sábado, 1 de febrero de 2020

ASTROPUERTA ENERO DE 2020



Hola:

El XXIII Festival de Astronomía de Villa de Leyva se realizará entre el 21 de enero y el 2 de febrero próximos; luego enviaré la programación.

El evento celeste principal del año 2020 será el eclipse total de Sol que se observará en Chile y Argentina. Ver más abajo los eventos del año.

Muchos éxitos y mucha astronomía en 2020.

Saludos cordiales
Germán Puerta
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Principales eventos celestes de enero de 2020

Jueves 2 – Luna en cuarto creciente
Viernes 3 - Lluvia de meteoros de las Quadrántidas
Viernes 10 – Luna llena
Viernes 17 – Luna en cuarto menguante
Jueves 23 – Ocultación de Júpiter por la Luna visible en Australia y Nueva Zelanda
Viernes 24 - Luna nueva                  

Principales efemérides históricas de enero 2020

Miércoles  1 – 1801: Giusseppe Piazzi descubre el primer asteroide, Ceres
Jueves 2 – 1959: La sonda Lunik 1, primera nave en abandonar la gravedad terrestre
Viernes 3  - 2019: La sonda Chang'e-4 de China primera en alunizar en la cara oculta de la Luna
Domingo 5 – 1865: Nace Julio Garavito Armero, astrónomo colombiano
Martes 7 – 1610: Galileo descubre a Io, Europa y Callisto, lunas de Júpiter
Miércoles 8 – 1942: Nace Stephen Hawking, físico británico
Viernes 10 – 1946: Primer contacto de radar con la Luna
Sábado 11 – 1787: William Herchel descubre a Titania y Oberón, lunas de Urano
Domingo 12 – 1820: Fundación de la Royal Astronomical Society en Inglaterra
Lunes 13 – 1610: Galileo descubre a Ganimedes, luna de Júpiter
Martes 14 – 2005: La sonda Huygens desciende en Titán, luna de Saturno
Viernes 17 – 1929: Edwin Hubble publica su estudio sobre la expansión del universo
Domingo 19 - 1747: Nace Johann Bode, astrónomo alemán
Martes 21 – 1792: Nace John Couch Adams, codescubridor del planeta Neptuno
Viernes 24 – 1986: La nave Voyager 2 cruza la órbita de Urano
Sábado 25 – 1736: Nace Joseph Louis Lagrange, astrónomo y matemático ítalo-francés
Lunes 27 – 1967: Los astronautas Chaffee, Grissom y White mueren en un accidente en tierra en la nave Apolo 1
Martes 28 – 1611: Nace Johannes Hevelius, astrónomo alemán
Martes 28 – 1986: El transbordador espacial Challenger explota y mueren siete astronautas
Jueves 30 – 2013: Corea del Sur lanza su primer satélite artificial
Viernes 31 – 1958: Lanzamiento del Explorer 1, primer satélite estadounidense

Principales efemérides históricas de 2020

Febrero 17 – 1930: 420 años – Muerte de Giordano Bruno
Febrero 18 – 1930: 90 años - Clyde Tombaugh descubre el planeta enano Plutón
Marzo 11 – 1920: 100 - Muerte de Julio Garavito Armero, astrónomo colombiano
Marzo 23 – 1840: 180 años - Primera astrofotografía (la Luna)
Abril 25 – 1990: 30 años - Lanzamiento del Telescopio Espacial Hubble
Agosto 5 – 1930: 90 años – Nace Neil Armstrong, primer hombre en la Luna
Noviembre 2 – 2000: 20 años de ocupación de la Estación Espacial Internacional

Principales eventos celestes de 2020
Enero 3 – Lluvia de meteoros de la Quadrántidas
Febrero 9 – Luna llena Superluna
Marzo 9 – Luna llena Superluna
Abril 8 – Luna llena Superluna
Abril 21 – Lluvia de meteoros de las Lyridas
Junio 21 – Eclipse anular de Sol visible en África y Asia
Agosto 12 – Lluvia de meteoros de las Perseidas
Noviembre 17 – Lluvia de meteoros de las Leónidas
Diciembre 13 – Lluvia de meteoros de las Gemínidas
Diciembre 14 – Eclipse total de Sol visible en Chile y Argentina
Diciembre 21 – Conjunción de la Luna, Júpiter y Saturno

NOTA: Esta información puede distribuirse libremente

CRÓNICAS DEL OLVIDO

PRIMERA PARTE

Alberto López.



El recuerdo más lejano que, entre brumas, tengo de mi primera infancia, es el de la muerte de mi hermana. Éramos cinco hermanos. Mi hermana, era la mayor, y tras ella veníamos cuatro varones. Yo era el benjamín. Entre ellos, se llevaban dos años. Parecía una cosa planificada. Pero a mí el cuarto me llevaba ocho, o sea que cuando cumplí los diez, ya eran hombres, incluso el mayor casado. Ellos eran un mundo y yo otro. En fin, que era como si no tuviera hermanos.

Llegué muy tarde, sin planificar, sin avisar, fuera de tiempo, contra todo pronóstico, incomodando a todos, y alterando la constitución de la familia, donde cada componente tenía ya encarrilada su trabajo y su vida. Mi madre tenía cuarenta y dos años.

En aquellas circunstancias se podría decir que no fui precisamente un niño ni buscado ni deseado. Fue como un penalti fuera de tiempo. Cuando murió mi padre, mi madre, tumbada en la cama y entre sollozos, me confesó que, me quería mucho, pero que cuando se embarazó, conmigo ya en el vientre, saltaba desde la cocina de la encimera al suelo, como por entonces hacían muchas mujeres, para provocar la interrupción del embarazo. Era una manera de abortar legal, y sin escándalo. Además en aquella época, abortar era algo bastante normal, ya que el seguimiento médico del embarazo era prácticamente inexistente, había hambre, se carecía de medicinas, los inviernos eran terribles y las condiciones sanitarias muy precarias. 

Ella era muy religiosa, pero no era idiota, así que debió pensar que, una boca más era un desastre, máxime cuando en mi hermana mayor comenzaban a aparecer los síntomas de la enfermedad que le llevarían a la tumba con veintiún años. Yo debí agarrarme fuerte, para aguantar aquellos saltos, y acabe saliendo a los nueve meses, como correspondía. Pronto me di cuenta, de que no era muy bienvenido.

En la familia todos pasaban de mí, menos mi hermana, a la que en el pueblo, la gente le consideraba poco menos que una santa. Era una persona que se entregaba a los demás ,incluso con el enfado de la familia, pues lo daba todo a los necesitados. Un día volvía de la calle sin abrigo, porque se lo había regalado a un pobre, otro mi madre le pillaba robando comida de casa o dejando de comer, para llevarla a los enfermos del hospital antituberculosos de Santa Marina.

Hasta los años cincuenta la tuberculosis, que por aquel entonces se llamaba tisis, fue la enfermedad con mayor índice de mortalidad en la época. Una enfermedad que suele estar asociada a las guerras y a las posguerras. Para hacer frente a aquella situación, se erigieron diferentes sanatorios, entre ellos el de Santa Marina. Mi hermana, se infectó con el bacilo de Koch, en sus visitas al sanatorio, y murió por atender a los que nadie quería atender por miedo a contagiarse. Como tantos otros olvidados, una más de los héroes anónimos, con los que en verdad se construye la historia.

El llegar fuera de tiempo a una familia, donde en el taller de ebanistería, con la excepción de mi hermana que estudiaba magisterio, todos, incluida mi madre, trabajaban, no podía ser otra cosa que un engorro y eso lo note enseguida.
La posterior enfermedad de Raquel, que obligaba a mi madre a multiplicarse, me convirtió en un niño, siempre bien atendido en lo imprescindible, pero con la conciencia de que nadie se ocupaba de mí. Y ello dio como resultado, un niño solitario. Hasta el momento en que mi hermana quedó aislada en una habitación de la casa, fue la única persona, de la que tengo un difuminado recuerdo, de que me sacara a pasear.

De aquel atardecer en el que murió, me quedó la imagen de la familia moviéndose en silencio o hablando en susurros por el pasillo de la casa, entre la sala y la cocina. A mí me dejaron sentado en la penumbra de la sala, en una silla de respaldo recto y no me moví de ella ni para mear. Nadie me dijo nada. Mis hermanos pasaban por delante de mí, como si fuera un mueble, como si no existiera. Yo no me atrevía a preguntar qué pasaba. Cuando finalmente repararon en mi existencia, me sacaron y me llevaron al piso de unos vecinos, donde me quede dormido en un sillón, cuando llegó mi hora habitual de acostarme. 

Como nadie venía a buscarme, al día siguiente, entre lloros desconsolados porque quería volver con mi mamá, los vecinos me llevaron a mi casa. Otra vez se habían vuelto a olvidar de mí. Tenía cuatro años.

Con la muerte de mi hermana, mi aislamiento se acentuó. En la familia apenas se hablaba. Las risas y las bromas desaparecieron. Mi madre se puso de luto y ya nunca se lo quitó. Mi hermana era no solo la única hija, era la alegría personificada, una verdadera líder entre las compañeras del colegio, con un corazón como una casa, en la que mi madre había puesto todas las esperanzas y todo el esfuerzo económico del que era capaz la familia, para que estudiara y se convirtiera en una mujer, con una carrera a la altura de su inteligencia, de su carácter decidido y, tengo que decirlo, también de su belleza. 

Como en la casa de Bernarda Alba de Lorca, la familia se encerró sobre sí misma, siguiendo el ejemplo de mi madre. En aquel ambiente, yo me convertí, en una especie de duende olvidado, que vagaba por el pasillo y por las esquinas menos frecuentadas, y se encerraba en algún cuarto para jugar en soledad. Cuando se daban cuenta de mi presencia, me decían que fuera a jugar a la calle, pero para un niño solitario no era fácil hacer amigos.

En aquel tiempo se forjo el carácter solitario, que me ha marcado de por vida. Últimamente he descubierto, que aquel niño, sigue estando más presente que nunca, en el viejo de hoy soy.
Mi casa se convirtió en un mundo de hombres, y de hombres serios. Las posibles muestras de cariño (besos, caricias, abrazos), entre los miembros de la familia, habían desaparecido totalmente con la muerte de mi hermana. Tengo conciencia, de que nadie de mi familia (supongo que con la excepción de mi hermana) me diera en alguna ocasión un beso.

Cuando cumplí siete años, mi madre me vistió de marinerito, pidió prestado un misal nacarado y un rosario a alguien, me ducho, me peino y me envió por mi cuenta, a hacer la primera comunión a la parroquia. Cuando los niños y niñas, tras la misa, salíamos en tropel de la iglesia, allí estaban los padres y familiares para abrazarlos, besarlos y hacerse fotografías con ellos. A mí no me esperaba nadie. Me refugié en un rincón observando con envidia, y con una infinita tristeza interior, como los demás niños festejaban con sus familias. 

Pero tampoco podía marcharme, en un día tan señalado, sin más a casa, así que disimule, y cuando alguien me preguntaba si estaba solo, respondía que no, que esperaba a mis padres. Pero yo sabía que no vendrían. De ello se apercibió una chica, que había comenzado a salir con uno de mis hermanos y vino a echarme una mano. Yo haciéndome el duro, le dije lo mismo, pero no la engañe y dándome la mano, me dijo:
- Vamos a dar una vuelta y te invito a un helado –
Hoy es mi cuñada, y desde entonces la he sentido, en cierta medida, como una hermana mayor. Es la única persona que, cuando me encontraba con ella, siempre me abrazaba. Hasta hoy.
Un niño criado en una austeridad en la manifestación externa de los sentimientos, casi calvinista, dio como resultado un hombre igualmente austero, para con todos quienes me rodeaban, incluyendo a mis hijos. 

Quise infundirles principios de honradez, austeridad, trabajo bien hecho y responsabilidad, pero no supe hacerlo acompañando aquellas enseñanzas, con muestras de cariño y ternura. En mi educación familiar, estas muestras, eran formas de debilidad. 

Así que me fui haciendo con una coraza y un rostro de rudeza de carácter, con el que me protegí, de los golpes que da la vida a los que muestran sentimientos de ternura. Mi lado femenino, fue abortado por el machismo de una familia de varones, del que solo he podido ir desprendiéndome, en los años más próximos a la vejez. En ese sentido, he sido una víctima de mí mismo. Lo que no supe hacer con mis dos hijos mayores, que acabaron por ello separándose de mí, lo intento corregir ahora con mis dos pequeñas, pero todavía no me resulta fácil. Han sido demasiados años de caminar solitario por la vida, y no es fácil desprenderse de esta carga.

En cuanto a la amistad y a tener amigos, desde niño he sido también un fracasado. Me veía diferente a los demás niños y ellos también a mí, así que en los juegos siempre fui más espectador que jugador. Y claro en correspondencia ellos tampoco me invitaban a acompañarles. Era siempre de los últimos escogidos para formar los once del equipo y si algunos sobraban yo estaba entre ellos.

No recuerdo haber estado nunca en casa de ningún amigo, ni haber traído a algún compañero de la calle a mi casa. Traspasar la puerta de una casa, fuera la nuestra o la de otra familia, no estaba bien visto por mi madre. La intimidad de la casa era algo sagrado, algo solo de y para la familia, que nadie podía ver ni violar. Era raro que, mi madre, ofreciera pasar al interior de casa a alguna vecina, y también era raro que ella entrara en la casa de otra. Las conversaciones entre vecinas, se llevaban a cabo, de puertas afuera, en la escalera, en el portal o en la calle, y siempre con el tiempo justo y necesario, para saludarse o tratar puntualmente algún asunto específico. 

Mi madre no sabía, lo que era quedarse a charlar con alguna vecina, por el placer de charlar, y menos eso que entonces se llamaba, ir a pasar la tarde haciendo visitas. Mi padre era justamente lo opuesto, le gustaba charlar, pero la presencia de mi madre le limitaba a unos pocos conocidos, y además no en la calle, sino dentro de las cuatro paredes del taller. Le gustaba el cine, tomar unos vinos con algún amigo, echar alguna canturriada, pues tenía buena voz y buen oído, pero apenas se atrevía a hacerlo sino era a espaldas de mi madre. 

A ella no le gustaba el cine, así que no iban y menos a los bares, pues decía que en las tascas solo cantaban los borrachos. Mi padre, los domingos, después de ir a la misa mayor, paseaba, compraba el periódico y se sentaba en algún banco. Si se daba la circunstancia, de encontrase con algún conocido, se paraba a charlar de cualquier tema. Mi madre, por las mañanas, solo salía a una de las primeras misas, hacía alguna compra y volvía a casa a hacer, lo que se llamaba, sus labores. Por la tarde, hacia las seis, daban un paseo cogidos del brazo, por los bordes del pueblo (nunca por las calles más céntricas o por la plaza). A mí me gustaba acompañarles.


De aquel cordón sanitario, que estableció mi madre en torno a la familia, a mí me salvó el cine, donde casi siempre iba solo o con algún chaval si coincidía haciendo cola para entrar. Pero si el chico encontraba a alguno de sus amigos, yo volvía a quedarme solo. Pienso que les parecía aburrido. La verdad es que tampoco me importaba, porque en la oscuridad de la sala, las aventuras de la pantalla me arrastraban, y para ello no soportaba la mínima distracción de acompañante alguno.


Me acostumbre a estar en casa, jugando solo en el suelo de la salita, con la puerta cerrada, organizando grandes batallas con botones, formando escuadras de soldados y líneas de caballería, con cajas de cerillas, con trapos que prefiguraban montañas, con trozos de madera y listones con los que formaba fuertes y murallas, hasta cubrir la extensión de toda la habitación. Así pasaba largas horas, que acababan por enfadar a mi madre, que en un arrebato, entraba deshaciéndolo todo y mandándome a jugar a la calle como el resto de los niños, argumentando que me iba a poner enfermo de tanto estar encerrado y no tomar aire fresco. Pero yo no era como el resto de los niños, y en cuanto podía, volvía a lo mismo.

La vida y los genes son sorprendentes. Tuve a mi pequeña Valeria, que hoy tiene diez años cuando yo tenía sesenta y dos, y un día me la encontré encerrada en su habitación, jugando en el suelo como yo jugaba de niño. Me dio un vuelco el corazón. A ella también le es difícil hacer amigos y siente un gran dolor cuando alguno le traiciona. Eso es algo que yo nunca he podido superar. 

Cuando alguien es desleal conmigo, por pequeña que sea la deslealtad, me duele profundamente y paso días dándole vuelta al tema. Mi mujer me dice, que pase olímpicamente y que no le dé mayor importancia al asunto. Pero yo le he visto llorar a mi pequeña por lo mismo, y aunque le razono para restarle importancia a su pena, sé que ese es un dolor, que no tiene arreglo, porque viene con el carácter y solo se diluye con el paso del tiempo. No soy de la opinión de que, como se suele decir, un clavo saca otro clavo. Los clavos en mi cuerpo siempre dejan heridas, que antes o después, acaban por volver a sangrar.

En cierta ocasión, coincidiendo con una Navidad, mi madre entro en la salita que estaba frente a la cocina y me encontró tumbado en el sofá a oscuras. Me preguntó:
– ¿Qué haces ahí a oscuras?
– Nada…pensar.
– ¿Cómo que pensar?
– Es que me quiero morir
– ¿Queeee?

Entonces se acercó, me agarró por los pelos, me levantó del sofá y me hecho a la calle gritando
– Pensar…pensar… ¿Qué vas a pensar si eres idiota?...Venga… fuera a tomar el fresco y estate atento cuando te llame por la ventana para cenar –

Y cerró la puerta violentamente tras de mí, dejándome plantado en el rellano de la escalera. Baje al portal, y me senté en los primeros peldaños, reflexionando sobre lo complicada que era la vida. Había comenzado mi adolescencia.