sábado, 17 de abril de 2021

UN CANTANTE EN EL BUS



Un retazo de mi vida revoloteaba tratando de salir de mi memoria. Entonces, como viajando hacia el pasado le di la opción de manifestarse al rememorarlo.


Estaba una mañana en el terminal norte de Medellín para tomar una buseta que me llevara a Marinilla, hermosa y próspera ciudad del oriente antioqueño.


El flujo de transporte era muy activo y no tardé en estar rumbo a mi destino. Es un viaje tranquilo que se hace por la autopista Medellín Bogotá y que no tarda más de una hora. Al llegar al peaje, antes del túnel, los carros hacen fila para cancelar el valor exigido. Allí un grupo de vendedores aprovecha para ofrecer sus productos: Bizcochos de achira, rosquillas, papitas, fresas con crema, agua embotellada y otras cosas. Los pregones suenan al tiempo anunciando los productos que venden al trote a través de las ventanas de los carros que avanzan lentamente hacia la barrera.


Justo antes de pasar el peaje se subió un jovencito que no aparentaba más de quince años. Era un muchacho rubio y pecoso de buena pinta y estatura; fiel representante de la gente marinilla. Llevaba en su mano una guacharaca, inconfundible instrumento de la música vallenata.


Ya rodando de nuevo el joven se despabiló y dijo con entonado acento paisa: “Discúlpenme por quitarles algo de su desagradable tiempo, les voy a interpretar algunas canciones que espero sean de su gusto esperando la voluntaria colaboración con el artista”. Casi no aguanto la risa que me produjo tan original presentación, pero pudo más la curiosidad por escucharlo al ritmo de una guacharaca.


Comenzó cantando el tema 039 de manera impecable y sorprendente, con muy buena voz y entonación. La guacharaca resultó ser un instrumento acertado de esa y de las siguientes interpretaciones.

Llamó mi atención la actitud de los viajeros, algunos mágicamente quedaron dormidos, mientras que otros, repentinamente quedaron extasiados por el paisaje mirando por las ventanas.


Fui yo entonces el único espectador que tuvo el cantante de bus, al que sin duda felicité y ofrecí mi sincera colaboración. Los otros viajeros tristemente lo dejaron con su mano extendida y vacía, fingiendo algunos dormir profundamente, mientras que los otros continuaban en el estado de trance profundo que les producía ver el exuberante paisaje sin brindarle al menos un respetuoso aplauso.


Este recuerdo me trajo de nuevo la sonrisa de ese joven emprendedor que agradeció tener ese día un atento y respetuoso espectador.