sábado, 4 de octubre de 2014

DICCIONARIO PAISA - PRESENTACIÓN





Presentar el primer libro que uno logra editar, o en este caso autoeditar, ha sido para mi una novedad. Es algo parecido a celebrarle a una quinceañera su presentación en sociedad. Un ir y venir consultando donde conseguir las sillas, las mesas, los manteles, los pasabocas, buscar el sitio del evento, invitar a los amigos y a los interesados en el tema. Cuestionarse hasta como ir vestido a la ceremonia, pero esto último no es tan complicado para los paisas que al final lo resolvemos con un buen bluyín, unos zapatos y una camisa dominguera.

Es que solo es el primer libro, y no somos y a lo mejor nunca seremos famosos, ese no es el objetivo. No me gusta que el nombre del  autor esté sobre la importancia de su obra.

Se me ocurrió que presentar la obra en la biblioteca de barrio era una gran idea, pero no pensó lo mismo la coordinadora de ese sitio, que interpretó mi solicitud como oportunista y meramente mercantil. Me hizo sentir como un mercader expulsado del templo de Jerusalem a punta de rejo.

Pero eso no podía desanimarme, yo consideraba que el libro era bueno y merecía por lo menos una buena piñata para celebrar su llegada al mundo literario, y hasta tenía varios lectores ansiosos por leerlo, y para empezar, eso es mucho.

Resolví presentarlo en un espacio del edificio que administro, habitado por personas muy educadas, y no es por lamber.*

Se hizo la invitación entonces para el 4 de octubre de 2014 en ese lugar. Todo se preparó con mucho juicio y a las ocho de la mañana estaba dispuesto el lugar para la reunión. Esperaba que llegarían de veinte a treinta personas, pero igual estaba consciente que podrían ser menos, unas cinco o seis, o de repente más, unas cien, como a veces ocurre en algunos eventos organizados en Facebook. Estaba decidido a que el libro sería presentado  a como diera lugar, lloviera o tronara.


Sábado 4 de octubre.

Pasé una noche casi en vela, analizando los detalles para que todo saliera bien. Ya desde la noche del viernes las sillas y los canapés estaban en el sitio, igual que los folletos, los botones y un libro extra que se les daría de "Ñapa"* a quienes compraran el diccionario. El amanecer de ese sábado fue nublado y hacía sospechar que a o mejor llovería. El plan aún así debería seguir adelante y había que visitar el sitio de encuentro para finiquitar los últimos detalles: Ubicar dos personas en la recepción, una para manejar el acceso y otra que se encargaría de los refrigerios.

También había que repasar el libreto con el presentador del evento, chequear la ubicación de los invitados especiales, que al final fueron todos.

Es que los asistentes, que no fueron muchos en cantidad, si lo fueron en calidad. La tertulia que sostuvimos al final es digna de publicarse, gracias a todos ellos, y aclaro, asistieron damas y caballeros, pero no quiero caer es esa expresión errónea de: "Todos y todas", o peor: "Los asistentes y las asistentas".

Esta fue la presentación del diccionario paisa, que sí o no bien escrita, si fue muy sentida.


MI TIERRA PAISA

Crecí en esta bendita tierra antioqueña, escuchando esas historias tradicionales como las del mayor el menor y el patojo, siendo beneficiario irrenunciable del testamento del paisa y de los cuentos de Peralta y compañía, salidos del genio de Carrasquilla. No menos cautivadoras eran las historias que contaban las muchachas del servicio, que en las noches, salpicadas por la titilante luz del fogón de leña, narraban historias de brujas y duendes, contadas con una voz trémula y aterradora.

Crecí en esa época en la que las calles principales de los pueblos paisas se enmarcaban con muros formados por montones de bultos de café, es que entonces, en el tiempo de la cosecha, el café traía una gran prosperidad y riqueza a los campesinos que lo cultivaban, y era tanto que no cabía en las bodegas obligando a que se acumularan los costales repletos del grano dorado en las mismas calles.
No era raro ver el parque lleno de café regado en el piso dándose un último baño de sol hasta  quedar completamente seco, solo se hablaba de café, todo olía a café y a fique de costales.

De niño tuve la fortuna de escuchar, de primera mano, las conversaciones de los montañeros que negociaban el precio de sus cargas.

Era el contacto directo con nuestro original hablao paisa.
El verbo negociar era y sigue siendo uno de los favoritos del pueblo antioqueño, y se conjuga  a su manera, no se negocia, se negocea.
Yo negoceo, tu negoceas, el negocea.

Es por esto que en este diccionario, muchas de las palabras las oí yo mismo al lado de esos muros de café que excedían mi estatura.

Los campesinos cafeteros eran gracias a la abundante cosecha de café y sus buenos precios: ACOMODAOS.  Igualmente eran muy cumplidores de sus deberes y muy ACOMEDIDOS. La palabra era la ley y se cumplía a pie juntillas, sin documentos notariales ni letras de cambio.

Las casas entonces tenían dos puertas, la principal, con POSTIGO, que se mantenía abierta; y la segunda, el CONTRAPORTÓN, que estaba unos metros  más ADENTRO. En las casa no faltaba la ESCUPIDERA, un pequeño recipiente que se ponía en la sala al lado de las visitas para que escupieran.

Lavamanos, lavamanos, como el que conocemos ahora no había, se usaba una mesa alta de madera con un agujero en el que se acomodaba una ponchera de peltre con agua, eso se llamaba AGUAMANIL, y servía para lavarse las manos y la cara.

Todos los días, al amanecer, como a las cinco o cinco y media de la madrugada pasaba por la calle un personaje muy asustador, vestido de negro, con una camándula en la mano  pregonando una petición, cual vendedor ambulante de los actuales, el decía: Un padrenuestro por las benditas ánimas del purgatorio, ese era el ANIMERO.

Elaborando este diccionario me TOPÉ con muchas coincidencias con el antiguo HABLAO Español, y no fue cosa rara, porque estas tierras del noroccidente Colombiano fue colonizado por gentes venidas de la  península. Y no solo fueron los conquistadores, también llegaron familias enteras en busca de una nueva vida. Por ejemplo a la región que es hoy Cañasgordas, llegaron los Guisao, los Restrepo, los Torres y los Rengifo, ellos comenzaron a construir el primer caserío en buena convivencia con los nativos, no eran conquistadores, eran colonos, y nos trajeron muchos de sus modismos.

La gente en Antioquia no está sana, está ALENTADA.
No tenemos papá y mamá: Tenemos AMÁ Y APÁ.
No abrazamos cuando bailamos: AMACIZAMOS.
No solo nos sentimos a gusto en un sitio: NOS AMAÑAMOS.
No  nos ponemos nerviosos, NOS ANERVIAMOS.
No perdemos el aliento: NOS ALCANZAMOS.
Al avaro le decimos: AMARRAO,  y al ventajoso acaparador AGALLUDO o ANGURRIOSO. El que no tiene dinero no está pobre, está ARRANCAO.
No miramos con disimulo: ATISBAMOS.
El peleador es muy ATRAVEZAO.o ARREVOLVERADO, y una pelea es UN BONCHE.
No nos untamos con el popó del perro, NOS CORTAMOS.
Lo que en los ricos es sarna, en los pobres es CARRANCHIL.

En fin, que de esta querida tierra nuestra hay mucho de que hablar, de su historia, de sus costumbres ancestrales y de su HABLAO. Espero poder publicar más adelante otro libro que incluya muchos apuntes que tengo sobre esto.

Este diccionario lo comencé  elaborar el día miércoles  9 de julio de 2010. Comencé a recopilar en el blog esas palabras que escuchaba de niño en mi pueblo, luego en ese Medellín, cuando era un pueblo grande, lleno de emigrantes provenientes de pueblos cercanos y lejanos, y hasta en mi propia casa escuché muchas de estas palabras. Muchas de estas han ido desapareciendo con el pasar de los años, por lo que considero importante consignarlas para que sean conocidas por las nuevas generaciones y recordadas por los que tuvimos la suerte de escucharlas.

Varios amigos y lectores del blog  también nos han compartido algunas palabras, entre esas, unas que nunca había escuchado, como ABOSTEZADERO: Algunas esquinas del pueblo donde se reunían los desempleados a la espera de ser enganchados para recolectar café.

De hecho hay otros diccionarios paisas, la mayoría como complemento de obras costumbristas. He tratado de dar a este, que hoy presento, unas definiciones más amenas que las tradicionales.

No es una edición de lujo, ni ahonda en historias etimológicas sobre el origen de nuestra lengua antioqueña. Son 48 páginas con algo más de 700 palabras, algunas fotos y dos o tres historias cortas extraídas del blog,

Como el palo no está para cucharas, esta primera edición en papel es una autoedición, maquetada e impresa en casa, muy a lo paisa. La carátula y empastada si fueron hechas por una empresa especializada, por cuestiones estéticas. La idea comenzó a generarse al ver el interés de algunas personas que directamente o a través de Facebook preguntaban por el libro impreso.

Gracias a todos por su interés, ya que gracias a esto aquí está esta primera edición.

Espero que este diccionario sea de su agrado y que lo disfruten mucho, les aseguro que muchas de estas palabras les traerán gratos recuerdos y les causarán una o muchas sonrisas. QUE VIVA ANTIOQUIA.

Juán José Agudelo, Eduardo Gallón, Mario Florez, Jorge Salazar

Juan José Gil, Frankelina y Nora Zapata


Beatriz E. Gómez, J. Gil, Nelly


lunes, 29 de septiembre de 2014

EL LIMBO

Regresa Alberto López  a la carga, ahora nos comparte esas dudas que muchos de nosotros igual tuvimos en la niñez y juventud, cosas que no cuadraban al analizarlas bajo la luz del sentido común. Muy entretenida manera de explorar la verdad a partir de nuestras propias dudas y temores.

Alberto Lopez
EL LIMBO

En mi pueblo, cuando nacía un niño, el padre se iba a toda leche a la parroquia para inscribirlo y bautizarlo, no fuera a ser que muriera sin recibir el sacramento y acabara en el Limbo, un lugar donde según los curas iban los que no podían acceder al cielo por no haber llegado a formar parte del pueblo de Dios.

Aunque el párroco, para suavizar el asunto, aseguraba que también valía el bautizo de urgencia llevado a cabo por cualquier cristiano, a la gente no le convencía del todo. Y es que no podía ser lo mismo hacerlo con un agua bendita, sobre la gran pila bautismal de la iglesia que con un chorro de agua clorada del ayuntamiento, en la pila de la cocina donde se acababan de lavar los platos.

Antes, la gente, lo del limbo se lo tomaba muy en serio. Sin embargo yo de niño, nunca conseguí llegar a entenderlo. Además me parecía una crueldad sin límites, que Dios se hubiera inventado un lugar para almacenar por toda la eternidad a unos bebes sin culpa alguna, que no pudieron ser angelitos, porque, quizás, el padre se quedó festejando con los amigos el nacimiento de su vástago en la tasca del barrio, y no llego a tiempo para bautizarlo.

Como yo había dejado sin bautizar a mis hijos, en el convencimiento que ese era un asunto que debieran de decidir ellos cuando fueran mayores y tuvieran criterio propio, en cierta ocasión en que toda la familia nos encontrábamos en la piscina, mi cuñada se puso de pronto como una loca a lanzar agua contra la espalda de mis dos hijos (que ya tenían más de veinte años) al grito de: ¡hala!...quiera o no su padre, ahora ya están bautizados… Mi cuñada es de las personas que sigue creyendo en el Limbo a pies juntillas, a pesar de que la iglesia católica (el Papa polaco) lo haya eliminado de su catecismo sin apenas significarlo, más o menos como de tapadillo, como si le diera vergüenza haberlo tenido tanto tiempo en vigor.

El Limbo es un invento bastante tardío del cristianismo, ya que no se encuentra en ninguna de las Biblias conocidas. Es una de esas cosas metida de matute, como suelen hacer los políticos cuando quieren colar algo en una Ley que tiene muy mala presentación y lo dejan para más adelante en el Reglamento (que, teóricamente, desarrolla aquella) donde siempre pasa más desapercibido. Pues eso, que el Catecismo es como el Reglamento de la Biblia, donde se colaba lo que en cada momento histórico convenía, sin tocar el texto de la Ley dictada por Dios.

La crueldad de enviar los niños no bautizados a un lugar siniestro como el Limbo (yo lo imaginaba como un espacio cúbico y amorfo, sin identidad y cubierto de una niebla como de algodón) donde los bebés estaban por estar, abandonados como paquetes de cerraduras en los estantes de una ferretería, donde, como bobos de pueblo, ni sentían ni padecían durante toda la eternidad, me resultaba una idea de una crueldad inusitada, indigna no ya de un gran Dios como Yahvéh, sino de cualquier Diosecillo menor. Pero claro debo reconocer que, para la Iglesia, no había manera de pasar aquellos infantes sin bautizar por la puerta del Reino de los Cielos, ni con el enchufe de Pedro el portero.

Antes cuando lo de la religión era cosa seria, estaba más ligada a la vida y tenía su reflejo en el idioma, al que estaba como ido o atontado, se decía que “estaba en el limbo”. Ahora, en una sociedad tan secularizada como la nuestra, se dice que está en “la puta higuera”. El castellano se adapta rápidamente a los cambios sociales y a las costumbres, incluso en asuntos religiosos, a pesar del inmovilismo tradicional de la Iglesia.

Resulta desolador, que durante siglos, millones de madres vivieran con el desgarrador sufrimiento de tener un hijo en el Limbo, por el que nada podían hacer, ni aun rezando, porque era lo mismo hacerlo que no. Por las ánimas del purgatorio, aunque hubieren sido malas en su vida terrenal, se podían ganar indulgencias para sacarlas de aquel agujero, pero por los pobres bebés del limbo, no se podía hacer nada, absolutamente nada. La insensibilidad de la Iglesia, al crear aquel invento monstruoso, llegó, conceptualmente, a unos niveles de crueldad difícilmente superables.

De chaval yo me preguntaba… ¿Qué culpa tendrán en todo esto los pobres niños recién nacidos?...Y me entraba así mismo la duda, de que pasaría con los que nacían muertos, porque claro, también habían estado con vida en el vientre de la madre y el bautizo antes de salir, que yo supiera, no valía…Cuando llegue a la adolescencia la pregunta fue sobre los abortos…¡Esto sí que era gordo!…La Iglesia los llamaba asesinatos, pero sin embargo los condenaba sin piedad al Limbo por toda la eternidad. En fin que a estos pobres ni los querían los padres ni los quería la Iglesia. La verdad es que con este asunto se me montó tal cacao en el bolo, que ahora pienso, fue para mí uno de los primeros, si no el primero, de los asuntos teológicos que me llevaron a las reiteradas crisis religiosas que, acabaron con mi salida final de la Santa Madre Iglesia Católica y Apostólica de Roma.

Me resultaba insufrible que el cabrón más cabrón, digamos, un asesino, como por ejemplo Franco, pudiera ir al cielo si se confesaba antes de morir, después de una vida de desmanes, por el solo hecho de haber sido bautizado, mientras que un tierno infante, sin haber hecho otra cosa en su corta vida más que comer, dormir y cagar, no podía pasar a jugar con los otros angelitos, porque el puto dogma impedía entrar al cielo sin haber sido bautizado. Me parecía que el que hubiera instituido aquello, fuera quien fuera, era un degenerado.

Algunos curas progres que militaban en la defenestrada Teología de la Liberación, a los que este asunto del limbo les resultaba excesivamente impresentable y cruel, como tenían que creer en el Limbo por obligación dogmática (sino los echaban de la banda) teorizaron que, la misericordia del Dios bueno del Nuevo Testamento, habría sacado probablemente a todas aquellas almas incautas del Limbo y las habría llevado a disfrutar de su sagrada presencia. Esto es que para los de la Liber, el Limbo, haberlo había…pero estaba vació…Más o menos como los seminarios.

Cuando estudie geografía el asunto adquirió para mí una dimensión dantesca, porque…¿qué pasaba con los negritos de África?...¿y con los chinitos?...¿ y con los musulmanes?...¿y con los hijos de los comunistas rusos?...Además eran tantos que empecé a pensar que el Limbo debía estar petado de gente, porque en aquellos países había más población sin bautizar que, en los países considerados cristianos y esto sin descontar a los protestantes, que nunca me aclare si iban al infierno, al purgatorio o al Limbo.


La verdad es que el asunto de los infieles (los que no tenían fe o tenían otra que no era la verdadera) y su futuro en la vida del más allá siempre me había producido una cierta inquietud….¡Es que además eran tantos!...Si el Limbo estaba lleno, y el purgatorio, para las almas con pecados no graves, solo era de paso, y por tanto acababan en el cielo, allí se tenían que plantear evidentes problemas de espacio…Porque el cielo, en mi juvenil apreciación, no podía ser tan grande para acoger a tanta gente…Yo, siguiendo lo que decían los curas de mí parroquia, siempre había imaginado que el cielo era un lugar para los justos, los buenos y los santos, y por lo que veía habitualmente, de esos, había más bien pocos. Lo normal, al menos en mi pueblo, era ser malo.

¿Pero que era por aquel entonces ser malo?...Bueno, ya apenas se mataba a nadie, porque en la guerra ya se había matado bastante, o sea que ser malo eran otras cosas, tales como emborracharse el sábado por la noche después de una semana de trabajo embrutecedor en la fábrica; sacudirle a la mujer como saco de las frustraciones; irse de putas, porque follar entonces sin pagar, no era un pecado, sino un milagro; en el caso de los adolescentes matarse a pajas; para los aficionados al fútbol gritarle cabrón e hijo de puta al árbitro, cuando pitaba un penalti a nuestro equipo local; faltar a la misa dominical; cagarse en lo más barrido en la tasca cuando se hablaba de futbol o del gobierno, comer carne en lugar de pescado en Cuaresma y cosas así….y eso a pesar de que los curas no paraban de acojonarnos con el purgatorio y el puto infierno.

Pero estos dos temas asunto ya los trataré en otras entregas posteriores, si deciden ustedes seguir leyéndome…Mientras que lo pasen bien, en el limbo, en el purgatorio o en este infierno en que, los aviones israelíes, yanquis, británicos, franceses españoles etc. y de otras naciones judeo - cristianas civilizadas, están convirtiendo, como en una profecía bíblica, la tierra escogida por Yahvéh, en un desierto de fuego y muerte.