miércoles, 9 de mayo de 2018

CARTA DE UN GATO DESDE EL CIELO

El Rincón de los Gatos.
(En Facebook)



"No llores por mí… Me has dado un hogar donde cobijarme, me has proporcionado alimento y sobre todo, me has dado tu amor y tu compañía. Lo último que querría es verte sufrir por mí. Ahora que no estoy contigo, no quiero verte triste.

Deseo que cuando pienses en mí sonrías, pues así sabré que mi recuerdo te hace feliz. Quiero que recuerdes los buenos momentos que compartimos, nuestras muestras de cariño, nuestros juegos…y si alguna vez te defraudé, o me porté mal, perdóname.

Por favor, no tires mis juguetes, ni mi cama, ni mis cosas, porque en este mundo hay muchos otros colegas que viven en soledad, tristes, sin cariño…muchos que darían su vida por compartir la tuya. 

No, no lo digas, no digas que no quieres tener más animales…eso me hace pensar que el tiempo que estuve contigo no te hice feliz. Por favor, que mi muerte no sea en vano, que sirva para que otro tenga la suerte de poder vivir y conocer lo maravillosa que es tu amistad, que conozca la verdadera vida de gato, que descubra el cariño. No estés triste…yo no lo estoy, porque sé que guardas ese rinconcito especial en tu CORAZÓN, para mi"... 
(La Negra).


La negra nos acompañó por más de doce años.  Ella llegó furtivamente a nuestra casa y nunca se quiso ir; y al contrario, se nos metió en el corazón.


Sus historias:
La extraña visitante
Un regalo de navidad
La gata en el árbol

domingo, 6 de mayo de 2018

EL AMOR VISTO DESDE LOS SETENTA

Fotografo: Alfred Eisenstaedt. 1945.
Alberto López

Dice Byron que, en nuestra pasión primera, amamos a nuestro amante y que en todas las demás lo que amamos es el amor. Yo no tengo conciencia de haber tenido una pasión primera, aunque alguna tuve, pero vino bastante más tarde y estuvo excesivamente mediatizado por el erotismo. Acabo muy mal. Mis amores, han estado marcados por la idea romántica del amor, y ello me impidió enamorarme de verdad a pesar de ser enamoradizo. Pero nunca fue amor, sino el espejismo de un fuego, que en poco tiempo se consumía y convertía en humo. 

He conocido, la pasión y el dulce hastío del matrimonio burgués, el dolor del rechazo y del desamor, la mala conciencia de haber traicionado, padecí los celos y soporté los de una mujer desquiciada que me llegaron a hacer la vida insoportable y es que hay amores ardientes que casi matan, aunque lo que en verdad mata al amor es el aburrimiento. 

En fin, que he recorrido un largo camino, pero apenas he aprendido nada del amor y menos de ese ser poético e inaprensible que es la mujer. Por eso escribo ahora sobre el amor…porque no sé…y quiero saber.

No tengo el recuerdo sentimental de haber participado en un gran amor. Quizás se deba a que, en el fondo, continúe siendo un niño romántico que creyó que las cosas del amor eran las que sucedían en las películas de aventuras que, devoraba en el cine de mi barrio y que siempre acababan con un beso que se disolvía en el THE END.

En varios momentos de mi vida quise levantar un gran amor como los del cine, partiendo de cero, al margen de los condicionamientos sociales pero una y otra vez fracasé, porque amores así solo existen en las novelas y en la pantalla. Hoy ya no me quedan mas balas en mi recamara. Hoy se que el problema residía en mí, porque no perseguía un amor real, sino que era un enamorado del amor.

Dicen los antropólogos que la necesidad de enamorarse es un impulso primitivo como el hambre o el sexo. Los científicos que han estudiado el cerebro, han descubierto últimamente que cuando alguien nos atrae, se producen entre las neuronas unas reacciones de tipo bioquímico que encienden la dinámica del amor. Las neuronas se aceleran, se emocionan y se vuelven un poco locas. 

Simplificando este extraño comportamiento, podría decirse que, es el resultado de una serie de reacciones químicas y eléctricas. Esta aceleración se va calmando con el tiempo, pero vuelve a subir y bajar otra vez cuando aparece una nueva atracción amorosa. Son como las subidas y bajadas del voltaje cuando las líneas eléctricas están decrepitas y la luz se apaga y enciende sola. Pero esta es una explicación que, para el enamorado, ni explica nada ni sirve para nada, ya que las reacciones eléctricas y bioquímicas del cerebro son consecuencias de la atracción animal guardada en los genes, y de la histórica, guardada en la memoria… y no al revés. 

Participo de la opinión de que, la forma en que se expresa el amor, es sobre todo un fenómeno cultural, y que, aunque pueda parecer que el amor romántico es universal, el grado en que se manifiesta varia según las tradiciones, las costumbres, las definiciones de cada cultura y de cómo se entiende la institución que regula las relaciones del contrato entre la pareja. 

Esto resulta evidente si nos atenemos, por ejemplo, al dato, de que menos de un 5% de estadounidenses dice que se casaría sin amor romántico, frente a un 50% de pakistaníes. ¿Y es que, quien puede defender que, esta institución, signifique lo mismo para un islamista ortodoxo que, para un librepensador occidental, cuando durante siglos el matrimonio por amor, que ahora nos parece lo más normal, fue prácticamente inexistente, siendo lo común el pactado entre familias sin intervención de los contrayentes? 

Incluso en una nueva sociedad como la colonial americana, lo habitual era que los españoles se casaran con sus connacionales por interés, uniendo fortunas familiares sin la presencia del amor y muchas veces sin otro sexo que el estrictamente necesario para la reproducción y la continuación de la herencia y fortuna familiar, resolviendo la necesidad del disfrute sexual con la fornicación consentida o forzada de las indígenas al margen del matrimonio. 

Meter en esto la palabra amor, como hacia la Iglesia de entonces, resulta de una hipocresía ridícula. Los sacerdotes, confesores y consejeros, cuando alguna joven se oponía a su matrimonio de conveniencia pactado entre sus progenitores, apadrinaban este, condenando como lujuria la inclinación amorosa de la joven y tranquilizándola con la idea de que el amor vendría después. Hay multitud de películas y novelas que tienen este conflicto como argumento.

Hasta prácticamente el siglo XIX en la vida del pueblo llano no tenia cabida el concepto del amor como ahora lo entendemos, es decir, como amor romántico. Eso eran cosas de nobles a los que les cantaban sus poetas, como un adorno o refinamiento más de las formas sociales y de las costumbres aristocráticas. Los campesinos pobres que formaban, la mayoría aplastante de la población, bastante tenían con supervivir y alimentar a su prole. 

Lo mismo sucedía con la intimidad, otro concepto, relacionado con el amor, del que no disfrutaban ni los reyes. Ambos conceptos son modernos, creados sobre el triunfo social de la burguesía, como el mercantilismo, el arte doméstico, la casa con habitaciones separadas y especializadas (comer, cocinar, estar, dormir o eufemísticamente “hacer el amor”) el baño y la higiene del cuerpo, los muebles domésticos también especializados para distintas funciones (las sillas, la mesa, la cama etc.) la lectura como disfrute al margen de la religión etc.… en fin como el Romanticismo. 

Todas ellas formas culturales basadas en poder disponer de tiempo libre. La conquista de la intimidad, del espacio y del tiempo para uno mismo, fue el gran éxito de la burguesía, pero ese tiempo se basaba en el robo del tiempo de los demás, de los otros que, sometidos a la explotación del trabajo por cuenta ajena, permitía las actividades culturales y lúdicas de los propietarios burgueses. 

El tiempo libre se fundamentaba en el poder y ambos en el dinero. 

 fotografo: E. Dean

En las relaciones amorosas no triunfaba el más apuesto o el más galante, sino el más rico, el que tenia dinero para tener tiempo. El dinero embellece a los hombres porque, con el dinero todo se compra: los bienes, el tiempo, la libertad, la belleza, la ilustración, las formas de educación y el amor.

Entonces la primera pregunta recurrente sería: ¿Porque nos enamoramos? Como casi todo lo que hacemos en la vida, también en el amor, lo hacemos para no estar solos. Buscamos en él, la medicina contra la soledad, creyendo que el amor lo puede todo. Pero no es así. La soledad es un sentimiento mucho más fuerte y profundo que el amor, porque el origen del amor esta en el sexo, como reproducción de la especie, y el sexo, antes o después acaba por cansar. Por eso pocas parejas consiguen con los años mantener un cierto enamoramiento que trascienda mas allá de un cariño sincero.

Pasado un tiempo, el enamoramiento comienza a languidecer y lo que al final queda, si es que la separación y el olvido no lo han borrado del todo, es el cariño y quizás la amistad cultivados en el jardín de los recuerdos. Los intereses crematísticos son en ocasiones los que sustentan socialmente a la pareja, si no el despecho y el odio que son como otra forma de amor en negativo. 

Así que, la soledad siempre acaba volviendo para enfrentarnos al hecho determinista de que, nacemos solos, vivimos solos y morimos solos, y que el recurso al amor y a la amistad solo fueron sino una ilusión momentánea que, nos permitió sortear por momentos, el peso de nuestra innata soledad.

Erich Fromm decía que paradójicamente, ser capaz de estar solos es la condición fundamental para ser capaz de amar. Pero ello solo está a la altura de los grandes hombres, de los héroes y de los santos, de aquellos que, superando las condiciones y determinaciones de la herencia, (semidioses los llamaban en la antigüedad clásica) dejaron casi de ser humanos. Obviamente no es mi caso.

Y sabiendo todo esto, la segunda pregunta sería: ¿Por qué una y otra vez volvemos a intentarlo? Ese impulso primitivo es la herencia milenaria del camino perdido en el tiempo que nos hizo hombres y que nos marcó con la llama de la pasión práctica, la del erotismo que acababa en el sexo reproductor y que la cultura y los poetas la sublimaron, convirtiéndola en pasión poética, en artificio, en espejismo y en la sociedad actual en entretenimiento y en espectáculo, cuando no en negocio y comercio. 

Y no me refiero solo al amor mercenario, sino a las distintas manifestaciones del amor en pareja, consagradas incluso socialmente por la propia iglesia. Y es que en una sociedad de clases donde se ejerce el dominio a través de las diferentes formas de poder, todo amor es mas o menos mercenario, basado de una u otra manera en una transacción impuesta por el que domina, con el beneplácito de la estructura social. 

A eso lo llaman matrimonio tanto en occidente como en oriente, en EEUU como en Pakistán.
En nuestra sociedad burguesa, se dice que el amor es cosa de la juventud, cuando todavía no pesan los recuerdos ni la memoria y la capacidad de soñar no ha sido todavía apagada por la vida. Pero el amor es un trance de la ensoñación que va unido a la capacidad de soñar y ese no es un privilegio de ninguna edad. El soñador enamorado sueña el amor convirtiéndolo en un sueño romántico.

Sin embargo, con los años, en esta sociedad de derrotados, la ensoñación retrocede aplastada por los recuerdos. Así, cuando un viejo sueña se dice que es un viejo loco al que se le ha ido la cabeza. Los amores de los viejos se juzgan socialmente como ridículos, pero… ¿qué amor no es un amor ridículo? Algunos viejos también soñamos y cuando nos miramos al espejo no reconocemos el rostro que aparece reflejado. Seguimos pensando y sintiendo como adolescentes románticos. Perseguimos con la mirada el cuerpo grácil de una bella joven y nos quedamos colgados con un sueño de ella. 

Nos tachan de mirones, de pervertidos, de fisgones, de viejos verdes, pero solo somos soñadores. Cuando un viejo enamorado rehace de nuevo su vida con una chica mucho más joven, los hijos del anterior matrimonio se oponen, tachándolo de disparate de un viejo gagá o de un loco. Porque el viejo lo que tiene que hacer es sacar a los nietos a pasear al parque.

Para la sociedad la pasión amorosa acaba con la vejez. Es como si la jubilación en el trabajo supusiera también el fin de la posibilidad del enamoramiento. Pero muchos viejos seguimos, en nuestra soledad, soñando. No lo podemos evitar. Soñar forma parte de nuestra naturaleza de humanos. Porque nacemos de un sueño de amor de nuestros padres , vivimos el ensueño de la vida y morimos soñando.

En todas las mujeres con las que, de una u otra manera, he convivido a lo largo de mi vida, he ido buscando a la mujer ideal de mis sueños. Creo que esto es común a todos los hombres y mujeres. Un ideal que nunca supe concretar, ni a mí mismo, que perseguí tanteando una y otra vez por el túnel de las pasiones, y que obviamente nunca encontraría. 

Ahora sé que aquel afán era una quimera, pero, sin embargo, en todas aquellas mujeres encontré algún rasgo, de ella. Ese algo fue lo que me hizo cada vez enamorarme y lo que, desde la distancia, hoy me hace pensar en que, la suma de todos aquellos rasgos o destellos en una sola mujer, habría sido, de alguna manera, el amor de mi vida.