domingo, 30 de agosto de 2015

MAURO SE FUE

Aunque es cierto eso de que lo único tenemos seguro en la vida es la muerte, no menos cierto es que algunos lamentablemente se nos van antes de que les llegue su fecha de vencimiento.


Plaza de Cisneros

Recordar a Mauro es recobrar la fe en la humanidad. Es que a pesar de su juventud estaba lleno de tantas cualidades que lo convertían en un ejemplo de vida.

Siempre alegre y optimista, siempre lleno de proyectos que comenzó a hacer realidad cuando tenía unos doce años.

El timbre de la puerta sonó al medio día de un domingo cualquiera. Abrí y lo primero que vi su espontánea sonrisa. 
Ya sentados en el patio de la casa me comentó que quería comenzar a ayudar económicamente a su familia vendiendo paletas en la plaza de Cisneros. Necesitaba “Un plante” de tres mil pesos para comprar el primer surtido de helados, la nevera de “Icopor” se la prestarían en la agencia distribuidora.

Con mucho gusto le facilité el pequeño capital para que emprendiera su proyecto y nos despedimos no sin antes recomendarle que se cuidara mucho, pues el sector de Guayaquil no era muy seguro.

Me quedé un poco preocupado al saber que estaría solo en medio de esa congestionada y desorganizada plaza, que ya se había convertido el lo que se conocía como mercado de El Pedrero.

Eran como las ocho de la noche cuando volvió a sonar el timbre. Era Mauro que venía con la cara y la ropa sucia, como si hubiera estado en una carbonería.

Sin dejar de sonreír y más alegre que antes, me contó que había vendido varios surtidos de paletas, suficientes para regresarme los tres mil pesos y comprarse una “muda” de ropa.

Yo no quería aceptarle el pago y le dije que era mi contribución a su empresa, pero no aceptó. Así era él.

Me explicó entonces el motivo por el que llegaba tan mugriento, resultó que cuando se disponía a regresar, un comerciante le pidió que le limpiara la bodega de su almacén, y ni corto ni perezoso así lo hizo para ganarse unos pesos extras. Había descubierto el placer del trabajo y de ganarse la vida honestamente.

Desde muy pequeño su madre lo había dejado al cuidado de su tía, quien en compañía de su esposo lo habían acogido como un hijo más de la familia.

Siempre fue Mauro un buen hijo, buen hermano y buen amigo. No dudaba cuando había que colaborar o ayudar, era generoso por naturaleza.

Como su padre era radioaficionado no tardó él también en serlo. Lejos todavía estaban las redes sociales, pero esta afición hacía muy bien esa función en esos años ochentas y pronto consiguió una gran cantidad de amigos. 

Con el tiempo Mauro era casi parte de mi familia, y sin duda mi hermanito menor.

EL EMPRENDEDOR



Varios años después de las paletas me llamó por teléfono y me contó que estaba trabajando en una marquetería de su barrio. La siguiente llamada, no mucho tiempo después, fue para invitarme a conocer su propia marquetería. Es que había aprendido rápidamente el oficio y tenía alquilado un local para trabajar independiente.

Tan bien le fue que no tardó en tener un empleado mientras organizaba un nuevo negocio de venta de muebles modulares, que estaban muy de moda.

El patio de mi casa era como su refugio, donde me confiaba tanto sus proyectos como sus angustias. Y fue allí que me confió la triste historia del tío y su abuela.

Dudé mucho antes de publicar el siguiente capítulo, y mientras lo escribía sopesaba y analizaba si él estaría de acuerdo con ello, más ahora que el infortunio había roto definitivamente todos nuestros hilos de comunicación.


EL TIMO

Resulta que su abuelita estaba ya muy anciana y medio ciega. Vivía ella con su hijo, un sacerdote ya también entrado en años. Me dijo Mauro que un día llegó su tío con un documento en la mano y le pidió a su anciana madre que lo firmara, que se trataba de una autorización para reparar la casa. Ella impedida para revisar ese documento y confiada en su santificado hijo firmó sin dudarlo.

Vi a Mauro por primera vez llorar de indignación y rabia cuando me dijo que su tío había engañado a su abuelita, pues en realidad ese documento era el traspaso de la propiedad a favor del curita y que en ese momento el desalmado le estaba exigiendo que buscara para donde irse.

 La tarde caía cuando nos despedimos. Mauro se retiró acongojado a su casa, arriba de la loma.

Cierto día le conté como había aprendido a montar en bicicleta, gracias a que hace años existían sitios que las alquilaban. Igual le conté que también alquilaban historietas de moda: Superman, Batman, el pato Donald, la mujer maravilla, etc. Recuerdo que escuchó mis historias sin pestañear. 

No había transcurrido mucho tiempo desde esa conversación cuando me invitó a visitar su alquiladero de bicicletas, con renta de revistas incluído.

Amplió la oferta de su almacén de muebles con regalos y credenciales en vidrio que él mismo fabricaba.

Tenía dos cuentas bancarias y un título de capitalización. Sus negocios iban viento en popa, cosa que no afectó su naturaleza de persona sencilla.

EL CURA CAE



Volviendo a lo del sacerdote desnaturalizado les narro el fin de la historia. Mauro a pesar de tener solo catorce años estaba muy indignado con el mal proceder de su tío y comenzó a planear la forma de restituir la propiedad a su abuela, que ya entonces había sido desalojada de su casa.

Aprovechó una ocasión, en la que el cura salió hacia su parroquia para trepar un muro y furtivamente entrar por la ventana del segundo piso.  Conociendo las aberraciones del clérigo sabía que algo encontraría para presionarlo y obligarlo a restituir la casa a la abuela.

En un armario halló lo que sospechaba, dentro de una pequeña caja había montones de fotos de jovencitos en situaciones y poses muy comprometedoras, que no detallaré por ser un asunto desagradable.

Como entró salió, con la evidencia bien guardada en su mochila.

Al día siguiente llamó al clérigo y lo puso al tanto del material que le había sustraído. Quedó mudo el infame, que casi se desmaya cuando le dijo que si no le devolvía la casa a la abuela, personalmente le llevaría todo al arzobispo.

En un acto que fue inexplicable para todos, menos para Mauro, el cura restituyó la casa a su anciana madre. 


LA  PARCA

La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo.
Isabel Allende (1942) Escritora chilena.


La muerte a veces ronda y aparece cuando menos lo pensamos.

Un viernes en la noche mientras el padrastro de Mauro se tomaba unas cervezas en la sala de su casa la parca rondaba por las calles del barrio. Nada hacía presagiar que en cualquier momento sucedería algo que rompería violentamente su vida.

Al hermanastro de Mauro, un poco mayor que él, le encantaban las mujeres maduras, especialmente las casadas. Pero no calculó que meterse con la esposa del carnicero era algo poco recomendable. Es que el solo ver a ese malencarado hombre amolando los enormes cuchillos de la carnicería causaba espanto.

Como todo se sabe, esa noche el carnicero se enteró de los devaneos de su esposa con el mancebo, y sin pensarlo dos veces se metió el cuchillo más filoso en el bolsillo de su delantal y salió apresuradamente resoplando como un toro furioso.

Los vio en un rinconcito del parque, cual Romeo y Julieta. Decidido a defender su honor sacó el cuchillo y le mandó el primer lance, que fue esquivado gracias a los reflejos del muchacho. El carnicero, fuera de sí continuó lanzando su feroz ataque en medio de la gritería y la estampida de la gente que corría espantada.

Alguien golpeó con fuerza la puerta de la casa de Mauro gritando: VAN A MATAR A SU HIJO…

El padrasto de Mauricio salió corriendo hacia el parque para ver lo que estaba sucediendo.


Todo esto me lo contó Mauro mientras me enseñaba el pañuelo ensangrentado con el que limpió la cara de su padrastro moribundo. Y entonces sus lágrimas cayeron en ese pañuelo dejando constancia de su profundo dolor.


EL GRUPO JUVENIL

El don de gentes y carisma de Mauricio lo llevaron naturalmente a ser el fundador del grupo juvenil de su barrio, que ya pasaba por una preocupante situación de violencia y de venta y consumo de alucinógenos.

El párroco les facilitó un salón para que se reunieran y pudieran desarrollar sus actividades en un ambiente tranquilo. Crearon un coro que comenzó a cantar en las misas, a las que asistían sus padres, familiares y amigos. El consumo de drogas bajó ostensiblemente, pues los jóvenes habían encontrado nuevos horizontes de vida.

Esto no fue bien recibido por los expendedores que vieron como menguaban las ganancias de sus actividades ilícitas.

Mauricio ya estaba viviendo solo en una pequeña casa frente al parque, cuando en una soleada mañana de domingo llegaron tres muchachos frente a su puerta. Mauro estaba en la cama, recostando su cabeza entre sus manos cruzadas, con la puerta abierta de par en par para que entrara la brisa matinal a refrescar un poco el cuarto. Él los vio llegar cuchicheando de forma misteriosa, sin sospechar sus intenciones.

Irrumpieron violentamente a la casa y sin mediar palabra comenzaron a darle una paliza de padre y señor mío, lo arrastraron hasta el suelo para darle patadas sin misericordia. De su nariz y boca comenzó a salir sangre que impregnó pronto su camisa blanca. Entonces recordó el pañuelo con el que había limpiado las heridas de su padrastro.

Mauro les gritó preguntándoles porqué le estaban haciendo esto, y continuó luego diciéndoles que no entendía como sus amigos, a los que tanto apreciaba le causaran tan inmerecido sufrimiento. Los agresores quedaron sorprendidos y cesaron su ataque mirándose entre ellos avergonzados. Lo acostaron en la cama y escucharon con la cabeza baja muchas otras cosas que les dijo Mauricio sobre el perdón y la reconciliación entre los hermanos del barrio. Luego los muchachos salieron en silencio y con el alma arrugada.



Mauricio interrumpió su historia para tomarse un trago de la fría limonada que disfrutábamos en el patio de mi casa, sin poder evitar que unas lágrimas escaparan de sus ojos.