Blog que se respete invita escritos de grandes pensadores y escritores del mundo, yo no puedo ser ajeno a esto, me gusta incluir en mis retazos, las cosas que leo y me gustan, este es el caso de Hector Abad Faciolince, un hombre que piensa libremente, sin compromisos y escribe con valentía sus opiniones, que en mucho, son muy parecidas a las de casi todos los Colombianos, haciendo la salvedad de que personalmente en otras diferimos abiertamente.
Hoy es mi invitado, aunque el aún no lo sepa.
Nació en Medellín, Colombia. Allí realizó estudios —todos inconclusos— de medicina, filosofía y periodismo. Después de ser expulsado de la Universidad Pontificia Bolivariana (por un artículo irreverente contra el Papa) viajó a Italia, donde se graduó en literatura moderna. Regresó a Colombia en 1987, pero ese mismo año, después de que los paramilitares asesinaran a su padre y de recibir amenazas contra su vida, se refugió en Italia, donde fue lector de español hasta 1992. Nuevamente en Colombia, trabajó como traductor de italiano e inició su carrera de escritor.
Ha publicado tres novelas: Asunto de un hidalgo disoluto (1994), Fragmentos de amor furtivo (1998) y Basura (2000), con la que obtuvo el Primer Premio Casa de América de Narrativa Innovadora; el libro de cuentos Malos pensamientos (1991); uno de viajes, Oriente empieza en El Cairo (2001), y un libro de género incierto, Tratado de culinaria para mujeres tristes (1996). Existen traducciones en inglés, italiano, alemán, portugués y griego de algunos de sus libros. Actualmente trabaja como columnista en la revista Semana de Bogotá. Algunas de sus obras son:
El olvido que seremos, Angosta, Basura, Fragmentos de amor furtivo, Tratado culinario para mujeres tristes
BREVE RESUMEN DEL PAÍS COLOMBIA
BOCETO PARA UN RETRATO
Por: Héctor Abad Faciolince
Una revista mexicana les pidió a varios escritores del mundo que hicieran un breve retrato de su país. Héctor Abad Faciolince hizo uno sobre Colombia.
Colombia me parece un buen resumen del mundo. Una élite prevalentemente blanca en el color de la piel, que constituye un poco menos del 10% de la población total, que vive en los climas más fríos y ocupa las tierras más fértiles, es dueña del 80% de la riqueza general (las minas, la agricultura, el ganado, los bancos, las industrias) y controla el poder político. Otro 40% de la población, un poco más oscura en su aspecto exterior, trabaja duramente, más que para llegar a ser élite, para no caer en la pobreza del otro 50% de la población, que vive en las tierras más cálidas y menos fértiles o en las partes más duras de las ciudades, que es negra, india, mulata o mestiza, y que nunca está del todo segura de poder comer o de tener agua limpia al día siguiente.
El primer mundo desarrollado (espejo de Europa, Estados Unidos y algunas partes del Lejano Oriente) está representado por esa élite de piel clara, que se aprovecha de las materias primas y de la mano de obra barata del resto del país. Viven bien, comen bien, estudian en los mejores centros, tienen excelentes hospitales y se mueren de viejos. La clase media, los pequeños empleados, algunos obreros con buenos contratos, son el espejo de los países emergentes como México o Brasil. El 50% de los pobres que apenas sobreviven, se parecen a África, a las regiones y naciones más pobres de Oriente, y también, por supuesto, a la misma América Latina menos desarrollada. Así es el mundo, y Colombia se parece mucho al mundo, en tamaño pequeño.
Recorrer Colombia es una bonita experiencia sociológica: si uno empieza por el Norte, en el desierto de La Guajira, podrá visitar la mezquita de Maicao, comer quibbes como los del Líbano, ver mujeres de origen árabe con velo musulmán y hasta deleitarse al postre con las waclavas de miel y frutos secos. Si atraviesa las fértiles llanuras de Córdoba, Bolívar y Sucre, encontrará inmensos hatos de ganado Brahman, traído de la India hace más de un siglo, con sus morros henchidos de grasa y carne, y con la parsimonia envidiable de las vacas sagradas. Si se trepa por la cordillera de los Andes encontrará valles alpinos con ganado Holstein o Jersey, como en Suiza, Inglaterra o Canadá, e incluso campesinos de ojos azules que ordeñan las vacas y hacen queso en las montañas de Antioquia.
Si se hunde en las selvas del Chocó podrá sentirse en África de repente, con unos negros grandes y dulces que llevan la música por dentro y la pobreza por fuera, aunque con gran dignidad. Si se atreve a internarse en las selvas amazónicas, se sentirá en partes del Brasil, con ríos inmensos y parsimoniosos, árboles innumerables, calor intenso y bichos raros. Si va a los departamentos del Cauca y Nariño, en el sur, podrá figurarse que está en Bolivia o en Perú, con indios que vienen de ramas remotas de la familia quechua, cuyo imperio se extendió hasta allí, pero que hablan lenguas locales que Evo Morales no entendería.
Y en este viaje imaginario encontrará también, por supuesto, aquello que se considera más típicamente colombiano: plátanos y yuca en tierra caliente, cafetales y pájaros en tierra templada, campos petroleros y minas de oro y carbón explotadas en general por inmensas transnacionales europeas o norteamericanas, plantaciones de mata de coca con mafiosos que matan por defender las rutas de su cocaína, guerrilleros salvajes que secuestran y extorsionan, paramilitares sanguinarios como nazis, un Ejército que no pocas veces comete crímenes tan horrendos como los de los grupos ilegales, y un Estado que, según se acerque o se aleje de las grandes capitales, es capaz de controlar o no el territorio de la nación. ¿Qué nos falta en esta rápida descripción geográfica del país? Dos largas costas, la del mar Caribe y la del océano Pacífico, entre delfines y playas coralinas, hasta tibias bahías escogidas por las ballenas que van y vienen de los polos para hacer ahí, en el centro de su recorrido, esos ruidosos y salvajes apareamientos que los humanos llaman el amor.
Algún puerto industrial, como Barranquilla, donde judíos y árabes conviven y compiten por el comercio; una ciudad de belleza legendaria, Cartagena de Indias, en donde el centro se parece a Andalucía y la periferia a Bangladesh; y por último el puerto más feo de todo el océano Pacífico, Buenaventura, en donde la ventura está siempre al borde de convertirse en desventura.
Colombia es también, como el mundo, un país de ciudades en el que la mayoría de la gente vive en humeantes conglomerados urbanos acromegálicos y no en el campo. Lo distinto estriba en que, a diferencia de la mayoría de los países de Hispanoamérica, la capital del país, Bogotá, no se roba la casi totalidad de la población urbana, sino que pululan las ciudades con más de un millón de habitantes: Medellín, Cali, Barranquilla, Pereira, Cartagena, Manizales.
Salvo los puertos, la mayoría de estas ciudades (y por ende de la población del país) está en las cordilleras, en altos valles o en altísimos altiplanos.El motivo es muy simple: el clima duro del trópico, la humedad y los insectos de las tierras bajas se soporta mucho mejor en la altitud de las montañas. Por eso tenemos un país muy extenso, pero al mismo tiempo muy densamente poblado en la cordillera y casi desierto en las llanuras y en las selvas.
El 98% de los colombianos hablamos en castellano. Las variedades de nuestro español dependen de si estamos cerca del mar, de cara al mundo, o aislados en las montañas, pero en general podría decirse que, quizá por estar nuestro país a mitad de camino entre el Río Grande del norte y el Río de la Plata, nuestro castellano tiene una cadencia bastante comprensible para casi todos los que viven en el ámbito de la lengua. A esta aparente neutralidad de nuestra variedad lingüística se debe tal vez ese lugar común que dice que hablamos el español más hermoso y correcto de América. La política nos apasiona, como a los ciudadanos de cualquier parte del mundo, y también tenemos la ilusión de que la vida depende del cambio ritual de los gobernantes.
Desde hace más de seis años nos gobierna un terrateniente antioqueño de baja estatura, ojos claros y buenos modales (aunque los pierde con facilidad cuando se enoja, y se enoja mucho).
Un requisito tácito para pertenecer a su gabinete es haber padecido secuestros o asesinatos a manos de la guerrilla. Muchos de sus ministros han tenido esa trágica experiencia, en la propia piel o en la de familiares y amigos muy cercanos. Eso los hace odiar, con razón, a las Farc, empezando por el primer mandatario, cuyo padre fue asesinado por esta banda de narcotraficantes que se hace pasar por guerrilla revolucionaria.
Bueno, es ambas cosas, una guerrilla degradada a mafia que no deja por eso de ser a ratos una guerrilla con ideales rebasados por la historia. Uribe fue elegido por la mayoría de los colombianos para derrotar a ese grupo, las Farc, del cual el 95% de la población estaba harto. Lo ha logrado en parte, pero a costa de perdonar demasiado a los paramilitares y a costa de gastarse la mejor tajada del presupuesto en fortalecer al Ejército.
Casi nadie, ni yo mismo, se opone a que derrote a la guerrilla. El problema es que al hacerlo se descuida lo más grave para nuestro desarrollo: la desigualdad y la miseria. Del 50% de la población pobre, de su condición inhumana, sale cada año apenas un porcentaje ínfimo, aunque constante. El agua sigue siendo impotable incluso en algunas de las regiones más lluviosas del mundo. No tenemos ni una sola autopista en todo el país. La educación pública es de muy mala calidad y no es universal.La gente desplazada del campo por la guerra se hacina en las ciudades en condiciones de vivienda y de vida intolerables.
El Presidente reza rosarios en público y no está muy interesado en el control de los nacimientos. Pero aquello para lo que fue elegido, aquello que prometió -derrotar a las Farc-, lo está cumpliendo, y por eso la mayor parte de la población lo apoya todavía con un fervor religioso. Escribimos libros, hacemos unas cuantas películas al año, ganamos una o dos medallas de bronce en los Juegos Olímpicos, somos buenos escaladores en ciclismo y tenemos una selección de fútbol que teme mucho hacer goles. Tenemos dos o tres cantantes populares que el mundo adora, aunque a mí no me entusiasmen. Nuestros tres escritores más grandes, en todos los sentidos de la palabra grande, viven en México (García Márquez, Mutis y Fernando Vallejo), como si el aire impuro del D.F. fuera fecundo para su prosa. Tenemos unos cuantos museos no muy buenos, pero de vez en cuando surgen grandes talentos aislados en la ciencia o en el arte. Somos unos 44 millones los que seguimos viviendo aquí, y otros 4 viven repartidos por el mundo, sobre todo en Venezuela, Europa y Estados Unidos.
El país es muy verde y su naturaleza no es nada pobre. Medellín, la ciudad en la que vivo, no es la peor de América Latina ni tampoco la más violenta, por mucho que en años anteriores haya sido la capital mundial de la mafia. Pasamos de 6.500 asesinatos al año a 650, y por eso nuestra tasa de homicidios es inferior a la de Caracas, a la de México e incluso a la de Washington.
No somos ni el infierno ni el paraíso. Somos un purgatorio que intenta arrancar almas de la perdición y aspira a seguir, aunque muy despacio, a un paso desesperantemente lento, el camino del progreso que otros llaman cielo.
A Héctor Abad lo leo todos los domingos en su habitual columna del espectador. Me parece un buen escritor. Para hablar de política y del presidente Uribe, sus comentarios son de poca profundidad y se queda en verdades a medias. En este articulo por ejemplo lo define como ‘un terrateniente de baja estatura, ojos claros y buenos modales”. Que importancia tiene para un estadista estos adjetivos tan superficiales? “Para ser ministro de su gabinete un requisito es haber sido victima del secuestro” : otra verdad a medias.
ResponderEliminarLa mayoría de los colombianos votamos por el proyecto político de la seguridad democrática, que obviamente vale un infierno de plata: esta descubriendo el agua tibia. No me imagino que estuviese haciendo Gaviria o Petro si fuesen presidentes en este momento para enfrentar a los paramilitares y el narcotráfico, seguramente no tendrían otra opción que enfrentarlos con las armas y acaparar el presupuesto nacional en defensa.
El libro de Abad, el olvido que seremos, titulo que saco de un poema de Borges que su padre asesinado tenia en el bolsillo el día de su muerte y que ha dado mucho de que hablar por su carácter premonitorio y por el misterio que encierra. La fecha que el poema fue escrito por Borges pareciera posterior a la muerte de su padre.
Disfrute mucho e ese libro que recrea la vida de una familia de clase media alta del barrio Laureles, y ese ambiente de la época, el cual viví sobretodo en mi infancia. De nuevo vuelve y arremete contra Uribe y lo cita 2 o 3 veces como para subestimarlo y definirlo de manera peyorativa, esta vez en lo que recuerda de la juventud de Uribe, al que define como un hombre pequeño y pendenciero, mal perdedor porque nunca pudo ganarse el amor de su hermana y porque armo un zafarrancho porque su candidata al reinado del colegio perdiera la corona de las fiestas del colegio Salesiano y la hermana de Héctor ganara contra todas las estadísticas y contra el poder económico que Uribe representara en el colegio. Uribe es expulsado y tienen que terminar su bachillerato en el liceo Jorge Robledo, al que en mi época le decían el gallinero.
Yo creo que ni a los peores enemigos de Uribe se les ocurre una descripción tan ramplona que solo destaca apartes de la vida de un hombre que queramos o no queramos es una figura muy importante en la historia de Colombia.
Así pues que me quedo con Abad cuando habla de lo divino y lo humano, de filosofía, de historia, de literatura, o en sus novelas cuando no son autobiograficas. Tiene muy poco humor y cuando lo saca al parecer es para vomitar esas ironías y un resentimiento que parece un disco rayado: contra la iglesia, contra los que rezan, en fin, si el presidente hace 4 rosarios al día es su problema, la religión es un asunto personal. A nosotros, al pueblo colombiano nos importa es su desempeño.
Así que prefiero leer a enemigos del presidente que al menos tienen más argumentos y un humor mucho mas fino como Alfredo Molano y Antonio Caballero. Al menos no son tan tibios como Abad para sus críticas. Ellos son radicales y categóricos, no se mueven en ese centro pseudo político que no es ni chicha ni limonada.
Pero ese es solo un aspecto de Héctor Abad, un best seller que le encanta sobretodo al público femenino y que le da rafting al diario el espectador. Desafortunadamente lo tienen que poner de opinólogo político, y el para la economía y la política mas bien flojon.
Saludos Darío
Hola el drummondvillano, mejor análisis imposible. El hombre es un buen escritor, su narrativa es excelente, la historia familiar en Laureles en esa época, que nos es común, más a mi que a usted por cuestión de edad, en el olvido que seremos me trajo muchos recuerdos de esa Medellín de antes. Lo de la época en que fué escrito el poema de Borges no tenía idea, siendo así es una incongruecia de la historia del libro de Abad
ResponderEliminarFaciolince.
Totalmente de acuerdo respecto a la crítica del autor contra nuestro presidente, criticar por criticar, sin análisis y pruebas de fondo es solo un cacareo en el gallinero, sus escritos al respecto desdoran su calidad literaria. Uno comprende que su tragedia personal causada en esa época desgraciada de gobiernos anteriores es merecedora de toda nuestra solidaridad y respeto, pero yo percibo que estamos en mejores tiempos, en los que el optimismo y el perdón son los sentimientos que reconstruirán a nuestra amada Patria.
A proposito de la tibieza de Hector Abad, mire lo que escribio hoy en el espectador, pareciera que hubiese leido mi comentario, que seguramente es comun al de muchos de sus lectores, esto dijo el Abad a la zorra:
ResponderEliminar"Se dice que uno debe tener una posición tajante y clara. Que quienes no lo hacemos somos unos tibios inmamables especializados en quedar bien con todo el mundo. Pues no: resulta que mantener el equilibrio es muy difícil. En realidad se queda mal con todo el mundo, en especial con fundamentalistas y fanáticos de parte y parte. Sin embargo me parece que en este caso conviene seguir una máxima muy sabia de mi amado Voltaire: “La discordia es la gran peste del género humano, y la tolerancia es su único remedio”. De lo contrario seguiremos viviendo a los mordiscos, como perros y gatos."
Saludos Dario, al parecer entre tus mas de dos mil visitantes aparecio el Abad.
Pues para mi sería muy agradable tener a un escritor tan talentoso como lector de mi blog, reitero que me gusta su estilo literario y su narrativa extraordinaria. Aclaro tambien que su artículo en mi blog lo inserté incolsultamente por encontrar en el muchos conceptos de gran interés, aunque aclaro que con algunos de ellos no estoy de acuerdo. Bien dice Hector Abad Facio Lince en su artículo de El Espectador, que todos no podemos de estar de acuerdo en todo y que la tolerancia es el único remedio para vivir en paz. Su posición ante el gobernante actual y sus seguidores me parece entonces poco tolerante y sobre todo poco objetivo, al resaltar sobre todos los aciertos del Señor presidente Uribe, los infundios sobre su responsabilidad en actos abiertamente antidemocráticos y desgraciados que han ensombrecido de cuando en cuando a nuestra amada patria. Si alguien tiene sobre cualquier ilícito más pruebas que comentarios de conventillo, pués está en la obligación moral y patriotica de presentarlos ante la fiscalía o ante de la autoridad a que competa según el caso, y si son comprobados difundirlo ante los medios ya con la seguridad de estar contando una verdad y no un simple rumor.
ResponderEliminarHola Dario, esta es la historia del poema de Borges que Abad encontrara en el bolsillo de su padre,
ResponderEliminarLink del espectador
http://www.elespectador.com/impreso/cultura/articuloimpreso147931-un-poema-el-bolsillo-i
Saludos
DANIEL
Que buena historia Daniel, al fin no era un poema de Borges, pero como dice el autor de el olvido que seremos, eso poco importa.
ResponderEliminarFué un punto de partida muy original para un hecho tan triste que esperamos nunca se repita.
Danubio.