domingo, 20 de diciembre de 2015

CATEDRAL DE CHARTRES

Alberto López
 Dedicado al ingeniero:
Luis Fernando Gutiérrez, personaje de una curiosidad infinita. 


La catedral de Nuestra Señora de Chartres es considerada por muchos expertos como el máximo exponente de la arquitectura gótica religiosa en el mundo. Más de un millón de turistas y doscientos cincuenta mil peregrinos la visitan cada año. 

Pero los turistas que viajan a Chartres lo hacen principalmente para admirar sus ciento setenta y dos vitrales góticos, repartidos en dos mil seiscientos metros cuadrados, que se han mantenido prácticamente intactos desde la Edad Media, aguantando tanto las inclemencias del tiempo como la furia y desidia de los hombres. 

Foto WikipediA
En su mayor parte fueron elaborados para el templo actual, construido sobre el primitivo templo románico después de su incendio 1194. 

En su elaboración que puede ser fechada entre los años 1205 y 1240 resulta especialmente deslumbrante su color claro azul traslucido (un color que no se encuentra en ninguna otra parte) que ha caracterizado a la ciudad (hasta el punto de ser llamado azul de Chartres) y que asociado con la imagen de la virgen María, de la que en la parte sur de la catedral se encuentra un famoso vitral (el más antiguo, pues proviene de la antigua catedral románica) donde se la representa sentada con su hijo sobre las piernas y vestida con su manto azul sobre fondos rojos en medio de una sinfonía elegantísima de azules intensos. 

Vitral de la Virgen María en la catedral de Chartres
Varios de estos vitrales fueron restaurados a lo largo de los siglos, pero resulta significativo que, a pesar de las guerras por las que paso Francia, no llegaron a sufrir daños irreparables (durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial fueron completamente desarmados y puestos a buen recaudo) como por desgracia les sucedió a otras muchas catedrales góticas francesas, entre las que hay que cabe mencionar especialmente a la de Reims, cuyos vitrales fueron destruidos por los bombardeos alemanes en la Primera Guerra Mundial y que volvería a ser alcanzada de nuevo por las bombas en la Segunda, cuando apenas dos años antes, habían concluido los trabajos de restauración de los daños causados en la Primera. 


La catedral de Chartres tenía, hasta hace unos años, la fama de ser la más sucia de Francia, por lo que el Estado francés decidió iniciar una limpieza en profundidad que se inició en 1972 (todavía está en curso) y que ha traído varias sorpresas. A pesar de sus grandes vitrales, las catedrales góticas que llegan al siglo XX no dejaban de resultar un poco tétricas, quizás también, por el oscurantismo de la liturgia que caracteriza a la propia religión católica heredera de la Contrarreforma. 

Las velas, los inciensos y los hachones de teas, habían convertido los muros interiores en sucios paramentos oscuros, a lo que contribuyó también la nefasta moda de descubrir la piedra dejándola desnuda. Los restauradores de Chartres, consecuentemente, volvieron a revestirla con mortero y a pintarla en blanco dibujando líneas a imitación de sillares como motivo decorativo, pero sin seguir las juntas reales. 

El espacio se iluminó de nuevo, a la vez que se recuperaban los restos pintados con color de arcos, molduras, columnas y paramentos. Porque la catedral gótica, a diferencia de lo que se venía pensando, no era una catedral de piedra desnuda, sino pintada, con paños y arcadas plenas de colorido. Y otro tanto sucedió con los vitrales. 


Durante siglos el aire de las ciudades había estado libre de contaminación, pero con la revolución industrial hubo un progresivo incremento de la polución hasta niveles desconocidos. Los agentes contaminantes y la lluvia acida comenzaron a adherirse y a atacar al vidrio de los vitrales por el exterior, especialmente si se tiene en cuenta que en la época gótica, la temperatura de fusión de los vidrios era muy baja, esto es, su calidad era muy inferior a los vidrios actualmente corrientes. 

Por el interior el problema de la suciedad era parecido. Las velas, las antorchas, las teas que iluminaban el espacio interior, la suciedad general en la vida de aquel tiempo, que se llevaba de forma natural al interior de la catedral convertida en otra plaza del pueblo, unido a la altura a que se encontraban muchos vitrales (que nunca se habían limpiado desde que se instalaron) daba como resultado una luz sucia y apagada. 

Cuando por fin se limpiaron, la catedral se ilumino de nuevo, llenándose de dibujos de colores sobre los paramentos blancos y arrojando una nueva visión sobre los restos de las pinturas que recubrían los muros. Y con aquel renacer que trajo la luz, sucedió como con el techo de la Capilla Sixtina que, cuando las gentes vieron el resultado final se escandalizaron en la creencia de que se había destruido el espíritu de la obra. 

Cuando se limpiaron los frescos de Miguel Ángel y aparecieron en todo su esplendor los colores vivos y brillantes que ocultaban siglos de humo, velas y suciedad, la gente dijo que los restauradores se habían excedido repintando y destruyendo la obra del genial Buonarroti. 

El aire oscuro que se desprendía de los frescos, un poco tenebroso, apagado, negroide, marrón, de tierra…y atormentado (como el personaje de Charlton Heston en el film (La agonía y el Éxtasis) con que el tiempo había repintado los frescos, había convertido aquel resultado sucio, en parte de los atributos de la pintura del genial florentino. 

Sin embargo otro Miguel Ángel surgía después de la limpieza: colorista, alegre, divertido…Un Miguel Ángel que algunos calificaron de pop. Una vez más la fuerza de la costumbre se convertía en la mayor dificultad para entender y valorar el arte. 

La limpieza de los vitrales trajo otras sorpresas. El color, en un mismo vidrio, era ligeramente diferente de unas partes a otras, lo que se atribuyó a los desiguales espesores que se generaban por la desigual distribución de la pasta y de su mezcla, propias de una producción artesanal. Pero también se detectó que en las partes superiores era más claro que en las inferiores y esto venía a su vez motivado, como se pudo apreciar, porque los vidrios eran más gruesos en su base que en su coronación. 


Pero… ¿por qué aquella diferencia de espesor? Algunos lo atribuyeron a la propia intención de los vidrieros de entonces que, con la misma lógica estructural de una columna o de un muro, elaboraban la lámina más gruesa por abajo que por arriba, a fin de soportar la carga que tenían encomendada más su peso propio. 

De ahí deducían que ese era el motivo por el que vidrio era más grueso abajo que arriba. Pero no. La explicación a aquel misterio había que buscarla en otra parte. Estaba en el propio vidrio. Estamos acostumbrados a entender que en nuestro universo la materia responde a tres estadios: el sólido, el líquido y el gaseoso. Evidentemente el vidrio es un sólido. Esto macroscópicamente es así, pero... ¿qué ocurre si observamos el vidrio a nivel molecular? 

Curiosamente, el vidrio no es un cristal sino un líquido sub-enfriado, o lo que es lo mismo, un fluido con muy alta viscosidad. Esta propiedad mide la resistencia que muestran los fluidos a las deformaciones tangenciales, es decir, a fluir. 

Cuando un material sólido se funde, la mayoría de las veces da lugar a un líquido isotrópico, que, es básicamente, lo que todos entendemos por líquido. Sin embargo, en algunos casos se forma una o más fases intermedias, en las que el material presenta un estado entre sólido y líquido conocido como estado vítreo. 

A estos compuestos se les conoce como cristales líquidos, y aunque tienen apariencia de sólidos se deforman elásticamente ante esfuerzos externos. Se trata de una especie de líquidos con una viscosidad altísima, de forma que aunque fluyen, lo hacen tan lentamente que apenas resulta apreciable y podrían tardar cientos de años en hacerlo a temperatura ambiente. 

No obstante, si los calentamos a altas temperaturas la viscosidad disminuye hasta que pasan a comportarse como verdaderos fluidos. O sea que, simplificando, el vidrio en unas condiciones ambientales normales de presión y temperatura es un sólido, pero si estas condiciones cambien puede resultar ser un líquido, o algo equiparable a un fluido, cuya característica más singular es que fluye. 

Pues bien, mil años de intenso sol sobre los grandes vitrales de Chartres han producido una fluidez lentísima del vidrio en tanto que líquido, que por la fuerza de la gravedad, le ha hecho escurrirse hacia su parte inferior, como lo hace una gota de agua por su superficie o el mismo cuerpo humano formado en su mayor parte de líquidos, cuando una vez consumida la energía que le da el impulso para el crecimiento, comienza, con la vejez, a encogerse fluyendo hacia abajo, hacia la tierra de la que surgió y le vio nacer. 

Chartres Apostles_Panel_05
El vidrio es una creación artificial del hombre, una de esas cosas que a pesar de lo que el hombre haga con ellas para convertirlas en otras diferentes, se empecinan en no dejar nunca de ser ellas mismas, de tener vida propia y de buscar el principio, el origen y el lugar en que los dioses las dispusieron en la naturaleza. El vidrio de Chartres fluye buscando su retorno, su camino, como el rio de la vida, de espaldas a las intenciones y deseos de los hombres, recordando su pasado y persiguiendo su propio origen. 

¿Quién hubiera pensado que por el interior de aquel sólido transparente, aséptico y sin vida, como una roca, fluía por siglos el río de su propia ser, oculto a la mirada de los hombres? 

Cabe pensar que los colores de los vitrales y en concreto, ese color único, ese azul de Chartres, no es sino el producto de esa fluidez a lo largo de cientos de años, cuyo cambio permanente seguirá ofreciendo en el futuro infinitos azules hasta que, por la gravedad y su propio peso, el vidrio (si no es detenido en su fluir por la tecnología moderna, a fin de conservarse, con una momificación) acabe colapsando. 

Buscando el vidrio el hombre buscaba la transparencia y el dominio de la luz y lo fue a robar a los Dioses que iluminaron con ella la creación y el nacimiento del mundo. 

Por eso cuando la catedral gótica, la mítica catedral de cristal (que también buscaron los arquitectos de las vanguardias expresionistas centroeuropeas del periodo entreguerras como Taut, Mendelsohn o Poelzig o el poeta de la arquitectura de cristal Paul Scheerbart) se llenaba de luz al amanecer a través de sus vitrales con los primeros rayos del sol, los hombres que la levantaron, dando un significado simbólico a su obra, hablaron de luz divina. 

 Los vitrales, los ojos líquidos de la catedral de cristal siguen hoy fluyendo o llorando según se mire, mientras inundan de luz y color un espacio religioso que por su gran altura (parece perseguir el cielo) su luz multicolor y su transparencia, se recrea en él una atmosfera espiritual que a los hombres y mujeres de hoy, sean católicos, ateos, musulmanes, budistas, carpinteros, taxistas, funcionarios de hacienda, peregrinos o turistas, a todos les hace sentir la experiencia única e inmaterial de encontrarse ante el pórtico de la gloria que da acceso al Paraíso.