente me acechaba. Ante una simple tos de gripe siempre pensaba en lo peor: Cáncer de pulmón, o en el mejor de los casos, una pulmonía crónica. Una migraña siempre era un tumor cerebral, y un lumbago no rebajaba de cálculo renal. Un hormigueo en el brazo será un preinfarto y un dolor de estómago una peritonitis.

Mi caso fue pasajero y afortunadamente no llegó a estos extremos, pero sí me llevó a comprender la angustia que deben soportar estos desafortunados seres, que no son pocos.

Los reconocerán por su manía de hablar frecuentemente sobre su imaginaria historia clínica y por su desconcertante conocimiento sobre productos farmacéuticos, posología y contraindicaciones.
Son consejeros incondicionales recomendando a sus amigos tal o cual remedio para los forúnculos, verrugas, callos, cólicos o insomnio.

Igualmente serán expertos en elaborar derechos de petición para lograr que su prestadora de salud les haga costosos exámenes, que indefectiblemente corroboraran el diagnóstico previo de su médico, que nada malo les había encontrado. Entonces dudarán de la exactitud de los resultados y de las estadísticas, contemplando la posibilidad de solicitar la eutanasia en caso que llegado el momento sea necesaria.

Su botiquín estará repleto de cápsulas, pastillas, parches León, jeringuillas y ampolletas, algunas ya caducas. A veces dan la impresión de disfrutar de su desdicha y hasta publican en las redes sociales sus exóticos padecimientos.

Debe ser un tormento la vida de un hipocondríaco, pues siempre estarán convencidos de que todos sus achaques se deben a graves enfermedades. Los médicos sí que deben tener historias épicas acerca de este tema.

Ahora con la facilidad de los motores de búsqueda la fascinación del hipocondríaco debe ser inmarcesible. Solo con escribir “Sarpullido” sabrá que igual se llama dermatitis, y que puede ser leve o crónica. Por supuesto la del consultor de los datos será crónica. Igual es sorprendente la cantidad de variantes que pueden hallar sobre este humilde padecimiento: Exfoliativa, de contacto, erisipeloide, pitiriasia, foliculitis y miliaria. Pero pese a que la estadística es abrumadoramente favorable para esta condición, para nuestro personaje el asunto no rebajará  de ser un cáncer de piel.


Y regreso a lo que comenté al comienzo, la mayoría de nosotros pasamos en determinados momentos por alguna situación similar. El que esté libre de culpa que tire la primera piedra.


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