Los niños del tiempo de upa contábamos los días que faltaban para la navidad. Soñábamos con ella añorando su alegría, el olor de la natilla, los buñuelos y las hojuelas. Comenzaba la expectativa de la llegada del niño Dios cargado de regalos, los cuales en forma inexplicable y mágica metía debajo de las almohadas de los niños sin despertarlos.
Una noche de navidad yo estaba resuelto a conocer al niño Dios cuando entrara a mi cuarto a dejarme sus regalos, para lograr esto elaboré un plan que no podía fallar y se lo conté a mis padres. Extendí por toda la habitación delgados hilos atados a tarros y latas, de manera que el ruido delatara a quien entrara al sitio y así yo pudiera verlo. Me acosté aferrado a mi almohada por si lo primero fallaba entonces el menor movimiento de esta me despertara.
La posibilidad de quedarme en vela la descarté. En ese entonces los niños estábamos diseñados con algún tipo de circuito que nos desconectaba a más tardar a las 9 de la noche. Pero analizando el plan que tenía, veía que era perfecto, ese año iba a ver al niño Dios frente a frente y de solo imaginarlo se me erizaban los pelos.
Los mayores estaban muy contentos y no paraban de cantar y bailar, el vino y los manjares mostraban que ese año la cosecha había sido buena. No eran más allá de las 8:30 de la noche cuando mi madre nos llevó a mi hermano y a mí a nuestro cuarto. Entramos léntamente, cuidándonos de no activar la rudimentaria alarma. Me acomodé en mi lecho según lo planeado ocupando el mayor espacio posible, las piernas abiertas extendidas y aferrando mi almohada con todas mis fuerzas, Niño Dios este año te pillo.
Como les dije, los niños de entonces nos dormíamos con solo poner la cabeza en la almohada.
Afuera en el patio sonaba la música y las risas y estallaban los petardos navideños, pero eso no era óbice para conciliar el sueño.
El otro día llegó en un instante, abrí los ojos incrédulo, el niño Dios tenía que ser muy avispado pues había burlado todas mis trampas, revisé presuroso bajo la almohada y no hallé nada, mi hermano desde su lecho me aconsejó que buscáramos debajo de la cama, me dijo que a veces los regalos no caben debajo de un pequeño almohadón. Nos tiramos emocionados al piso casi seguros de que este sería el caso y tampoco hayamos nada.
Por poco me pongo a llorar, yo había espantado al niño Dios con mis bobadas y ese año no tendríamos regalos, con nuestro aspaviento entraron nuestros padres haciendo sonar estrepitosamente la singular alarma. Corrí a abrazar a mi mamá con lágrimas en mis ojos: Mamá, por mi culpa el niño no nos trajo nada..., ella me interrumpió diciéndo: Como se te ocurre, lo que pasa es que él este año los dejó en la poltrona del corredor. Allí estaban como nos dijo mamá; a mi hermano le trajo un hermoso trencito rojo de cuerda y a mi un triciclo rojo mas grande que yo.
Tardé muchos años en comprender porqué en esa inolvidable navidad el niño Dios nos dejó los regalos en el corredor de la casa y no en la cama.
Ahora el viejo Noel es quien trae los regalos, y los niños cada vez más pequeños lo descubren con solo jalarle la barba.
Que tiempos aquellos.
* ¿De donde viene el dicho: más viejo que el tiempo de upa?
Buscando un poco encontré que este dicho lo usamos no solo en Colombia, si no en otros paises latinoamericanos como Costa Rica, en un diccionario de Colombianismos encontramos:
Tiempos de Upa: En el tiempo del rey perico, en época muy antigua, es decir, cuando todavía se creía en la existencia del "upa", árbol fabuloso al que se le atribuían poderes.