viernes, 20 de marzo de 2015

MUSEO DE COLECCIONES REALES EN MADRID

MUSEOS
Alberto López



En medio de la arquitectura espectacular de los arquitectos estrella que todavía domina el mundo de la profesión, de vez en cuando, surge alguna obra que, a pesar de su gran entidad, relevancia y significado social, el autor, dominando los fantasmas personales de una imaginación desbordada que la educación elitista de nuestras escuelas ha sembrado en nosotros los arquitectos, ha conseguido realizar una obra equilibrada, contenida y adecuada al medio donde se implanta.

Este es el caso del que podía haber sido un proyecto faraónico más de la reciente arquitectura española de nuevo rico, que ha dejado una estela de cáscaras espectaculares vacías de contenido por toda la piel de toro, sin dejar una sola ciudad sin su correspondiente cagada. Pero por suerte para Madrid, no lo es caso.

Me estoy refiriendo al nuevo Museo de las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional, un proyecto pensado para acoger las obras artísticas y decorativas que con el dinero del pueblo adquirieron los Habsburgo y los Borbones, y que no han pasado a formar parte de los fondos del Museo del Prado.

Su autor, el arquitecto Emilio Tuñón, ha realizado una obra sencilla, elegante, contenida, adecuada a medio, a su topografía y a su historia, sin aspavientos ni concesiones al márquetin ni a la necesidad espectacular de agradar a las autoridades ni de atraer a las masas consumidoras de una arquitectura fotográfica, de lo sorprendente, lo inverosímil, lo circense, el entretenimiento y el espectáculo.

En un espacio singular por tantos motivos, entre el Palacio Real y la Catedral de la Almudena, la obra completa el podio de la cornisa que se asoma al río Manzanares, con una solución silenciosa que sabe someterse a la potencia de aquellas dos grandes moles de granito que, dejando al margen su desigual calidad arquitectónica, han pasado a formar parte del skyline del centro histórico de Madrid.

Me surge la pregunta de que hubiera hecho en este caso, una figura del star system como el laureado Frank Ghery (el de la peineta en la rueda de prensa de Oviedo, a donde llegó para recoger el Príncipe de Asturias de las artes, y en donde dijo que casi toda la arquitectura actual, salvando las suya claro está, era una mierda), autor del tantas veces ensalzado Museo Guggenheim de Bilbao, ejemplo paradigmático del colonialismo cultural yanqui que como la Coca Cola llega hasta el último rincón del planeta.

Supongo que el arquitecto canadiense, nacionalizado EEUU, habría tirado, como es su estilo, de repertorio de arquitectura espectacular, por encima del rigor y de la coherencia espacial y arquitectónica, olvidándose del lugar o reinventándolo de nuevo al servicio de su obra. Pienso que como en Bilbao, primaría la imagen de la cascara buscando agradar a los locales políticos paletos y a las masas incultas y desinformadas que… ¡oh gran éxito para la ciudad regenerada!... acuden en motrollón a visitarlo, como una etapa más de su tour turístico, entre un bacalao a la vizcaína en el restaurante Arzak de San Sebastián y una visita relámpago a la Catedral de Burgos.

Así de superficial es nuestra sociedad espectacular de consumo y así es también el Museo de Ghery al que las aguas del tiempo, como he dicho en otros foros, sabrán poner en su sitio. Mientras, desde nuestro rinconcito tercermundista, solo nos queda rezar añadiendo en nuestros padrenuestros a Ghery y a los suyos, cuando le pedimos al Señor aquello de “líbranos del mal”…AMEN.

miércoles, 18 de marzo de 2015

MINIANCHETA Y OTROS CUENTOS

Cosas que leo.
De Crónicas de Elkin Obregón.
Crónicas / Elkin Obregón. -- Medellín : Fondo Editorial Universidad Eafit, 2013.


Elkin Obregón es conocido como caricaturista. Suya es una inolvidable tira cómica llamada Los Invasores. También ha cultivado una personal pasión por retratar en acuarela o en lápiz a los personajes que quiere, o también está entre sus gustos la tauromaquia, que ahora se ve cada vez más lejana. Su residencia de algunos años en Brasil y su dedicación apasionada a la literatura y la música brasileras lo sumergieron en el mundo de la traducción, en el cual es reconocido su trabajo sobre la obra de Nélida Piñón. Aunque el cuento que más lo cautiva es “La muerte y la muerte de Quincas Berro Dágua” de Jorge Amado, y sobre algunos poetas precisos en portugués tiene devoción. Esta emoción es comparable solo con lo que le produce la música colombiana tradicional y en especial Obdulio y Julián, de cuya evolución como dúo fue testigo.

Ninguno de estos oficios: caricaturista, retratista, traductor, lector empedernido, melómano, lo describe tanto como su capacidad para encender en torno suyo el fuego insigne de la tertulia. Su manera de oír, sus conocimientos sobre las materias más diversas, su total ausencia de pretensión cuando mete baza, reúne en torno suyo círculos dispares en edades, proveniencias, ideas y gustos, a los que Obregón recompensa bien con su conversación. El calor del aguardiente y el cigarrillo no están ausentes jamás de estas gratas “tenidas”, como él gusta llamarlas.


Miniancheta.

Me desperté de repente, sintiendo una presencia en el cuarto. Por la ventana (cerrada) se filtraban los acordes del Jingle bells, en versión de Frank Sinatra. Me incorporé a medias, y vi, sentado al borde de mi lecho, la figura de un visitante. Aunque soy ateo confeso, no pude evitar reconocerlo, a pesar de que su aspecto no era el de un niño; lucía casi adolescente, vestía un chaquetón de dril, camisa a rayas, jeans, y calzaba tenis marca Nike. Su aparición me intimidó, temiendo lo peor.

—No temas —me dijo, como si leyera mi pensamiento—. No he venido a llevarte. Yo estoy al margen de esos asuntos.

Tranquilizado respecto a ese punto, cobré ánimos para preguntarle:
—Y entonces, ¿qué te trae a mi casa, Joven Jesús?

—Solamente quiero que me dediques un libro tuyo —respondió. Y, sacando un libro del bolsillo de su chaqueta, me lo tendió sin añadir palabra.

Escribí una dedicatoria convencional, y firmé con mis iniciales, F. V.

—Pero —alcancé a musitar—, se trata de un libro muy anticlerical...

El Joven Jesús sonrió. —Esos son mis favoritos —dijo.


Dos cuentecitos de andar por casa
La isla al medio día

El sueño era terrible. El avión perdía altura, los pasajeros lloraban y se abrazaban, el capitán guardaba un total silencio, las azafatas, en un rincón, se unían entre sí como rosas marchitas. T. se preparó a morir, cerró los ojos, esperó el golpe definitivo. De pronto, nada pasó. T. volvió a mirar. Todos los pasajeros, en su sitio.  El avión volaba, plácido, sobre un cielo sin nubes. T. respiró, aliviado, y espió la ventanilla. Allá abajo, esplendente sobre el espejo del mar, radiante, La Isla a Mediodía, de Cortázar. Supo en ese momento que soñaba.


Courbet
(Para A. B., joven para siempre)

Soy fotógrafo y, para mi fortuna, ando siempre armado. La encontré a la salida de un teatro de Off Broadway.

—Beatriz –dije–, Veinte años ya sin verte. No has cambiado nada. Tomamos un vino en la esquina, evoqué emocionado los viejos tiempos.

Ella callaba. Vivía cerca, y sola. Subimos a su apartamento. Después, me atreví a pedirle que posara para mí, de pie, desnuda, como aquella noche memorable de Medellín. Sin decir palabra, se quitó la ropa, y ocupó su lugar, frente a la pared del frente.

—Sólo falta algo –objeté–. Un cuadro de Courbet, “El origen del mundo”, que había detrás de tu cabeza.

Fue por él a su habitación, y lo puso en su sitio. La foto salió perfecta. Era como haber detenido el tiempo. Finalmente, ella habló:

—No soy Beatriz. Pero nunca me he sentido tan amada.

Caímos sobre la alfombra de la sala, y pasó lo que pasó. Y Courbet fue por segunda vez nuestro celestino.

Nota para voyeristas: 
El origen del mundo de Gustave Courbet en: Erótica Universalis, Ed. Taschen, 1994, p. 533


Letanías

 Cuando alguien dice que se siente orgulloso de ser negro (peor aún, afrodescendiente), algo anda mal.

Cuando alguien dice (o al menos lo piensa) que se siente orgulloso de ser blanco, algo anda mal.

Cuando alguien dice que se siente orgullosa de ser mujer, algo anda mal.

Cuando alguien dice (o al menos lo piensa) que se siente orgulloso de ser hombre, algo anda mal.

Cuando alguien dice que se siente orgulloso de ser gay, algo anda mal.

Cuando alguien dice (o al menos lo piensa) que se siente orgulloso de no ser gay, algo anda mal.

Cuando alguien dice que se siente orgulloso de ser paisa, algo anda muy mal.

Cuando alguien dice que su canción colombiana favorita es “Soy colombiano”, algo anda mal.

Cuando alguien dice que no le gusta el teatro, porque le sabe a hígado de perro, algo anda mal.

Cuando alguien dice que no se siente orgulloso de nada, algo anda más o menos bien.


Inexistencias

1. A los cien años de la muerte de Rafael Pombo, casi todos los elogios apuntan a sus versos infantiles. Versos que en rigor no son suyos, simplemente los tradujo del inglés, y hasta creo que por encargo. Sus versiones son estupendas, pero son eso, versiones. Por cierto, fue además un gran traductor de poetas franceses, ingleses, norteamericanos, italianos. Todo se nos queda en alabar a Simón el Bobito. En realidad se llama Simple Simon. Y así, los demás…

2. Muchos caen en eso, pero no escribió Jorge Isaacs una novela llamada La María. Se llama así, con artículo adelante, un hospital para tuberculosos en Medellín. El nombre, sospecha uno, se inspiró en la heroína de Isaacs, cuya muerte la leyenda popular atribuyó a ese mal. No lo dice el libro, sin embargo, donde no se especifica la enfermedad que consumió a la dulce judía, novia de Efraín y, en algún momento, de toda América. Me incluyo.

3. "Todo vale nada y el resto vale menos", recitan los jubilados en sus bares y cafés, al calor del anís de Legrís, citando a León de Greiff. Nunca escribió esto el cantor de Bolombolo. "Todo no vale nada si el resto vale menos", se lee en su poema Balada de la fórmula definitiva y paradojal, dedicado a Jovica y a Tisaza, compañeros panidas.

4. Otras inexistencias. Aunque se lee algo parecido, "Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos" no aparece en el Quijote. Ni aparece "Elemental, mi querido Watson" en los relatos de Sherlock Holmes; como tampoco se describe al genial detective ataviado con la gorra de caza escocesa a cuadros que luego le han adjudicado ilustradores y cineastas. Por último, "Play it again, Sam" es frase jamás pronunciada en la mítica Casablanca, de Michael Curtiz. Se llama de ese modo una película de Herbert Ross (Sueños de un seductor, en español), protagonizada por Woody Allen, Dianne Keaton y el fantasma de Boogie.

 Después de esas inexistencias, una existencia. Hace unos años le aposté a una amiga cinco mil pesos (de los de antes), que Borges no era el autor de esto, "Me duele una mujer en todo el cuerpo", verso tan lamentable como antiborgiano. Perdí la apuesta. Sí, Borges lo cometió. También se mueren los médicos.

CODA Hace unos días, tratando de organizar mi exigua biblioteca, me topé con El buen salvaje, de Eduardo Caballero Calderón, para mí una de las mejores novelas colombianas de todos los tiempos. Dejando a un lado las de siempre, añadiría al menos dos, tan buenas como esa: Cuatro años a bordo de mí mismo, de Eduardo Zalamea Borda, y Catalina, de Elisa Mújica. Libros memorables, que ya pocos recuerdan, y que las editoriales de hoy olvidan y olvidarán. A propósito, le oí afirmar hace poco a Álvarez Gardeazábal que Pax, de Lorenzo Marroquín, era nuestra mejor novela. No será para tanto, pero el hecho es que también me la encontré en mis anaqueles (libro heredado, y nunca leído), y me propongo echarle una ojeada, por si acaso. Seguiré informando.

UC