sábado, 27 de agosto de 2016

UN CAFÉ EN EL JARDÍN

La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.
François Mauriac (1905-1970) Escritor francés.


Ya pasaron diez años y como todos los días en la mañana me sorprendo sentado en la mesa del jardín con dos tazas de café servidas al despuntar el día.

Es que olvido que no estoy con ella, o ella conmigo. Estoy solo, y mis por qué no encuentran otra repuesta distinta a la de que así es la vida, y que la muerte es parte de ella.

Pasaron diez años y mientras está dormida en el cuarto pienso en preparar dos tazas de café molido.

Me parece verla llegar al jardín para saborearlo, mientras mira mi silla vacía. El jardín está marchito esperando que lo riegue y sus ramas que las pode, pero ahora está tan seco como mi propio corazón perdido.

Su tasa, sorbo tan sorbo va quedando vacía, igual que yo, que sin ella estoy vacío.

Termina y recoge las tazas, una llena, otra vacía. Es que también olvida que hace diez años, ya no está con ella, ni ella sin él.

jueves, 25 de agosto de 2016

EL PODER DEL ESPÍRITU

Este, aunque parezca increíble fue un hecho totalmente cierto que salió en todos los medios informativos y merece ser recordado. 


Foto de www.proclamadelcauca

"Noviembre 12 de 2001, Puracé, Coconuco (Cauca), decenas de habitantes entre campesinos e indígenas enfrentaron a 300 guerrilleros de las Farc e impidieron que se llevaran a 5 de los 23 policías que completaban 12 horas defendiendo su cuartel". 
Ver la noticia: Revista Semana
Descarga el documento: Pobladores Líderes comunitarios


Puracé es un caserío situado en el departamento de Cauca, habitado por gentes pacíficas y trabajadoras . Allí el tiempo parece no transcurrir, pues la tranquilidad de ese lugar bucólico lo asemejan más a un pueblo fantástico estilo Macondo.

Pero el diablo persiste en entrar al paraíso, por tercera vez un frente guerrillero movido por algún interés en la región irrumpió agresivamente al sitio blandiendo sus diabólicas armas y tomando posiciones estratégicas, dispuestos esta vez a arrasar el poblado si fuera necesario. Estaban entrenados para combatir cualquier reacción de defensa que encontraran y de verdad que  lo habían demostrado en otros lugares con cruel saña. Pero aquellas gentes aparentemente inofensivas les tenían preparada una sorpresa inigualable, el poder del espíritu.

Marcharon por las calles llevando velas encendidas entonando villancicos y canciones de paz, todos en interminable procesión como un solo cuerpo ante la mirada atónita de los guerrilleros, que por primera vez veían entre aquella gente a sus hermanos, a sus madres, a sus amigos, seguramente se miraron entre ellos con una comunión de pensamientos, avergonzados y con el alma desgarrada.

Salieron en silencio hacia el monte con la alegría íntima de haber sido derrotados por tan digno rival: El poder del espíritu.

"Nosotros pensamos que lo que sonaba era pólvora navideña. Pero cuando nos dimos cuenta que los guerrillos se nos habían metido, empezamos a tocar bien duro bambucos y cumbias y decidimos rodear a esos manes", recuerda Ricardo Cerón, integrante de la chirimía.

La rebelión pacífica de los campesinos e indígenas de Coconuco surgió espontáneamente, aunque sus pobladores aceptan que están siguiendo el ejemplo de los otros municipios caucanos.

Cuando anoche decidimos enfrentar a la guerrilla, nos dividimos en grupos, unos rodearon a los subversivos y otros nos fuimos a proteger a los policías para decirles que no les iba a pasar nada, porque estamos con ellos", dijo Dolly Valencia, una campesina que en medio del fuego cruzado, les llevó a los uniformados aguapanela caliente con pan, como gesto de solidaridad.

El agente Jesús Ortíz, comandante de la estación de Coconuco, quedó asombrado con la manera como el pueblo unido los rodeó y protegió, por primera vez en muchos años.

Publicado en el blog el 16 de junio de 2008

martes, 23 de agosto de 2016

MOLIENDO MAÍZ

En el tiempo de upa no se compraban las arepas, se hacían en casa con maíz sin trillar, el mucharejo era el encargado de ayudar a la mamá en la pesada labor de la molienda.



Cada día en las mañanas
iba el maíz a la olla
hasta que bien cocinado
se comenzaba a moler

Era ceremonia diaria
girar una manivela
para triturar el grano 
y la masa así obtener

Una máquina muy vieja
adosada en una mesa
que chirrido tras chirrido
cumplía bien su labor.

Cuando el día ya aclaraba
mi madre armaba telitas
con la masa conseguida
y las comenzaba a asar.

Así nacen las arepas
en esta tierra antioqueña
humeantes, deliciosas
son ellas un gran manjar

Mantequilla, buen quesito
y chocolate espumoso
era el desayuno diario
bendición de nuestro hogar.

Las del del desayuno telas, para el almuerzo y comida redondas siempre han de ser. Y para la bandeja paisa tiene que ser la redonda que es la arepa original.


lunes, 22 de agosto de 2016

A NADIE LE GUSTA QUE LO JODAN

Leer los libros de Andrés Berger-Kiss es un placer. Este escritor húngaro que llegó a tierra paisa en 1933, cuando tenía cinco años, anduvo y disfrutó los caminos de Antioquia. Ya consigné apartes de la historia de Donalejo, el paisa que tuvo 186 hijos, obra que refleja la gran influencia que tuvo esta región en sus escritos. Ahora disfrutemos uno de los cuentos de su libro "A nadie le gusta que lo jodan": Un regalo de cumpleaños.



UN REGALO DE CUMPLEAÑOS 
Andrés Berger-Kiss.

Pensé en sorprender a mi madre, a la que llamaban ‘La Húngara’ en el vecindario el día de su cumpleaños con algún regalo inusitado, algo que la entusiasmara, cuando uno de los indios que bajaba de la cordillera pasando por la Avenida Echeverry donde vivíamos, trajo un loro grande, sentado en su hombro.

- Conversa mucho y sólo cuesta cincuenta centavos, el indio me dijo.
- ¿Y usté cree que este loro podría aprender a decir unas palabras en húngaro?, le pregunté, medio apenado.

- ¿Húngaro?  Eso debe ser como guajiro.  Un pájaro que conversa en guajiro y en español aprende cualquier cosa; hasta húngaro aprende, comentó el indio. 

- Es tuyo por cuarenta y cinco centavos y podés comenzarle sus lecciones ahorita mismo.
- Es un regalo de cumpleaños pa mi mamá.

- Ya verás que muy pronto tu mamá y el loro estarán conversando en húngaro.  
El indio cerró los ojos y frunció sus labios tratando de aparecer bien informado.

Mi nuevo amigo, Hernán, que hacía poco se había mudado con toda su familia de Santa Bárbara a Medellín, vecino mío, oyendo el intercambio, me jaló hacia detrás de un árbol y susurró:  

- No le digás a un indio que necesitás lo que está tratando de venderte. 

Teníamos Hernán y yo por aquel entonces ocho años de edad cada uno, sobra decir.

El indio nos siguió.  

- Este pájaro ya tiene treinta y tres años y medio y a esa edad es cuando los coge la habladera.  Vale más de los cincuenta.

- Hernán, yo sé que a mi madre le encantaría tener un pájaro colombiano que le hable en húngaro.  ¡Estaría feliz!  Vos sabés que Trípode le entiende todo, le comuniqué a mi amigo. 
Trípode era el perrito que mi madre había adoptado, uno que había perdido una de sus patas en un accidente automovilístico.

- Yo no me engüesaría con ese loro.  
Hernán miró el loro de lado y desde varios ángulos como un verdadero perito.  El loro parecía estar enojado.

- ¿Estás seguro de que ese es un loro legítimo?, le pregunté.  
- En Holanda decían que los loros tienen narices como personas y éste no es así. Hernán sonrió.  

- Es que en Holanda no entienden de loros.  Seguro que es un loro, pero la mayoría están acostumbrados a vivir en la selva y madrugan bien temprano berriando como heridos sobre todo cuando no están
emparejados.  A tu mamá no le va a gustar el escándalo que armará.  Tampoco lo has oído decir una sola palabra todavía.

- Habla mucho el loro, se apresuró a decir el indio.  Jaló una de las patas del pájaro, casi precipitando su caída de la varita sobre la cual lo había instalado.  El pájaro dio un chillido aturdidor.  

¿Sí oyó lo que dijo?  Eso quiere decir 'buenos días' en guajiro.  ¿No le dije que conversaba?  
El indio no se dirigía más que a mí, pretendiendo que Hernán no estaba presente.

- Haga que diga algo en castellano, insistí. 
El indio levantó el pájaro y lo urgió en tono apremiante: 
- Lorito, ¿quiere cacao?  ¿Quiere cacao?  ¿No quiere cacao?  

El loro permaneció impasible, pestañeando sus ojos inconmovibles de una palidez amarillenta.

- Tiene sueño por andar trasnochao y está en ayunas todavía.  
El indio se acercó al pájaro y le sopló aire en la cara, provocando una sarta de protestas ininteligibles.  
- ¿Oye éso?  En guajiro quiere decir que le gusta el clima aquí en Medellín.

Luego, de repente, el loro gritó en un español muy claro:  
- ¡A nadie le gusta que lo jodan!  ¡A nadie le gusta que lo jodan!  

Hernán y yo nos agarramos para no caernos de la risa.
Cuando el pájaro agregó una algarabía de sonidos misteriosos a lo que había declarado, el indio clarificó:  
- Siempre mezcla alguito de guajiro con todo el resto de lo mucho que dice.

Hernán, viendo por dónde iban las cosas, asumió cargo del regateo: 

- Bueno, te damos diez centavos por el loro, ni un centavo más.  Ya está muy viejo.  Hasta será un anciano el pobre.

El indio resintió la intrusión de Hernán.  Quería negociar con el extranjero: 

- A los treinta y tres es un pájaro joven.  Vea sus ojos no tiene círculos bajo los ojos.  Yo dije que a lo menos cuarenta y cinco centavos y ya estoy arrepentido de haber rebajao el precio pero mi palabra es mi palabra. Bueno, por cuarenta, se lo puede llevar.

- Quince es lo más que recibirás.  ¡Quince y se acabó, ni un chivo más!  
Hernán le dio la espalda al indio y comenzó a alejarse, arrastrándome consigo. 

El indio inclinó la varita que sostenía en una mano, forzando el loro a caminar hacia arriba hasta llegar a su hombro.  Recogió unas cobijas que llevaba al mercado y caminó calle abajo.  Estuve a punto de incrementar la oferta pero Hernán me detuvo:  

- Dejá que se vaya, hombe Andrés, él ya comenzó a bajar su precio.  Si regresa pronto, venderá barato.  Mientras más se demore en regresar, menos rebajará.  Pero no debés pagarle más de treinta, aunque se demore un año entero pa regresar.

El indio desapareció detrás de la esquina de la Avenida con la carrera Sucre, cuesta abajo, como si estuviera arrancando hacia el centro de la ciudad.  Transcurrieron un par de minutos cuando el indio reapareció, caminando despacio hacia nosotros. 

- ¡Mirá quién viene allá!, se regocijó Hernán, pretendiendo no estar interesado en el indio.  ¡Garantizo que te consigo ese bicho por veinte centavos!
Regatearon a lo ancho y a lo largo por media hora, Hernán subiendo su precio un centavo cada vez que el guajiro rebajaba el suyo, ambos pretendiendo abandonar el trato varias veces hasta que Hernán puso el loro sobre mi hombro por diez y nueve centavos, incluyendo la varita. 

Pero mirando el indio que se marchaba después de terminar el trato, Hernán todavía pensando que había posibilidades de mejorar el trato, lo llamó:  

- ¡Oye, guajiro!  Encimanos ese alpiste que te sobró, pa que se desayune el loro que seguro tiene hambre. 
El indio medio se volteó, inseguro.  Hernán trató por última vez:  

- Vos con toda seguridad no comés alpiste; dáselo a Andrés que al fin y al cabo es tu cliente. 

Cuando el indio se fue, después de deshacerse del alpiste, Hernán se volvió hacia su nuevo amigo con una sonrisa triunfante de oreja a oreja y dijo:  

- ¡Así es como se negocia aquí en Antioquia!  ¡Así me lo enseñó mi abuelo, don Alejandro!*

Al atardecer, mi madre recibió su regalo de cumpleaños con un poco de recelo, y le dio albergue al loro en una jaula demasiado pequeña, donde pasó una noche muy incómoda con su cabeza y su cola extendidas afuera del enrejado.  Con cada vistazo de la luna entre las nubes, el pájaro desencadenó una serie abrumadora de gritos penetrantes, seguramente insultos apasionantes.  Esa algarabía no dejó dormir a nadie en la casa, ni a los vecinos. 

Apenas vislumbró el nuevo día, desvelado y rendido, mi padre se llevó con mucho cuidado el loro y lo puso sobre la rama más baja que encontró en la Avenida entre los árboles de mionas.  Se alegró al ver que escalaba el árbol hasta la cima donde desapareció entre las hojas verdes. 

El loro siguió manteniendo en vela a la vecindad por varios días antes de la aurora con sus gritos salvajes e inmoderados:  

- ¡A nadie le gusta que lo jodan!, y a la larga, se fue volando para jamás volver.

* Alejandro Mejía, Donalejo, el de los 186 hijos.

Fuente: Todas las artes Argentina

LIBRES

"Por eso hay que decir NO, porque aun cuando nos dan opciones para escoger, después de quitar el envoltorio, resulta que los juguetes siempre son iguales"…
(Alberto López)




Ser libre, es estar libre
Libre de la atadura social
De manera natural
Como el fluir de la sangre
Como el respirar
No subordinarse a nada 
Ni a credo, ni a idea, ni a profesión
Que nos encarcele
Ni a amor que nos espose
Ni a familia que nos sofoque
No dominarnos por la ambición
Ni sentir orgullo por la perfección
O por la certeza
Tan libres de los otros 
Como de nosotros
Tan libres de la esperanza
Como de tener que esperar
Porque no hay nada que esperar
Que no es este ya en nosotros.


SOBRE MI POEMA : LIBRES

Luchar para ser libre, es luchar contra las hipotecas que nos plantea el vivir diariamente en sociedad, tales como: la de las falsas formas sociales con las que unos imponen su voluntad a otros; la de idea de dominación con que se concibe el amor; la de la dictadura del trabajo alienante; la de la familia patriarcal que no educa en libertad sino que, como la escuela, impone a los niños su destino; la de la dependencia de los infinitos objetos prescindibles que nos ofrece la sociedad de consumo; la de la falta de tiempo libre para nosotros mismos; la de las obligaciones para con una patria que nunca es nuestra; la del pecado que no existe más que como otra forma de culpa y dominación; la del orden y ritmo de la vida que nos imponen y que no nos deja tiempo para disfrutar del placer de no hacer nada; la de la obligación de tener que votar y elegir, cuando lo que queremos es no tener que elegir; la de la responsabilidad de tener que ser corresponsales de las decisiones de unos gobiernos que nunca son los nuestros; la de la obligación de tener que estudiar lo que no deseamos estudiar y de no poder estudiar lo que en verdad deseamos; la de la obligación de tener que ser buenos, aun sabiendo que eso nos convierte en ovejas gregarias destinadas al matadero; la del derecho social que nos impide el derecho natural a poder ser malos; la de la obligación a pagar impuestos cuando sabemos que su destino es en su mayor parte para alimentar al animal que nos devora: la de las llamadas por el poder obligaciones morales de una moral que es la de ellos.... 

Todo ello y mucho más es a lo que nos tenemos que negar para poder ser libres, en esta sociedad donde el engaño está extendido como una verdad incuestionable y asumida por unas mayorías alienadas que escogen a sus carceleros corruptos al grito de ¡vivan las cadenas!... y es que el poder perverso que nos domina se aplica sibilinamente con las formas blandas de la mano de acero en guante blanco... Por eso hay que decir NO, porque aun cuando nos dan opciones para escoger, después de quitar el envoltorio, resulta que los juguetes siempre son iguales…

Y que no se me malinterprete, esto no es una defensa irreductible del individualismo (aunque en cierta manera también lo es) porque estoy convencido que nuestra libertad pasa por el hecho de que nunca seremos libres, mientras los demás no lo sean.
(Alberto López).