martes, 12 de septiembre de 2017

EL PAPA Y EL TAXISTA

Esta tarde tomé un taxi de regreso a mi casa y como cosa normal conversando con el conductor, don Iván Madrid, llegamos al tema de la visita del papa Francisco a Medellín.




Fotos de Iván Madrid

Muy emocionado me mostró unas fotos que le había tomado en el desprevenido encuentro.

Me contó que subía por la carretera de Las Palmas en su taxi sin saber que el papa Francisco no había podido viajar en helicóptero y venía desde Rionegro en un sencillo automóvil. Al ver la congestión parqueó su taxi y se llevó tremenda sorpresa cuando vio al papa pasar justo a su lado y aprovechó para saludarlo. Al verlo, el papa respondió a su saludo efusivamente. Nunca voy a olvidar ese hermoso momento, me dijo, mientras continuamos el viaje.

Al rato me envió las hermosas fotos que tomó cuando el papa pasó a escasos centímetros de su taxi, y que ahora son motivo de dicha para toda su familia.

ADIÓS AL AMIGO

"Tener un amigo no es cosa de la que pueda ufanarse todo el mundo". 
Antoine de Saint-Exupery 

Leonardo de Constantino nos comparte este bello texto en memoria de un amigo que partió. 
"Quiero recordar públicamente a un amigo pues creo que su ejemplo edifica a muchos".

Foto de: Leonardo de Constantino

Por estos días se cumple un aniversario más de su viaje definitivo. El viaje postrero de un ser vivo, muy vivo ( no en el sentido paisa ) que se murió de ganas de vivir, haciendo una de las cosas que más le gustaba, el senderismo, en la parte alta de la montaña que vemos a la derecha en la foto.

Con él acosumbré, en una época de mi vida, salir semanalmente a caminar, a trochar por las montañas aledañas al Valle de Aburrá. Las Baldías un día, el Romeral otro día, Aguasfrías, Piedras Blancas, o cualquier día, Alvernia, el mismo Manzanillo, el alto de la Polka, el Quitasol, Boquerón, Padre Amaya.... Me enseñó este amigo a amar mejor esta tierra. 

Era un deporte más del alma que del cuerpo.

A la cumbre que nunca fuimos fue al Escobero, a la derecha en la foto. Esa quedó pendiente. Y por allí tuvo su cita con su viaje definitivo. Por andariego y curioso, por descubrir nuevos caminos, perdió EL camino.

Literalmente "lo cogió la noche" y "lo agarró el frío". Caminaba y caminaba en la oscuridad para conservar su vida, y el calor de su cuerpo en ese casi páramo, y así se encontró con el manto de la noche y con el abrazo frío de la muerte.

"¿Hermano cuando volvés pues de Francia para que vamos caminar a una montaña de esas?", fue la última conversación telefónica que tuvimos. Me lo dijo con su sonoro acento paisa. Unos días después cayó como una semilla en la tierra, para crecer como un árbol. Cayó a un abismo oscuro, como oscuro e incierto es el abismo de la muerte. "Aunque camine por cañadas oscuras nada temo".

La hierba ha sido por antonomasia el símbolo del reposo, la apacibilidad y el descanso. Ahora su cuerpo descansa y yace en un cementerio de Aburrá, donde tomé la foto ( lugar que paradójicamente fue una finca donde vivieron mis abuelos y y tíos por un tiempo). 

Allí su cuerpo fertiliza este bello árbol, frondoso y amable como este querido amigo, hermano del alma, fecundo como su recuerdo fecunda y enriquece, hoy como ayer, la vida de muchas personas con su amistad, simpatía, rectitud, capacidad de escucha y de consejo. Además de su discreta ayuda a gente necesitada.

Él siempre supo que la maldad y la mentira existe, que hay gente, aún cercana, que no es de fiar. Pero su optimismo, su amabilidad nunca le hizo perder su alegría y generosidad. Mordaz y a la vez amable. Franco y a la vez servicial. Profundo y a la vez sencillo. Fue un hombre muy sociable pero profundamente libre.

Gracias a monsieur Vélez por su amistad. Gracias por enseñarme que en la vida se puede tener amigos, imperfectos como vos y yo, pero amigos. Que la lealtad existe, en un mundo donde la gente muchas veces no tiene amigos sino intereses o soledades acompañadas.

Hoy una amiga muy querida de él me compartió un poema qué él mismo escribió mucho antes de su muerte y que de manera impresionante, misteriosa, bella y conmovedora la anuncia:

"Y en mi noche postrera solitaria y oscura emprenderé un camino que yo nunca soñé... Y en el hondo silencio del bosque en la espesura, hundido en una fuente, en Dios descansaré".

Leonardo de Constantino.

lunes, 11 de septiembre de 2017

SALA DE URGENCIAS

Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único.
Agatha Christie.



En este largo trasegar por la vida y luego de tantos caminos andados y cimas escaladas me voy acercando a la séptima montaña.


Muchos senderos han sido planos, otros empinados y pedregosos. Tampoco han faltado pasos al borde de profundos abismos, ni las ocasiones en las que haya sido menester retroceder para corregir el rumbo. 



Y así, bien o mal, he llegado al borde de la séptima colina, esa que nos reta para que lleguemos a su cúspide cuando ya nuestra humanidad anda algo maltrecha. Es allí donde encontré un sitio que nunca había visitado y que siempre me había causado algo de temor. Un lugar al que solo llegamos cuando de repente algo anda mal y nos obliga a una minuciosa evaluación de nuestro vehículo físico.



Es un espacio blanco con corredores llenos de puertas que se van abriendo al golpe de la camilla. Al ingresar recuerdo una sucesión de imágenes frenéticas, mangueras que penden de tubos niquelados, bolsas de suero tambaleándose, rostros angustiados con gorras y tapabocas. Y en el cielo hileras de luces que parecen señalar el camino hacia la inconsciencia. 



En la sala de urgencias se define el albur de nuestro fin o trascendencia, del ser o no ser, del seguir o terminar.



Y todo esto lo asumimos con una pasividad y resignación que no soñábamos poseer. Las enfermeras entran y salen recogiendo muestras de nuestros fluidos. Los médicos chequean la presión, la oxigenación, los pulsos, los latidos, el comportamiento de la pupila ante la luz de una linterna. Me siento como un fórmula 1 en el laboratorio de pruebas esperando ansioso el dictamen final.



Y la sétpima montaña sigue allí, esperándome, la veo a través de la ventana y de la niebla que vaga por el aire.



No puedo definir si es agradable o desagradable estar ahí; lo que es innegable es que es necesario.



El doctor me pregunta:

¿Qué enfermedades padece?
¿A qué es alérgico?
¿Qué cirugías ha tenido?


Y así siguió con una larga lista, y mis respuestas siempre fueron “No”. Caramba, hasta entonces me enteraba de que yo era Supermán.



No me quieras ahora porque estoy enfermo, pues así tal vez no sea amor sino lástima. No me pobretiés, diciéndome o diciendo por ahí, “Pobrecito”. Es que eso no consuela, humilla.



No confundas la lisonja con el elogio, que aunque parecen significar lo mismo tienen un origen opuesto, una procede de la envidia y la mentira, la otra, del respeto y el reconocimiento sincero. Aún así no me llenes de elogios cuando me ves en este trance, solo necesito respaldo y compañía.



Esta vez parece que mi mal tiene remedio, espérame montaña que voy para allá . Adiós sala de urgencias.