Más viejo que el uso de andar parado.
Más viejo que Matusalén,
que un solar en Amagá.
Más viejo que un solar en Cartago.
Es más viejo que el sancocho.
Es más viejo que una canción de Pedro Vargas.
Es tan viejo que es mayor que el papá.
Ya no le falta sino mudar de lengua.
Nació cuando el arco iris estaba todavía en blanco y negro.
Nació cuando las culebras andaban paradas.
Nació cuando el corazón de Jesús estaba de pantalón corto.
Nació cuando el mar muerto apenas estaba enfermo.
Nació cuando el río Medellín apenas venía por la estrella.
Es tan viejo que le tocó pagar servicio militar con lanza.
¡Más viejo que el tiempo del ruido!
De los anteriores refranes, siempre me llamó la atención el del “tiempo del ruido”. Todos los demás los comprendía a la perfección, pero de este nadie me daba explicación alguna
Obviamente el refrán da a entender que en algún tiempo muy lejano, en alguna época de nuestra historia, se sintió un gran ruido que trascendió más allá de la parroquia.
A veces llegué a creer que la explosión volcánica de Krakatoa, a finales del siglo XIX, un 27 de agosto de 1883 hubiese sido escuchada por nuestros bisabuelos, dando origen a este dicho tan arraigado en nuestro pueblo Colombiano. No parecía descabellada mi hipótesis, dadas las catastróficas características de este fenómeno:
“La isla explotó con una energía de 200 megatones, o sea 10.000 veces más poderosa que la bomba de Hiroshima (apodada por los norteamericanos Little boy). La explosión se oyó hasta en Madagaskar y en Australia (ambos a unos 7600 km. de distancia).
– ¿Amita (Abuela), cuando fué el tiempo del ruido?, ella siempre me decía que su abuela también lo mencionaba pero que ella tampoco nunca supo el origen del refrán.
Así las cosas el origen de nuestro ruido se remontaría a mucho antes de 1883 y mi momentánea teoría quedaba totalmente descartada.
Recordé entonces otra explosión aún más poderosa ocurrida en nuestro planeta, El suceso de Tunguska, tan terrible que derribó personas a más de 400 kilómetros y arrasó 2.150 kilómetros cuadrados de bosque.
La energía liberada se ha establecido mediante el estudio del área de aniquilación, en aproximadamente 10 o 15 megatones . Esta podría ser otra explicación a nuestra incógnita.
Consulté entonces al Gurú de nuestra época: Mr. Google, Wikypedia entonces me reveló que este suceso de Tunguska ocurrió el 30 de junio del año 1908, sobre las proximidades del río
Podkamennaya en Tunguska (Evenkía, Siberia, Rusia) en la posición
60°55′N 101°57′E / 60.917, 101.95 60°55′N 101°57′E / 60.917, 101.95 a las 7:17 del día.
Esto era entonces muy reciente y descarta esa posibilidad. Pero que tontería, actualmente no hay que elaborar tantas conjeturas ni recalentar la materia gris, bastó consultar un buscador, que comenzó a mostrarme la posible respuesta.
Menos de un cuarto de hora de terror apocalíptico en Santa Fé de Bogotá bastó para crear una forma de nombrar el pasado y para mostrar cómo se pueden fundir la leyenda y la historia.
Hace mucho tiempo, el 9 de marzo de 1687, transcurría la noche con la serenidad de siempre en la pequeña Santa Fe de Bogotá. Como era habitual en aquella época, todas las actividades habían cesado y sus habitantes reposaban en sus casas.
Pero hacia las 10 de la noche empezó un extraño y estrepitoso ruido que despertó y sacó a la gente de sus casas. Nadie sabía de dónde provenía, algunos creían que procedía de la tierra, otros del aire o del cielo. Lo cierto es que ese ensordecedor bramido, que no era un terremoto, se prolongó al menos por un cuarto de hora. Así nació en Colombia el famoso referente de "los tiempos del ruido".
El efecto fue inmediato. En menos de nada la ciudad se transformó en un hervidero de aterrorizados habitantes que sin saber a ciencia cierta qué sucedía, pero con el temor de estar sufriendo un castigo de Dios; tal vez el juicio final, corrían despavoridos por las oscuras calles capitalinas.
Joseph Cassani, un cronista jesuita que describió el acontecimiento en 1741, narra los primeros instantes así: "No es fácil referir la turbación y conmoción de aquella noche; sólo aquella prosopopeya, con que nos representan los predicadores el día del Juicio, puede presentarnos alguna explicación de lo que físicamente sucedió la noche del espanto: la gente toda fuera de las casas, por el temor de que se venían abajo.
Unos medio vestidos, como estaban en sus posadas; otros enteramente desnudos porque estaban ya acostados; y todos gimiendo y clamando misericordia, discurrían sin tino por las calles. Nadie sabía dónde iba, porque nadie sabía dónde estaba. Todos clamaban al Cielo, porque veían que les faltaba la tierra". En aquella época, el barrio de Las Nieves quedaba fuera de la ciudad, hasta allá corrieron en busca de refugio los vecinos de la Plaza Mayor. mientras que los vecinos de Las Nieves huyeron hacia el centro. Aquella noche reinó la confusión y el miedo.
La división del tiempo.
Este ejemplo de alucinadas creencias emparentadas con catástrofes apocalípticas no es único. En algún momento de su historia colonial, muchas ciudades tuvieron acontecimientos similares. Pero lo que hace particular a este caso, conocido en su época como el "ruido de Santa Fe Bogotá", fue el que trascendió al tiempo y quedó en la imaginación popular, mientras que otros hechos similares se perdieron. Una de las características de la mentalidad de la época era el temor al Dios castigador y la fe ciega en el pronto juicio final.
El clima de pesimismo sobre el futuro físico y moral de la humanidad, tan propio de estos siglos barrocos, y las precarias condiciones de vida, permitían que en tiempos de crisis, la sociedad fijara su atención sobre acontecimientos
sobrenaturales, como este, y los interpretara como resultado de una intervención divina.
La reacción de la colectividad, el miedo a lo maravilloso y lo desconocido, se convertían en un personaje histórico. Así nació uno de los imaginarios más relevantes de la colonia: un poderoso miedo a lo sobrenatural que estableció culturalmente una marca en el tiempo como referente de algo pasado. Literalmente, el ruido partió el tiempo bogotano en dos.
Un cuarto de hora bastó para crear el caos. Según la narración de Cassani, la ciudad no se había recuperado del primer impacto cuando el desorden ya era tal, que el presidente Sebastián de Velasco organizó a sus hombres de armas para recorrer los barrios, pues entre las primeras conjeturas se pensó que el ruido era artillería de alguna invasión enemiga, aunque improbable debido a la lejanía de la ciudad de los posibles puertos de desembarque.
Sin embargo, pese a esta postura escéptica, la mayor parte de la población pensaba que se trataba de un castigo de Dios y que el ruido eran los mismos diablos que en hordas avanzaban sobre la ciudad por el aire. Pero el jesuita que narraba este hecho afirmaba que estas eran creencias del vulgo y que muy seguramente el ruido lo había producido un"aire" volcánico que "reventaba para salir". Estos hechos dejan al descubierto los miedos de aquella época: la naturaleza, que engaña los sentidos; la ciudad, una 'Babilonia' de pecados asediada por 'demonios' que no aseguraba una relativa tranquilidad a sus habitantes; el invasor, el asedio a la Corona española y a la estabilidad de sus reinos; el miedo al siempre presente "final de los tiempos".
La santa Bogotá.
La certeza generalizada de que se trataba del juicio final aumentó durante el tiempo que duró el ruido, ya que "se esparció por el aire un pestilente hedor de azufre" que se sintió por varias horas. Esto confirmaba la presencia de los demonios pues, según la creencia popular, este era el olor característico del infierno. Así pues el ruido había sido provocado por el diablo. Es más, hay quienes oyeron a los demonios proclamar blasfemias mientras surcaban el cielo.
Según Cassani, los efectos morales en la población santafereña fueron imponentes. Aquella noche las iglesias y los conventos debieron abrir sus puertas. Todos los lugares sagrados se abarrotaron de aturdidos habitantes que querían confesar sus pecados: "Desde aquella noche empezaron las confesiones, porque todos y cada uno temía le faltase el tiempo para reconciliarse con Dios, y aquella imaginación de que era llegado el último día de los mortales, les ocupó dichosamente los corazones...". Las confesiones duraron más de ocho días, mientras tanto la restitución de "honras, haciendas y famas", la reconstrucción de matrimonios y otras virtudes, predominaron entre los habitantes.
Bogotá era una ciudad que rebosaba santidad. Según el narrador aún muchos años después de este acontecimiento, todos los 9 de marzo se hacía un acto público en el cual se descubría el Santísimo Sacramento durante toda la tarde hasta las 10 de la noche, hora en que había comenzado el ruido.
El supuesto acontecimiento no quedó allí. Durante los dos siglos siguientes muchos escritores hicieron alusión al hecho casi en los mismos términos de Cassani: José María Caballero, en su diario de comienzos del siglo XIX; José Manuel Groot y Vargas Jurado, entre otros, narran el suceso casi con las mismas palabras. Realmente hay una sola fuente, Cassani, y lo que hace sospechosa esta descripción es que ningún otro cronista de la época hace mención al ruido.
Es posible que el cronista hubiera tomado un hecho más o menos insignificante para escribir una historia cercana al juicio final que pretendía moralizar a los incautos santafereños de mediados del siglo XVIII. Sin embargo, su cuento fue tan impactante en las siguientes generaciones que creó un imaginario que con el tiempo transformó "el ruido de Bogotá" en "los tiempos del ruido" para hacer alusión a algo que ocurrió en tiempos remotos o para ponderar la antigüedad de algo. No fue tan corto el ruido. Un cuarto de hora bastó para crear una forma de nombrar el pasado, y para dejarnos ver cómo se puede fundir la leyenda y la historia.
*Profesor asociado, departamento de historia, Universidad Javeriana.
Un reconocimiento muy especial al profesor Jaime Humberto Borja.