sábado, 10 de octubre de 2015

CASOS DE LA VIDA

En este trasegar por la vida encontramos situaciones que de momento no nos sorprendieron, pero que con pasar del tiempo nos parecen curiosas y dignas de contar.
Algunas son propias y otras de amigos que me las contaron y no me pidieron reserva del sumario.

Las hermanitas Calle y Carlos Arturo.

Viendo el capítulo de las hermanitas Calle del viernes 9 de octubre rememoré lo que le sucedió a mi amigo Carlos Arturo González, el señor del bolero.

Las hermanitas Calle llegaron a las oficinas del productor de televisión Jorge Barón para ver si había posibilidad de cantar en su show. Así se lo hicieron saber al portero que las había reconocido, le pidieron que se lo comunicara al señor Barón para que las recibiera en su oficina.

Pasó mucho tiempo en llegar la respuesta y ellas ya se cansaban de esperar. Al fin el portero salió para decirles que el señor  Jorge Barón les mandaba decir que no le interesaba la propuesta. Acto seguido el conserje cerró la puerta ante el justificado disgusto de las cantantes.

Resulta que el caso de Carlos Arturo, si bien era diferente, tenía su razón para habérmelo recordado.

Recibió un día Carlos Arturo una llamada de Jorge Barón para pedirle que cantara en su famoso Show de las estrellas, que en ese tiempo se hacía en estudio y presentaba famosas figuras de la canción. Obviamente Carlos Arturo se alegró con la oferta y más al saber que alternaría con Julio Iglesias. Poco duró la dicha pues al indagar las condiciones del contrato, como pasajes, hotel y pago don Jorge le contestó que todo eso correría por su propia cuenta, pero que a cambio se beneficiaría con la promoción de su imagen al cantar al lado de la egregia figura de Julio Iglesias.

Me imagino la rabiecita de Carlos Arturo cuando lógicamente rechazó la “generosa oferta”: - “Gracias don Jorge, así no le jalo… Me va mejor seguir cantando aquí en Medellín donde me va muy bien”.

ALFREDO GUTIERREZ

Visité cierto día la empresa Discos Fuentes en compañía de Luz Marina Manjarrés para concertar el patrocinio de esa empresa para una revista que estábamos planeando editar, La recepción de su gerente don Conrado Domínguez no pudo haber sido mejor, pues aceptó sin titubeos nuestra propuesta brindándonos todo el apoyo de la disquera para la impresión del primer número.

Cuando estábamos abandonando el lugar atinó Luz Marina a ver a Alfredo Gutiérrez, uno de los mejores, si no el mejor, intérprete del vallenato de Colombia. Ella salió a saludarlo y luego me llamó para presentármelo. Muy amable y cordial aceptó escribir una dedicatoria con su firma para publicarla en la primera edición de la revista.

La entrevista si no fue posible pues iba en ese momento a grabar el tema final para un larga duración (LP) que estaban por lanzar al mercado.

Nos sorprendió y alegro mucho cuando nos invitó a entrar al estudio para presenciar el proceso de grabación, mientras él entraba a la cabina insonorizada.

Fuimos muy bien recibidos en el estudio, y hasta nos ofrecieron gaseosa y tinto, es que en Antioquia la gente es muy acogedora.


Alfredo Gutiérrez estuvo extraordinario y al finalizar recibió todos nuestros aplausos. “La grabación sale de una maestro”. Le dijo el ingeniero a través del intercomunicador. No tuvieron que repetir nada, todos se abrazaban celebrando la culminación del trabajo.

El cantante llegó al salón y me preguntó: “¿Cómo te pareció el tema?
- Excelente maestro, eso va a ser un éxito, le contesté.
- Que sea palabra de profeta”, me respondió él estrechándome la mano. Y así fue y han seguido siendo los trabajos de Alfredo Gutiérrez, un cantante auténtico, grande y sencillo.

EL INCENDIO Y LA MACUÁ

No recuerdo el año, pero sí el día. Era un domingo siete de diciembre, aproximadamente eran las once de la mañana cuando me dirigí al supermercado del barrio y vi caer un globo en una fábrica de muebles y colchones ubicada frente a una bomba de combustible. Acaté a advertirle a uno de los empleados lo sucedido para que estuviera pendiente mientras yo ingresaba al supermercado a conseguir lo que buscaba.

No tardé mucho en hacerlo, y al salir vi al empleado haciendo retirar todos los vehículos después de suspender el servicio en la gasolinera.

Ya se veía salir humo negro  de la mueblería que estaba cerrada por ser día festivo. Los globos en esa temporada de navidad son peligrosos y causan incendios, como ese que estaba comenzando en ese momento.

Le propuse al empleado de la gasolinera que pasáramos la calle y forzáramos la puerta del local afectado para ver si podíamos hacer algo antes de que el fuego tomara fuerza. Así lo hicimos y pateamos la puerta varias veces a la voz de tres. Era una gran puerta de madera pintada de azul de una antigua casona con tejas de barro. Continuamos golpeando la puerta hasta que en el tercer intento se abrió de par en par dejando salir del interior grandes lenguas de fuego y una tremenda onda de calor.

Nos retiramos a una distancia prudente y vimos como ardían muebles e insumos en medio del crepitar de fuego. El sitio tenía un patio grande y corredores laterales techados. Las vigas comenzaron a caer y solo sentíamos impotencia ante el elemento fuego. El fuego es hermoso e implacable, es increíble la rapidez con que se propaga.

El sito se llenó en un abrir y cerrar de ojos de curiosos que se alineaban a lo largo del separador central de la calle San Juan. Estos eventos producen una extraña atracción y causan diversas emociones entre los observadores. Algunos gritaban, las señoras lloraban y otros sin duda lo disfrutaban. Por mi parte yo comenzaba a grabar en mi memoria todos los detalles para algún día escribirlos, no sabía cuando… Hasta ahora.

Las sirenas de los bomberos comenzaron a escucharse a lo lejos cuando partes del material liviano se elevaban sobre las grandes llamas.
De repente se comenzaron a escuchar risas y silbidos, algunos gritaban: Linda…, Mamita…, Macuá.

Macuá, Entonces entendí la causa del barullo. Corriendo por media calle hacia el sitio del incendio venía un hombre obeso vestido con una sudadera rosa, Sus brazos extendidos aleteaban como una mariposa mientras gritaba con voz aflautada: Incendio… socorro…. Llamen los bomberos.

Y los bomberos ya estaban llegando tras este hombre que les parecía abrir el camino y se robaba la atención de todos.

Nunca antes lo había visto, pero ya había oído muchas historias sobre este personaje. Como eso de que acostumbraba caminar por la famosa carrera Junín vestido a veces como un elegante lord inglés y otras como una despampanante mujer. Se decía que tenía fino humor y un gran corazón a la hora de ayudarle a los necesitados. Escuché varias llamadas suyas al programa radial Los Habitantes de la noche de Alonso Arcila en las que ofrecía dinero o materiales a personas pobres que hacían sus peticiones.

Los bomberos instalaron una larga escalera y prepararon las mangueras con la habilidad que los caracteriza y cuando iban a comenzar a subir la Macuá se les adelantó y subió primero reclamando que le pasaran la manguera.

Los bomberos casi se cayeron al piso de de risa. El protagonista ya no era el incendio, era la Macuá.

Cuentan que José Luis Villegas, La Macuá, era de una familia rica del barrio Laureles de Medellín. Su gran memoria quedó comprobada cuando estando en un restaurante vio entrar a un hombre, que resultó ser el famoso periodista Héctor Rincón, el del periódico La Hoja y el programa la Luciérnaga de Caracol. La Macuá se paró frente a él y le dijo: “Pará un segundito, no me digás nada todavía. Ahora sí hablá” y entonces Héctor dice incómodo: “Buenas tardes”, y ‘Macuá’, como un resorte, salta y le responde: “Rincón, tercero de primaria, Bolivariana”. Habían sido compañeros de colegio en la infancia y lo reconoció por la voz.

Ahora los habitantes de las casas vecinas, atemorizados y temiendo que las llamas se propagaran a sus viviendas salían con baldes de agua y mangueras de jardín en un inútil esfuerzo para controlar el gran incendio. Desde las largas escaleras los bomberos disparaban potentes chorros de agua que producían  grandes nubes de vapor que ascendían como nubes hacia el firmamento azul de ese día de verano.
Y en medio de ese vapor se esfumó La Macuá y el incendio cedió dejando ver el esqueleto humeante de la casa en ruinas.

Este retazo de la vida que parecía ser exclusivo de un incendio terminó siendo un recuerdo gracioso  de este célebre personaje, por lo demás muy querido.


UNA SERENATA DE LA "MACUA"
Publicada por Los romanceros de Colombia, sábado, 25 de octubre de 2014

Ya en la década de los setentas una noche Alberto esperaba afuera del restaurante El Escorial la llegada de algún cliente. Mientras tanto Tulio Parra y Jorge  Valle estaban adentro sentados en una de las mesas. Apareció de pronto un hombre manejando una motocicleta pequeña, y  con mucha pericia y delicadeza se bajó de ella, ahí en toda la puerta del restaurante. Este era un cliente muy particular, que les planteó a Los Romanceros una situación excepcional que no se les había presentado en los más de treinta años de vida artística del trío. Nunca antes Los Romanceros le habían llevado serenata a un hombre, y mucho menos si el cliente era hombre también.

La Macuá era un ganadero de la ciudad de Medellín muy aficionado, entre otras cosas, a las corridas de toros y al buen vestir. Después de explicarles de qué se trataba, Los  Romanceros salieron con él rumbo a  la casa del novio. Cuando llegaron a la vivienda de su amado, se abrió la puerta y salió un joven acompañado de su madre. Esa noche cantaron todas las canciones típicas de una serenata que se lleva a la novia querida, sólo que aquí se trataba del novio querido. A pesar de lo novedoso del acontecimiento, para el trío todo salió a las mil maravillas. De allí La Macuá llevó el trío a dar otra serenata. Esta era para su mamá de crianza. Fue muy triste lo que allí sucedió. El ganadero, recostado sobre su nana,  lloraba todo el tiempo y ella cariñosamente no cesaba de consolarlo. Todo fueron quejas, dolor, lamentos, lágrimas. ”En la familia no me quieren porque soy así;  me botaron de la casa, me botaron de la casa…”. Insistía en lo mismo una y otra vez. Con gran tristeza abandonaron el lugar Los Romanceros.

Dizque una vez, o seguramente varias, La Macuá se subió a una mesa de billar del salón Metropol y se puso a bailar flamenco. Pero los recuerdos más memorables sin duda son los de sus fiestas.
Aquí copio una de esas anécdotas que aparece en “De la Urbe” (periodismo universitario para la ciudad).

En algunas noches de farra en un bar de mala muerte que frecuentaba llamado "La arteria", se ufanaba contando que por una noche había sido la primera dama de la nación.

LAS FIESTAS DE LA MACUÁ

Dicen que a sus cumpleaños asistían famosos personajes de la política y la farándula nacional. 

"Una vez  hizo una fiesta de cumpleaños a la que asistió la crema y nata de la sociedad nacional. Se dice que personajes como Pacheco asistieron. El caso es que para esa fiesta se vistió como una reina egipcia, y apareció llevada por cuatro negros musculosos, sobre un trono portátil. Hizo dorar monedas de 50 pesos, las que yo mismo tuve oportunidad de ver después del evento, esas monedas las tiró ella a los invitados, como regalo. Pero La Macuá se enredó mal, con traquetos que aparecieron por todas partes en los 80. Murió en un accidente años después, en 1985, durante una semana santa, cuando regresaba de un viaje a Jericó. Algunas personas dicen que fue un asesinato, ordenado por un narcotraficante”. Quién sabe.

Sobre su muerte en el accidente que tuvo al salirse de la carretera en una curva y caer en un abismo le sacaron un chiste cruel: Que era tan dañado que se lo comió una curva.


Continuará.