viernes, 24 de abril de 2009

VUELO SECRETO

Después de un largo break, retomo mi obra original, este cuento o historia, como que me fué confiado por mi amiga Débora, la misma que me contó la historia de el berraco de Guaca y otras muy interesantes, ella me aseguró que conoció a los protagonistas de este relato y que todo ocurrió en realidad.



VUELO SECRETO

En los años 50 el barrio La América era poco más que un caserío, fincas dispersas por los lados de Belencito, barrio Cristóbal y San Javier La Loma, en el parquecito de la iglesia el comercio florecía a la sombra de grandes árboles de mango. Frente a la Caja de ahorros estaba el busto plateado de Bolívar, que miraba la antigua fuente de bronce anclada en el atrio del hermoso templo parroquial.

La panadería gloria deleitaba a las gentes de entonces con sus inolvidables pasteles de gloria y los niños comprábamos los recortes, que eran galletas cortadas en forma de animalitos y empacadas en chuspas color marrón, algunos paquetes traían de encima bolas de cristal , una maravilla.

Antes de llegar a la iglesia, en el costado sur de la calle San Juan, estaba la papelería El Pibe, atendida por una amable pareja. Donde hoy está el intercambio vial de la 80 estaban la panadería Pérman y el almacén Ley, al otro lado, donde después funcionaron los teatros de Royal Films: Capri y Odeón 80, había un tierrero en el que armaban de cuando en cuando una ciudad de hierro.

El lugar favorito de los novios era la heladería Noches de Luna, ahí fue donde Pedro Correa conoció a Lía, una preciosa muchacha cuya familia había llegado como tantas otras de un pueblo Paisa. Vivía en una finca del sector de San Javier La Loma, la misma que Pedro comenzaría a frecuentar asiduamente pues había quedado prendado de la agraciada chica. Pedro era el hijo mayor de un prestigioso Médico de la ciudad, por eso Pedro también había elegido esa noble carrera y solo estaba a un semestre de ser otro doctor de la famosa Universidad de Antioquia.

El romance funcionaba a las mil maravillas, y su mutuo amor se acrecentaba día a día, al menos hasta esa lluviosa noche en que Pedro llegó a la casa de Lía en el lujoso auto de su padre. Esa noche encontró a su novia muy extraña y nerviosa y cuando le preguntó que le ocurría ella le dijo que estaba muy cansada porque había viajado mucho la noche anterior.

Después de mucho insistir Pedro por una explicación a tan extraña respuesta, ella le confesó que en las noches mientras todos dormían, salía de su cuerpo y volaba a sitios distantes y maravillosos. El se rió., pensando que estaba tomándole el pelo, lo que disgustó mucho a Lía y la impulsó a ofrecerle una demostración.
- ¿Como es eso?, inquirió Pedro, ella entonces más calmada comenzó a explicarle y a instruirle sobre lo que debía hacer al regresar a su casa.

- Enciérrate en tu cuarto y apaga la luz, acuéstate boca arriba y con los brazos y piernas extendidas, trata de no pensar en nada y relájate, si algún pensamiento pasa por tu mente no lo atiendas, la mente es la loca de la casa y no cesa de divagar, no divagues con ella, solo déjate llevar por la nada. Entonces en ese momento yo pasaré por ti para que me acompañes en gran viaje.

Pedro, ya molesto ante tan descabellado discurso se despidió sin agregar ningún comentario al respecto y casi convencido que su novia estaba loca.
Estando ya en su casa, entró a su cuarto dispuesto a terminar su relación con Lía, pero no podía dejar en pensar en sus raras palabras. Que puedo perder, le daré el beneficio de la duda, se dijo, tratando de creérselo el mismo.

Se recostó en su lecho y se acomodó lo mejor que pudo, extendiendo sus brazos, con las palmas de las manos hacia arriba, extendió sus piernas y se sintió como el dibujo de el hombre de Miguel Ángel, como una estrella.

Reconoció entonces que de alguna forma, esa posición le producía una deliciosa sensación de paz y tranquilidad muy agradable. Estaba a punto de dormirse cuando escuchó un sonido entre las vigas del techo, al abrir lentamente sus ojos pudo distinguir sentada sobre la viga central a la mismita Lía, que lo miraba sonriente mientras con un suave ademán lo invitaba a seguirla, Pedro estaba seguro que estaba soñando, pero era extraño, estoy soñando y lo sé, nunca me había pasado esto.

Al tratar de levantarse, descubrió que su cuerpo flotaba en medio de una total ingravidez, voló entonces en pos de Lía que ya se había perdido entre la caña brava del techo, cerró sus ojos esperando el golpe…, pero no, al abrirlos pudo distinguir a Lía volando delante de el sobre los techos de su barrio, eran dos pájaros riendo y revoloteando sobre las luces de una ciudad que iba quedando cada vez más y más abajo.

Lía con mucha autoridad le dijo: - Vamos ya, y dicho y hecho comenzó a volar a gran velocidad hacia el noreste.
- Espera, le gritó Pedro, que temeroso de perderse se lanzó tras ella. En medio de la noche y bajo la luz de una luna llena Pedro divisó, montañas, ríos, caminos y poblados. Después de un tiempo indefinible solo veía el mar, un inmenso e interminable mar que reflejaba esa inmensa luna llena.
Estaban volando tomados de la mano cuando divisaron tierra y Lía cual pilota experta se enrumbó hacia un claro en medio de un bosque, se distinguían en aquel sitio las figuras de muchas personas danzando alrededor de una gran fogata.

Bajaron muy despacio hasta tocar tierra siendo objeto de la atención y bienvenida a aquel grupo, sobre todo las atenciones eran para Lía, que parecía ser muy conocida por ellos. Pedro optó por quedarse al margen de esa reunión y se retiró lo más que pudo para pasar desapercibido, no entendía que era todo aquello. Se plantó al fin al borde de ese claro, donde comenzaba la tupida arboleda, observando aterrado, sintiéndose indefenso y sin saber regresar.

Al son de tambores la danza se tornó frenética y comenzaron a desnudarse, Lía estaba como poseída, al punto que parecía haberse olvidado que Pedro andaba por allí. Se pasaban una gran copa de la cual todos bebían en abundancia presagiando lo que de pronto sucedió, de en medio del resplandor de la gran fogata surgió un ser aterrador, un gigantesco y fornido negro de facciones repugnantes y cuyas piernas velludas eran como las de un gran carnero y terminaban con unas patas con pezuña.

Toda la concurrencia aullaba de felicidad al ver al esperpento, formaron una gran fila y uno a uno comenzaron a besar el enorme trasero de la bestia, esa cosa de pronto volvió la vista hacia Pedro, y frunciendo disgustado el ceño lo señaló con su largo índice, mientras decía con un a voz grave y gutural:

- Hombre nuevo no besar mi culo…, todos dirigieron su mirada hacia el sacrílego, Pedro comprendiendo que la cosa se ponía fea saltó como cervatillo asustado hacia la espesura del bosque y corrió sin rumbo y sin mirar atrás durante mucho rato; jadeante y sin saber donde estaba se recostó en una roca que halló al lado de un pequeño lago, sintió que una mano tocaba su hombro y no pudo evitar lanzar un grito de terror, al volverse hacia quien lo había tocado vió a un hombre de túnica vino tinto de aspecto tranquilo que le dijo: - ¿En que puedo ayudarle?.
- ¿Dónde estoy?, le preguntó Pedro.
- En los jardines de Paris, como es que no lo sabes. Le respondió el desconocido.

Pedro entonces le contó todo lo sucedido y aquel ser le aclaró que había caído en un aquelarre o reunión de brujos y que la suerte lo había acompañado al poder salir vivo de ese trance., le repitió entonces:
- ¿En que puedo ayudarle?, Pedro sin dudarlo le dijo:
- Quiero volver a casa.

Entonces el hombre sonrió y le dijo que tomara una flor del jardín, señalando una en especial.
- Esa es la flor de los siete colores, tómala y guárdala. Pedro obedeció no sin antes admirarla, era una especie de vivos colores, como nunca antes había visto. Al guardarla con cuidado en el bolsillo de su camisa lo sorprendió el ruido de un timbre, abrió de nuevo sus ojos y respiró aliviado al ver que todo había sido un sueño, causado de seguro por los tontos comentarios de Lía.

El agua de la ducha lo revitalizó y se sentía invencible para la nueva jornada de estudio, salió de la ducha y al mirar la silla donde reposaba su pijama notó algo en el bolsillo de la camisa, metió su mano en el bolsillo y sacó algo extraño que contenía, al abrir la mano reconoció con pánico la flor de los siete colores.

Han pasado muchos años, Pedro rompió desde entonces su relación con Lía, terminó su carrera y se convirtió en un afamado médico cirujano.

Fué una vez que visité el consultorio del ya anciano doctor, donde vi por primera vez la flor de los siete colores guardada en un hermoso globo de cristal.

D.Z.R.