miércoles, 25 de marzo de 2015

LA BIBLIOTECA DEL COLEGIO

"La lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta"
André Maurois  (1885-1967) Novelista y ensayista francés


Montague Dawson RMSA, FRSA (1895–1973)

Cuando cursaba el primero de bachillerato en el Liceo Nicolás Gaviria comenzó mi amor por los libros. Cuando uno tiene doce años solo piensa en jugar. En esa etapa de la vida cuando más que correr se vuela, poco o nada pensábamos  en los libros. Uno los veía lejanos  en los silenciosos salones de las bibliotecas.

Pero algo afortunado ocurrió ese año. Una mañana al ingresar al salón de clase nos sorprendimos al encontrar un mueble de madera con puertas de vidrio repleto de libros, que se convirtió de inmediato en tema de conversación.

Poco duró el murmullo sobre el origen de tan inesperado visitante pues el profesor entró con la lista de asistencia bajo su brazo. Don Arturo era nuestro profesor de historia, pero entre nosotros lo llamábamos Vespasiano, por la vehemencia con la que nos hablaba de ese emperador. Todos guardamos silencio y nos pusimos en pie, ese era el protocolo de respeto a los profesores que entonces se acostumbraba. Luego venía el saludo del maestro: - “Buenos días muchachos”.
-” Buenos días profesor”, contestábamos en coro para enseguida sentarnos.

En eso entró el rector, don Hernán Cardona, y despejó nuestras dudas sobre el  misterio de los recién llegados libros. Nos dijo que de ese día en adelante tendríamos diariamente una hora de lectura y que luego de que el profesor encargado abriera la chapa del mueble deberíamos escoger un libro que desde entonces nos sería reservado hasta que termináramos de leerlo. Mientas eso decía el rector nos mirábamos de reojo haciendo disimuladamente muecas de de desagrado. Que pereza, una hora diaria leyendo, hubiese sido mejor una hora de basquetbol, el deporte estrella del liceo. Era que en los descansos y en las clases de educación física solo se jugaba y se hablaba de baloncesto. El equipo del liceo era el campeón de la región y recibía con frecuencia poderosos equipos de la capital a los que se les atendía debidamente, ganándoles siempre.

El mejor partido que recuerdo fue uno que se jugó contra el quinteto de la Universidad de Medellín, que hasta tenía jugadores de la selección Antioquia.

Pensando estas cosas ya el señor rector se había retirado y Vespasiano, perdón, don Arturo, comenzó su clase de historia universal, que en honor a la verdad era muy entretenida.

La primera hora de biblioteca.

Luego del primer descanso un profesor abrió el mueble y nos invitó a que escogiéramos el libro que quisiéramos leer y que al terminar el tiempo deberíamos volver a colocar en su lugar. Con desgano fuimos tomando cada cual su libro y nos sentamos presintiendo una hora aburrida.

El profesor se sentó frente a su escritorio y comenzó a hacer uno de sus trabajos en medio del silencio del recinto.

No había de otra, miré la portada del libro y lo que vi me fascinó. Era la ilustración de un antiguo buque velero debatiéndose sobre las embravecidas olas,  y al fondo un cielo azul. Era una gran ilustración que se me hizo casi real, es que en ese tiempo no llegaba al pueblo la señal de la televisión y lo único que se asemejaba a esa bella visión eran las películas de piratas que a veces veía en el viejo teatro El Dorado de la plaza principal.

Pasé la página y leí el nombre del libro que estaba en elegantes letras góticas: “El conde de Montecristo” de Alejandro Dumas. Comencé a leerlo y todo a mi alrededor fue desapareciendo, solo existió durante esa hora lo que me contaba ese libro, poco a poco me fui identificando con Edmundo Dantes y su impresionante aventura. Era increíble que un libro escrito hacía más de doscientos años me  atrapara de tal forma. Mercedes la novia amada de Edmundo apareció y con ella la indignación de Fernando que se moría de rabia contra Edmundo, pues en secreto soñaba desposar a Mercedes.

Fernando arma un plan para sacar del camino a Edmundo y riega el rumor que este estaba en una coalición con los gobiernos  Bonapartistas. Ahí agradecí las clases de don Arturo pues me ayudaban a comprender la situación. El maléfico plan de Fernando surte efecto y es así que los guardias detienen a Edmundo en pleno banquete de matrimonio y lo envían luego de un amañado juicio al castillo de If en la pequeña isla del archipiélago de Frioul, en la bahía de Marsella, donde sufre su horriblemente encierro.

Sonó la campana, la hora ya se había terminado, pero yo quería continuar para conocer como terminaría esta historia.

Uno a uno fuimos devolviendo los libros a su sitio y salimos al patio a jugar basquetbol. Pero ya desde ese día se me había despertado el apetito por los libros y no solo a mí, igual les había pasado a todos los compañeros de clase.

Así fue que diariamente al llegar la hora de biblioteca entrábamos corriendo al salón para escoger un libro del armario que ya nunca más estuvo cerrado.