sábado, 21 de julio de 2012

PINTANDO LA CASA


Es una casa vieja y acojedora la que por suerte habito, quién sabe cuanta gente durmió en sus cuartos, recorrió sus corredores y disfrutó su amplio solar sembrado de naranjos injertos, plantas ornamentales y de bananos. Hasta fresas recuerdo que había cuando llegamos, pero se secaron igual que sus primeros moradores. 


Es que en verdad es vieja la casa, una de las primeras construídas en esta zona del occidente de la ciudad, sus siete cuartos lo corroboran, como que fueron hechas para las familias paisas de los años cincuentas que no rebajaban de siete hijos, llegando muchas a los trece. El cuarto de reblujo tampoco falta al igual que la despensa en la cocina. Ahora poco se construyen casas así, los apartamentos de pequeña área se apiñan en grandes moles de hormigón, llegando a tener máximo tres cuartos. Pequeños habitáculos para las pequeñas familias de hoy. 


Los espantos no pueden faltar en toda casa vieja que se respete y en la mía han hecho varias veces su visita. Una noche estando solo y mientras veía la televisión sentí que alguien me miraba, giré mi cuerpo sin levantarme de la silla y ahí estaba, parado en el descanso de las escaleras un hombre blanco, obeso de pequeña estatura, cabello entrecano escaso, camisa blanca y pantalón negro que me miraba en silencio. 


Sorprendido y pensando que alguien se había colado me levanté y me dirigí a las escaleras, ya no estaba allí, eso me alertó aún más y me llevó a pensar que era un ladrón. Con el corazón acelerado tomé un paraguas y bajé lentamente aguzando mis oídos para detectar cualquier ruido que me guiara hacia el extraño invasor, recorrí y revisé todos los rincones sin encontrar nada, pero me faltaba el baño al que casualmente se le había quemado la bombilla y estaba en tinieblas. 


No me avergüenza reconocer que estaba temblando como gelatina, abrí la puerta y algo de la luz de la sala se coló permitiendo ver que estaba vacío, pero faltaba revisar el espacio de la ducha cuya cortina estaba cerrada, vino a mi mente el recuerdo una escena de la película de Hitchcock, Psicósis, aunque en mi caso era a la inversa la situación, el asesino podría estar tras la cortina...


Estaba al borde del colapso, el cuarto era muy pequeño y con la luz mortesina que se filtraba apenas distingía la vieja cortina plástica. En un inusual arrebato de valor y mientras levantaba el paraguas presto para asentar un buen golpe a quien fuera, corrí de un jalón la cortina y sorpresa: No había nadie. 


Era pues un espanto, fantasma, aparición, poltergeist o como quieran llamarlo ese señor que vino a mi casa en esa noche. 


Casualmente días después un vecino me contó que había muerto el anterior propietario de la casa, yo nunca lo conocí por lo que le pedí que me lo describiera. 


Era un señor muy amable, de pequeña estatura, tez blanca, algo calvito, el siempre vivió orgulloso de su casa, que aunque vieja siempre ha sido muy bonita. Quedé pasmado, esa era la persona que había visto. 


Pero el asunto es que en este momento están pintando la casa, y mirando al trabajador vi que cuando con una espátula arrancaba la pintura, se descubrían bajo ella otras capas de diversos colores. Supe entonces que la casa había sido anteriormente color almendra y antes azul marino, y antes verde limón, y sucesecivamente de otros colores más. 


Me pareció que las casas y los árboles se parecen en eso, por ejemplo si cortamos el tronco de un árbol descubrimos una sucesión de capas leñosas de diferente grosor y color y por eso se puede saber la edad y los diferentes cambios climaticos ocurridos durante su vida. 


Equivalentemente al raspar la pintura de las casas se descubre la historia escondida de sus sucesivos moradores. Comprendí que inevitablemete yo ya hacía parte de esa historia, que durante mi estancia en ese lugar había estado dejando retazos de mi vida impresos en sus muros, en su aire, y que tal vez mi fantasma visitaría la querida vieja casa para espantar a sus nuevos habitantes mucho después de mi mudanza final.