martes, 17 de abril de 2018

EL CASO DE VARGUITAS

REPETICION
Parte Tercera.



HABLANDO DE LITERATURA
EL CASO DE VARGUITAS

Alberto López

La Ciudad y los Perros, La Casa Verde, Conversaciones en la Catedral, son, sin duda, obras maestras de la literatura en español. En su momento fueron innovadoras, criticas, originales y muy bien escritas. En ellas, Vargas Llosa hizo gala de su posición progresista y solidaria con los más desfavorecidos por las injustas estructuras económicas y políticas de su Perú natal al que estaba estrechamente vinculado. 

Como es inevitable en un escritor tan prolífico, tuvo también resbalones en su producción literaria, pero no afectaron en lo más mínimo su calificado recorrido literario.

Después se distanció de los temas de mayor seriedad, entrando en una fase en la que el crítico Raymond L. Williams, ha definido como de descubrimiento del humor, cuyo primer fruto fue “Pantaleón y las visitadoras” (1973) y el segundo “La tía Julia y el escribidor” (1977) que abrieron su literatura a un público mucho más amplio sin perder para nada la calidad.

En 1981 aparece “La guerra del fin del mundo”, su primera novela histórica y una de las más importantes que ha escrito a juicio de la crítica y que a la vista de lo que vino después, la convierten en una especie de solitaria anomalía y de la que nos vamos a ocupar en esta entrega.

Los años 80 fueron para el escritor un período de intensa actividad política en su país, que tuvo su final en 1990, cuando fracaso en su intento de alcanzar la presidencia ante el tristemente famosos Fujimori. El engreimiento que le caracteriza y su involución política hacia una derecha neoliberal, le llevaron a creer que su retorno a su país desde Europa, sería un paseo triunfal, pero no fue el caso. 

Desencantado y dolido dejó nuevamente su país y se radicó en Madrid, donde en 1993 adquirió la nacionalidad española, recibiendo el título nobiliario de Marqués de Vargas Llosa por parte del rey Juan Carlos. Entre los algodones madrileños, volvió a ocuparse de la literatura y a disfrutar de la vida, alejado de los desposeídos de su tierra que en su juventud había defendido con convicción. 

En este periodo de actividad política, publicó, con desigual calidad y fortuna, cuatro novelas: “Historia de Mayta” (1984) “¿Quién mató a Palomino Molero?” (1986) “El hablador” (1987) y “Elogio de la madrastra” (1988). Resulta sorprendente que volcado en la política y con poco tiempo para la literatura, a pesar de ser un escritor prolífico (aunque el afirma que le cuesta mucho escribir) llegara a lanzar con una separación temporal muy corta entre ellas, nada menos que cuatro obras. 

Siempre me he preguntado cuando las escribiría, cuan de corta serian sus noches, si ya las tenía medio escritas desde hacía tiempo o si le ayudo alguien a hacerlo. En cualquier caso, la cosa tiene un gran mérito, porque, me pregunto, si no le hubiera costado escribir, hasta donde podía haber llegado su producción literaria. Incluso tuvo tiempo en 1986 para recoger el Príncipe de Asturias. En cualquier caso, queda todavía muy lejos de Pio Baroja, pero claro, este compatriota mío, estaba tocado de un don especial que le permitía escribir casi según hablaba.

En 1993, con 57 años (hoy tiene 82) escribió, anticipadamente (todos los genios lo hacen), su libro de memorias “ El pez en el agua”, la novela histórica “Lituma en los Andes” con la gano el Premio Planeta (sin duda para hacer caja) la erótica “Los cuadernos de don Rigoberto” (1997) y “La fiesta del Chivo” (2000), sobre el dictador dominicano Trujillo. En cualquier caso, en estas obras su maestría evidenciaba que comenzaba a aflojar, lo que no fue óbice, para que la última de ellas tuviera un gran éxito de público.

A continuación, y con una edad muy avanzada se entregó con furor a la narrativa, escribiendo una novela cada tres años “El paraíso en la otra esquina” (2003),” Travesuras de la niña mala” (2006), “El sueño del celta” (2010)” El héroe discreto” (2013) “Cinco esquinas” (Alfaguara, 2016) y ahí sigue con el paréntesis del Premio Nobel en 2010. Un crítico ha definido a estas novelas como “póstumas”, porque son como esas novelas inéditas o inacabadas, que aparecen tras la muerte de un autor reconocido, cuando los carroñeros de las editoriales espulgan entre los restos y papeles dejados por el difunto, queriendo aprovechar comercialmente el tirón de su muerte.

Obviamente Vargas no ha fallecido, pero sus últimas novelas, hasta sus más incondicionales dicen que, mejor no las hubiera escrito, pues dejan a la vista todas las limitaciones de un escritor en sus horas más bajas (es difícil escribir siempre bien y con imaginación, y más de viejo con las facultades objetivamente mermadas) al que se le ven todos los trucos del repertorio.

Dicen los críticos que con la Guerra del Fin del Mundo nuestro autor inició un cambio radical en el estilo hacia temas como el mesianismo y la conducta irracional humana… no se… Ambientada en el siglo XIX en las profundidades del sertón nordestino de Salvador de Bahía, cuenta los hechos acaecidos de la revuelta de masas de campesinos pobres sebastianistas que guiadas por el taumaturgo iluminado Antonio Conselheiro se enfrentaron y derrotaron en varias ocasiones a las tropas enviadas por el Gobierno Republicano contra la aldea de Canudos donde se refugiaron y crearon una comunidad colectivista inspirada en una concepción mesiánica y teocrática del igualitarismo social. 

António Conselheiro se erigió en el profeta airado de una redención terrenal de los desposeídos, que le consideraron como un elegido del cielo y signo de que la promesa de justicia evangélica era, al fin, deseada por el Altísimo. Como otros movimientos milenaristas, los campesinos de Canudos fueron finalmente vencidos y masacrados.

A mí los movimientos milenaristas siempre me han interesado, porque siempre han acabado como perdedores y los perdedores, aun los más malos, me conmueven. En sus revueltas, como la que nos ocupa de Canudos o la de los cristeros mexicanos, hay una mezcla de reivindicación campesina contra la pobreza y la injusticia, que tiene sus raíces en los radicales planteamientos del cristianismo primitivo y que pone en cuestión tanto al poder político (progresista o conservador, lo mismo da) como a la iglesia como institución. 

Pero claro los campesinos, desde el marxismo, dejaron de ser los protagonistas de la historia, y sobre ellos ha caído el mayor de los olvidos. Por eso, cuando leí la novela de Vargas, allá por los ochenta, me cautivo más por la historia que por sus virtudes literarias, ya que volcado como estaba entonces en la arquitectura, me interesaban bastante menos que hoy.

Mas tarde, no sé dónde, leí algo sobre la existencia de un libro brasileño que se ocupaba de la revuelta de Canudos, pero no lo encontré ni en castellano ni en portugués por ninguna parte. En un viaje a Brasil (este país siempre me ha atraído) por circunstancias que ahora no vienen al caso acabé en Curitiba visitando una estupenda librería de viejo, y mira por donde, me encontré con una edición antigua, bastante destartalada, de aquel libro en castellano. 

Era una novela publicada en 1902 titulada OS SERTOES (Los Sertones) del escritor Euclides da Cunha (1866 – 1909) un libro clave en la literatura brasileña, y un modelo de crónica de guerra narrada por su autor (geógrafo, poeta e ingeniero militar) que cubrió como periodista la campaña que el ejército regular desarrolló en 1896-1897. 

Fue para mí todo un descubrimiento, que cargaba de sospecha y desconfianza la novela de Vargas.

Asocie fechas. Euclides da Cunha había muerto en 1909 y la novela de Vargas se publicó en 1981. Teniendo en cuenta que los derechos de autor en Brasil son setenta años, la obra del brasileño pasaba a dominio público en 1979, esto es, dos años antes de la publicación de la de Vargas. Me pareció evidente. Las fechas coincidían y mis sospechas se confirmaban. 

Vargas escribió la novela justo en el momento en que prescribían los derechos de la novela original. 

El peruano, con total descaro, aprovechando que la novela de Da Cunha se perdía en la lejanía del tiempo y en el desconocimiento público de la tercermundista literatura brasileña, había hecho un remake de una gran obra y la había publicado en España. Y muchos la leímos. Y apenas nadie se enteró. 

El que sería futuro Premio Nobel nos engañó a todos. También a los suecos del Nobel. No es el momento de analizar la novela del brasileño, solo diré con palabras de Juan Benet, que es una de las mejores novelas de todos los tiempos, a la que por cierto el siempre volvía. Mas tarde he sabido que, el profesor de la Universidad de Barcelona Ángel Crespo, afirmó haberle aconsejado a Vargas Llosa la lectura de Los Sertones y que incluso, aseguró, haberle prestado un ejemplar.

Saramago en 1990 en un seminario en Sevilla hablando de la novela de Vargas le acuso con toda justicia de ser un mal imitador… porque había creado una mala novela a partir de uno de los mejores textos de la literatura brasileña. 

Da Cunha escribió una novela épica (además mucho más amplia temáticamente que la de Vargas, reducida a los episodios de la guerra) en la que se narran unos hechos importantes que vivió el propio autor, durante la formación política de Brasil. Frente a ella la de Vargas resulta de una épica descafeinada y una mala y esquemática ambientación. Saramago en un debate posterior señaló que. "nadie puede intentar escribir de nuevo el Quijote"…refiriéndose a "la falta de sentido que tiene imitar una buena novela". No se…quizás Vargas con su actual megalomanía pudiera llegar a hacerlo.

Plagio, copia, remedo…en cualquier caso, cuando se acaba la inspiración, solo queda la repetición. Y ahí le anduvo Vargitas queriéndonos tomar el pelo a todos. Mi madre con su sabiduría campesina decía que, antes coge a un mentiroso que a un cojo.

POSDATA. Pensaba escribir un solo texto sobre Vargas Llosa, como tercera entrega de REPETICION, pero he decidido para no cansar a los lectores (aun así me ha quedado largo) publicar este sobre la novela y posponer para una cuarta entrega otro sobre el ensayo..o sea que continuara.

lunes, 16 de abril de 2018

El eterno retorno de las cosas

REPETICION
Parte Primera.
Alberto López



Con los años, llega un momento, en que el mundo se empieza a percibir como repetición. Casi todo suena a visto, ha conocido. El arte y el pensamiento no avanzan, parecen ir en círculos que giran una y otra vez sobre el mismo eje. Cambian el teatro, los escenarios, el vestuario, y la forma de la representación, pero la obra parece ser siempre la misma. 

Porque lo humano no cambia, sino cambia la vida y la forma de vivir, y en lo fundamental, esta, no ha cambiado desde hace varios siglos. Es como si estuviéramos de nuevo, en una Edad Media moderna y oscura, donde las cosas solo cambian en su apariencia, pero no en su definición y contenido. Es la consolidación de la repetición, que afecta tanto al arte y al pensamiento como a la vida en general, y del que es hijo el sistema de la moda, que domina todos los sectores de las artes, las artesanías y los productos industriales de consumo masivo.

Pensamos que el transcurso de la historia ha seguido un desarrollo lineal, siempre hacia adelante, como suma de todo lo anterior, pero las ideas de cambio y de progreso son ideas modernas, relativamente recientes, vinculadas al inicio y al éxito del capitalismo. En realidad, son una ideología, esto es, una conciencia falsa inducida por el poder, un espejismo generado por el sistema para perpetuarse así mismo. Ilusiones de cambio, entretenimiento y distracción de voluntades, para que nada cambie. 

Las sociedades antiguas clásicas europeas, así como las orientales, no se planteaban el cambio como una necesidad histórica, ni el progreso como una vocación de la humanidad, o una ley de la historia, como diría Marx. Con vivir tenían bastante. Aunque en el vivir se incluía el conocimiento y la sabiduría, estas no estaban mediatizadas por la necesidad de progreso social, sino por ampliar el campo del conocimiento del hombre para ser más hombre. 

Por eso, la filosofía, como disciplina, tenía un papel central en la vida diaria y hoy apenas si la encontramos refugiada en los sótanos de las universidades.

La mayor parte de los libros, al margen de los de tecnologías, son repeticiones y remedos de otros libros anteriores, por eso la biblioteca infinita que soñara Borges, es una falacia, porque solo contendría libros sobre libros. En un texto anterior mencionaba a González Ruano cuando decía que, en literatura, todo lo que no es autobiografía es plagio. Es otra manera de decir que, la repetición solo se salva a través del filtro de los matices autobiográficos que pueda introducir el autor.

Y es que la literatura y el pensamiento original, autentico o germinal se reduce a unos pocos libros. El resto es reescritura autobiográfica, copia, repetición para el entretenimiento y el pasatiempo, basura generada por el comercio editorial o el estatus académico, cuando no, adoctrinamiento.

El panorama artístico actual se construye sobre los recuerdos y sobre la recopilación. Hoy todo se repite de segunda y tercera mano. El pensamiento es un pensamiento de citas y de citas de citas. En la arquitectura las citas son de edificios, cuando no de fotos de edificios. Las novelas cuentan las mismas historias cada vez más devaluadas, mientras que la poesía se encierra en sí misma, marginada de espaldas al mundo y despreciada por las editoriales.

Cuantos miles de libros se han escrito sin aportar nada, para interpretar limitadamente o para deformar y pervertir el pensamiento de Jesucristo, de Marx o de Freud. Cuantas horas perdidas en la escritura y lectura (a veces sacrificada, casi como de penitencia militante) en libros de interpretación sobre algunas pocas ideas. Cuantas modas literarias han desaparecido sin dejar tras ellas rastro alguno. 

Quien se acuerda hoy de escritores y pensadores que, no hace muchos años estaban en la cumbre de la novela o del ensayo, incluso con grandes premios a sus espaldas como el Goncourt o el Nobel. Quien ha vuelto a releer a la mayor parte de los premios Planeta, digamos, de los últimos veinticinco años. 

Susan Sontag en los años sesenta del siglo pasado ya nos advirtió contra la interpretación (traducción) de los contenidos de las obras literarias y de arte en general, por parte de los críticos, que llegaban a sustituir con sus textos a las propias obras originales. Cuantos libros hemos leído sobre un autor sin haberle leído directamente a este.

Hemos leído demasiado (demasiado mal) a los interpretadores a quienes no teníamos que leer, y poco, a los pocos que teníamos que leer porque eran los que tenían algo original o autentico que expresar. Por eso decía al comienzo que, con los años (mejor con la vejez, que es la verdadera madurez) llega un momento que todo suena a repetición y a interpretación. 

Y así sucede que uno ya no lee para aprender sino para olvidar. Picasso lo dijo de otra manera: "En aprender a pintar como los pintores del renacimiento tardé unos años; pintar como los niños me llevó toda la vida."

Lo más difícil hoy, ante el aluvión de lecturas y de obras de arte, es saber discernir lo auténtico de lo interpretado, lo original de la copia. Lo difícil es escoger y saber rechazar, decir pocas veces si y muchas veces no. Hoy apenas se lee a las fuentes, a los pensadores originales, a los clásicos. 

Resultan duros, requieren un cierto esfuerzo, una tranquilidad, en cierta manera una forma de vivir, que no está acorde con un mundo actual, que se quiere rápido y frenético. Ya nadie soporta el cine clásico japonés, al que se califica de excesivamente lento y ceremonioso y del que se dice, hay que esperar media hora para que pase algo. En el cine actual, hoy todo es velocidad, acción, violencia sin límites, ruido y efectos especiales.

Sucede un poco como con el agua embotellada, que toda esta filtrada y en consecuencia que toda sabe igual, o sea, a nada.
La vida (también en el arte) se reproduce por estereotipos interpretativos, impuestos y aceptados por una cultura de masas ganadas por la ignorancia. El producto no puede ser otro que la repetición, la inanidad y el vacío, que resulta el verdadero protagonista de la cultura actual. 

Y es lo mismo para todas las artes. Lo es para la novela convertida en pasatiempo, lo es para el teatro en espectáculo, para la pintura y la escultura en montaje, para el cine en efectos especiales o para las arquitecturas museísticas convertidas en cascaras espectaculares, para el atesoramiento de aire. Todas ellas se parecen a esos frutos que después de quitarles la piel, capa tras capa, cuando se llega al núcleo, carecen de semilla y solo queda el vacío.

La solución a este estado de cosas no es añadir más, sumar persiguiendo el espejismo del progreso (hoy tecnológico) sino en desprendernos de esa presión interpretativo (informativa) que no nos deja tiempo para la reflexión. En literatura y en el arte como en la vida, para caminar con soltura hay que ir, como dijera nuestro poeta, ligero de equipaje. 

Por eso los buenos lectores tienen un repertorio reducido de libros y de autores (en general difuntos) a quienes leen y releen una y otra vez, sin dejarse seducir por las nuevas estrellas literarias que lanzan al mercado las grandes editoriales y que casi siempre resultan flores de un día. 

Del arte descentrado del que hablara Hans Sedlmayr por la desorientación de los principios y la ruptura de la historia, que llevo al arte moderno al suicidio, hoy se ha llegado a un arte sin centro, carente de principios y valores, donde todo y nada vale, y donde ante el altar del Moloch, solo cuentan la rentabilidad, la productividad, la plusvalía y el dinero. 
(Continuara)

La forma del agua, una copia con Oscar

REPETICION
SEGUNDA PARTE
HABLANDO DE CINE


Alberto López

Me senté ante la pantalla de video para ver el film oscarizado de Guillermo del Toro, La Forma del Agua, que por cierto lleva el mismo título que uno de mis poemas, aunque sin conexión alguna entre ambos. Me senté sin saber lo que iba a ver, ya que no había leído ninguna crítica y no suelo seguir la parafernalia de los óscar. Y me volvió a suceder. 

Lo que estaba viendo, aunque con otro envoltorio, en otro escenario, otra época y con un final más hollywoodense, era una película de 1954 que había visto de niño cuando tenía siete años y que me impresiono, quedando grabada en mi memoria para siempre. Se trataba de La Mujer y El Monstruo, aunque el titulo original era, El Monstruo de la Laguna Negra. 

En el cine de mi barrio causó un enorme impacto entre mis convecinos que fueron en masa a verla. La película de Jack Arnold un realizador menor que había dirigido varias películas de ciencia-ficción de bajo presupuesto, tenía como protagonistas a Julie Adams y Richard Carlson, duraba 79 minutos, había costado medio millón de dólares (fue rodada en 3-D lo que le dio una sensación de más realidad a las escenas en que aparecía el monstruo) y recaudado 2 millones. Fue un éxito tan inesperado como indiscutible para ser un film de serie B. 

La historia se desarrollaba como una película de aventuras, en una Amazonia todavía poco explorada en aquellos años, desconocida, misteriosa y llena de secretos. Guillermo del Toro dijo que, se había inspirado en ella y que le impresiono, como me sucedió antes a mí, cuando la vio de niño. El director mexicano tiene 17 años menos que yo o sea que la debió ver hace unos 30 años. 

La película sin duda estaba olvidada y hasta hoy resultaba una desconocida para gran parte del público actual (no, así como se ha visto para los estudios y los realizadores), así que La Forma del Agua, se ha podido presentar sin tener que dar muchas explicaciones sobre este antecedente. 

Por otra parte, han transcurrido 64 años, quedando apenas 6 años para pasar, a efectos de derechos de autor, al dominio público (imagino que Del Toro ha esprintado contra el tiempo, a fin de realizarla antes de que se cumpliera el plazo, y algún otro realizador se le adelantara). Es de suponer que sus productores tendrán estos seis años debidamente amarrados con los de la otra película para no tener problemas, porque hablar de inspiración como hace su director, resulta más que forzado, para este remake (en castellano remedo) a pesar de desarrollarse como un cuento de hadas con final feliz, a diferencia de la anterior, por decirlo de alguna manera, más negro.

La duración se ha incrementado ostensiblemente, con relación a la anterior, pasando a 123 minutos, así como su costo que anda por los 19.5 millones (la mitad probablemente destinados a su promoción como es común en las grandes realizaciones americanas) y claro está, también su recaudación, que se ha disparado a 121.2 millones. 

Su éxito ha sido total: entre los usuarios de Google al 81 % les ha gustado. Obviamente nadie puede discutir que esta exquisitamente realizada, como todo lo que hacen los yanquis cuando hay dinero, pero en su éxito ha sido fundamental contar con la desmemoria del público. La película se ha rodado, a casi 70 años de la anterior, plazo más que sobrado, para que ya casi nadie se acordaba de la primera. Yo, por mi edad, soy de los pocos que todavía tiene presente aquella película de la Laguna Negra. 

Digo esto, porque de esta nueva versión, directores, productores, critica, y claro está, los millones de la promoción y el marketing se han ocupado de negar con esfuerzo que se trate de un remake de aquella película aparentemente olvidada. La película no se ha hecho en cualquier caso para espectadores o gentes de edad avanzada como yo, que cada vez quedamos menos, y que todavía recordamos aquel film de Arnold, sino para las masas de jóvenes que la ven como un descubrimiento y no como una repetición, como es mi caso.

Lo que la película del director mexicano pone de relieve es que también el cine, como otras artes, hace en la actualidad sus obras sobre otras obras, películas sobre películas, con corta aquí y pega allá, cambiando algunos personajes, paisajes, época y situaciones, retocando la historia y rematándola con un final feliz, como en todas las pelis americanas. Es decir, copiando, plagiando, pirateando y entrando a saco en las filmotecas (en las escuelas de cine, como en las de otras artes, se estudia para hacer eso) y, en consecuencia, repitiendo, que es a lo que esta hoy por hoy abocada toda la producción artística. 

Unos lo harán con mayor o menor descaro, otros con mayor o menor sensibilidad y elegancia, todos presentando sus obras como originales, ante las masas de consumidores carentes de toda información y juicio contrastados.

No se trata de una adaptación de una obra literaria o teatral como puede ser RAN de Akira Kurosawa, quien hace una recreación del Rey Lear de Shakespeare en el Japón del siglo XVI. Lo que hace Del Toro es tomar el núcleo central de la historia de la película de Arnold y cambiar algunas cosas, añadiendo un poco de todo lo que las películas actuales han de tener para ser un éxito: amor, suspense, una persecución clásica contra el tiempo, fantasía, efectos especiales en el agua, un espacio retro-futurista de gusto steam-punk años 60 que ahora está de moda, y todo ello en el ambiente social de la América de la guerra fría y con un final, que como no podía ser de otra manera, acaba bien. 

Todo muy bonito, como en un cuento de hadas. Más o menos lo mismo que hacen los escritores, cuando escriben una novela para presentarla al Premio Planeta.

La pregunta inquietante es: ¿porque el cine actual tiene que recurrir a una idea rodada anteriormente maquillándola en lugar de filmar guiones originales?... ¿Sera que ya no saben escribir historias o que no saben contarlas o porque los productores, en aras de reducir el riesgo, confían más la inversión de su dinero en lo conocido, si tuvo algún éxito, que en lo nuevo por conocer?... ¿O quizás porque lo que la gente ante este mundo desquiciado lo que pide son cuentos de hadas y eso lo saben muy bien los que lo han desquiciado, que son los mismos que nos ofrecen estas películas? La Forma del Agua, es pues una película de evasión, de entretenimiento tan vacía como bella y tan vieja como el cine que, una y otra vez se repite, porque dentro del actual sistema de producción de la industria cinematográfica, el cine que en otra época conocimos, el de los Ford, Huston, Hitchcock, Capra, Lang, Buñuel Wilder, Welles, Kubrick, Fellini, Kurosawa, Bergman, Lynch, Rosellini, Visconti, Saura, Sica, Clair, etc. ha muerto … y ya solo cabe la repetición.

La tercera y ultima parte de REPETICION, la dedicare a la literatura, tomando como referencia al escritor Alvaro Vargas Llosa