domingo, 14 de septiembre de 2014

QUE ES ESO DE LA ARQUITECTURA
Y van dos

Carpintería de Manuel Moral “El Hornerillo” 

EL ECLIPSE DE LA ARQUITECTURA

En los años de la emigración del campo a la ciudad, siendo todavía un chaval que andaba enredando entre las maderas del taller, recuerdo que llegaban continuamente ebanistas y carpinteros pidiendo trabajo. Mi padre, patrón y maestro, para considerar si les contrataba, no les interrogaba sobre los conocimientos y experiencia que tenían y sobre lo que sabían hacer, (tal y como ahora se hace en las llamadas entrevistas de trabajo) sino que se limitaba a pedirles que abrieran la maleta de herramientas que traían en la mano. Por entonces, en el taller, imperaba todavía un modo de producción bastante artesanal, donde había unas pocas máquinas básicas y donde a cada oficial se le asignaba un banco de trabajo, en el que disponía las herramientas, que todavía seguían siendo de su propiedad.
Según las herramientas que la maleta contuviera, su estado, conservación y afilado, mi padre se hacía una composición sobre quien tenía delante, a efectos de contratarlo o no. Decía que la maleta hablaba sola.

En cierta ocasión llegó un hombre grande (a mí me pareció poco menos que un gigante) con un enorme maletón a escala de su corpulencia. Era un emigrante más, procedente de un pequeño pueblo de Las Hurdes, que llegaba a la ciudad con la familia a cuestas, escapando del hambre. Cuando abrió su maletón, aparecieron una serie de herramientas que en su mayor parte eran desconocidas para el resto de los trabajadores del taller. Solo mi padre conocía el empleo y destino de aquella serie de hachas, azuelas, achuelas, sierras de arco, mazas, cuñas de acero y algunas otras cosas, a cual más obsoleta, desde la óptica de una carpintería de ciudad. Cuando mi padre le preguntó a que se dedicaba en el pueblo, respondió que hacía carros.

Con aquel instrumental nada podía hacer allí, pero mi padre, que era un sentimental, le tomo de peón y siguió con nosotros trabajando muchos años, hasta que se jubiló. Era nuestro Hércules particular, siempre dispuesto a levantar, como si tal cosa, el tablón más pesado con el que no podían los demás. Al principio los obreros se rieron de él, pero finalmente todos le acabamos cogiendo un gran cariño. Era tan noble como fuerte. Su hijo y yo fuimos compañeros de escuela. Por entonces el taller tenía todavía mucho de organización medieval, donde el patrón no era solo el jefe, sino también el trabajador que más sabía, que estaba siempre en primera fila dando el callo, y que atendía los problemas de los trabajadores como si se tratara de una gran familia. Mi padre, un hombre sin apenas estudios, era allí, sin reclamarlo, don Jacinto.

Me preguntaba en un escrito anterior, sobre lo que se enseñará en los años venideros en nuestras desorientadas escuelas de arquitectura. Porque cuando una disciplina, arte, ciencia, o práctica social ya no sabe ni que enseñar, está abocada a morir y a desaparecer, o a repetirse eternamente, que es otra manera de morir. Suele ser entonces cuando para salvarse busca refugio en la Academia, sin saber que está entrando en su propia tumba.

Hay muchas disciplinas que el paso del tiempo y el cambio de las formas y de las relaciones de producción las ha convertido en obsoleta e inútiles, porque el conocimiento que abrigaban dejo de ser socialmente aplicable. Y sin entrar en valoraciones, diré, que otro tanto sucede con los idiomas, las costumbres y las profesiones.

En arquitectura desaparecieron los maestros canteros, los especialistas en los trazados de la piedra, en su geometría, que por entonces se llamaba estereotomía y a la que se tenía tanto respeto y veneración como hoy pueda tenerse a la microbiología o a la nanotecnología.

Con ellos desaparecieron los plateros, los doradores, los forjadores de hierro, los fundidores, los carpinteros de armar, los estucadores y tantos otros artesanos que durante siglos recorrieron los caminos de Europa levantando sus imponentes catedrales. Y con ellos desaparecieron también sus instrumentos de trabajo, sus conocimientos y su oficio, hasta el punto que, hoy en día, resultaría totalmente imposible levantar uno solo de aquellos imponentes templos de piedra y vidrio que se elevaban al cielo desafiando la gravedad, impulsados por la fuerza de una fe que, hoy por hoy, resulta totalmente desconocida.

La arquitectura actual, perdida su tradicional identidad, se ve sometida a la dictadura de la imagen, del espectáculo, de la moda y del márquetin. La coherencia de la estructura portante sometida a las leyes de la estática y de los sistemas constructivas basados en la lógica y en la experiencia, contrastan con la superficialidad de la imagen final de los edificios, casi siempre gratuita, caprichosa, efectista, sometida a la demanda de la moda y del espectáculo, a la que el arquitecto se pliega por oportunismo o por la simple presión económica del cliente.

La exitosa doctrina de: la forma sigue a la función, que predicaron las vanguardias de entreguerras, dejo tras de sí no solo una ciudad sin alma, sino también un enorme vació cultural que ha sido ocupado por el todo vale de los estilos entendidos como repertorio y del que el postmoderno es su epígono.

La tradición de la arquitectura como coherencia entre construcción, espacio y forma ha desaparecido. Las modernas tecnologías de la construcción, se han desarrollado al margen de la formalización del espacio. Con ellas hoy se puede hacer, coherentemente o no, cualquier cosa. La imagen del edificio, y su formalización espacial hoy no deben nada al sistema estructural y constructivo. La imagen del edificio es autónoma y es diseñada como tal por los arquitectos, como si se tratara de un diseño gráfico en tres dimensiones. La imagen es previa a la tecnología, que viene después de aquella, como auxiliar y soporte de su realidad.

Esto se ha venido agudizando por el empleo a todos los niveles de los llamados programas de diseño por ordenador, verdaderos video juegos virtuales de geometrías que, desconocen todo sobre la materia con que se construye la forma y sobre las leyes físicas que le dan cuerpo y la sustentan.

Los nuevos arquitectos, como los niños que matan marcianitos en sus videojuegos, saben cada vez menos de la realidad. Cada vez más jóvenes y virtuosos, su habilidad consiste en obtener sugerentes, llamativas y espectaculares formas a través del manejo de los videojuegos de arquitectura. Antes a un niño se le regalaba un juego de arquitectura consistente en unas piezas de madera de colores con geometrías sencillas para, poniéndolas unas encima de otras imaginar construcciones. Ahora se les regala un videojuego como puerta al futuro programa de arquitectura.

Hoy los programas informáticos de arquitectura ya no son ni programas de dibujo, como lo fue en el cercano pasado, el ya vetusto y universalmente conocido AutoCAD, sino herramientas combinatorias de entidades en 3D con la que se juega en el espacio de una forma totalmente abstracta.
 El AutoCAD elimino a los delineantes tradicionales del proceso de dibujo de los edificios. Los nuevos programas están llevando a desaparecer al arquitecto en tanto que conocedor de los distintos procesos, elementos y partes de la construcción de un edificio. Para concebir un edificio ya no hay que saber cómo se construye. Para eso ya están las nuevas consultorías e ingenierías que se encargan de mover y sustentar el negocio.

Antes se decía que en arquitectura no había mózares, refiriéndose con ello al hecho de que es una profesión que requiere de una amplia experiencia y madurez de conocimientos que solamente se adquieren con el tiempo. Se decía que un arquitecto empieza a saber de arquitectura a los cincuenta años. Ahora los arquitectos son tan jóvenes como los tenistas y a esa edad, si no han triunfado, se jubilan. Como en el mundo de la alta costura en la arquitectura quedan cada vez menos grandes modistas. Ahora en la arquitectura como en el vestir, mandan los jóvenes.

Las escuelas de arquitectura, al menos en los últimos años, son fábricas de genios que crean increíbles arquitecturas virtuales pero que nada saben del mundo real. Su nivel cultural, cuando no se trata de imágenes, se encuentra bajo mínimos. Cuando abren la boca para explicar sus proyectos, parecen futbolistas opinando sobre el partido del próximo domingo. Solo los políticos que les contratan, parecen estar a su altura. Viven en la irrealidad, del juego, de la diversión y del espectáculo. Son genios de la imagen.

Como sus maestros, los bufones del poder, Gehry, Calatrava, Hadid, Meier, Nouvel… cuyos discursos al hablar de sus proyectos, son tan prosaicos o tan obtusos que hacen enrojecer a cualquier persona cultivada libre de complejos. Claro que no es el caso de las masas de papanatas, (orientadas por los llamados medios de comunicación, que gobiernan actualmente la cultura) que los adoran como si se tratara de cantantes pop, o en términos bíblicos, de becerros de oro.

ALBERTO LÓPEZ