jueves, 7 de agosto de 2014

LA MODA SÍ INCOMODA

Mirando el desfile de autos antiguos de la feria de las flores en Medellín vi a algunos participantes conduciendo sus coches con atuendos acordes con el modelo que exhibían.

Así fue que recordé que en los años setentas llegó la moda de los pantalones de terlete con bota campana. Tal vez esa fue una de esas ocasiones en las que aprendí que uno debe vestirse, no por lo que la moda impone, sino con lo que uno se sienta cómodo.

De una u otra forma en cierta ocasión mientras compraba ropa cedí ante las recomendaciones de mis acompañantes: “Que hay que estar a la moda, que tienes que estar acorde con los tiempos, etc.”, argumentos que en ese momento me sonaron medio coherentes. Prácticamente fueron mis consejeros quienes escogieron un horroroso pantalón de terlete color beige claro con una bota tan ancha que parecía una bandera.

Pero ahí no terminó la cosa, era que dicho atuendo exigía el uso de unos zapatos de plataforma, otro adefesio de los caprichos de la moda.

Ya en la casa me vestí con el susodicho pantalón y me calcé los estrafalarios zapatos. Desde el principio me sentí muy incómodo con esa rara pinta, pero los elogios y aprobación de los presentes corroboraban que era yo quien de alguna forma estaba fuera del contexto, así que me aguanté y esperé que pasado algún rato desapareciera esa rara sensación

Como tenía que hacer una diligencia en el centro de la ciudad me atreví a salir con lo que al decir de todos era una hermosa vestimenta. Camino a la parada de buses sentía que todos me miraban de forma extraña mientras el viento hacía ondear las botas de mi pantalón, pero no, seguramente era algo de paranoia debida a mi inicial animadversión a este cambio tan radical en mi forma de vestir.

El otro asunto era la lucha para manejar esos zapatos que parecían montados en dos bloques y que aumentaban mi estatura a unos dos metros, de hecho mi panorama visual había cambiado sustancialmente y tenía que tener mucho cuidado para no dar un mal paso y acabar tendido en el piso.

Subirme al bus fue un verdadero tormento, tuve que agachar la cabeza para no golpearme con la puerta y como no había sillas libres me tocó ir de pie y agachado durante todo ese trayecto que me pareció una eternidad.

Mientras caminaba hacia el sitio al que debía ir pensé que a lo mejor mis amigos tenían razón y me estaba quedando en la edad de piedra en los asuntos de la moda, y que si me miraban mucho debía ser por mi elegante forma de vestir. Pero ese cuento no me lo creía ni yo mismo y apuré el paso mientras las descomunales botas de mi pantalón batían con fuerza golpeándose entre ellas produciendo un fastidioso ruido de banderas ondeantes.

Mientras crucé la plaza de Cisneros una negra vendedora de pescado me gritó algo que por fortuna no entendí, pero que de seguro no debió ser nada bueno dado a las risas burlonas de los demás transeúntes. Sentí una profunda indignación y un desprecio infinito por mis consejeros de imagen, ya sabrían de mí cuando los viera.

En resumen, mi debut en el mundo de la actualidad del vestuario fue lo que tenía que ser, un tremendo fracaso, es que eso de ponerse cosas que no vayan con el gusto y la personalidad es un total desacierto, decreté que desde ese día en adelante solo usaría lo que a mí me diera la gana, y lo he cumplido. Más vale estar contento con uno mismo que darle gusto a los demás.

De regreso me quité esos mal recordados pantalones y los hice pedazos antes de tirarlos a la basura, lo mismo iba a hacer con los zapatos pero las súplicas de los presentes me hicieron cambiar de opinión y acepté que los tomaran para que se los regalaran a alguien que quisiera hacer el ridículo de ponérselos.

Tal vez ahora seguiré siendo un retrógrado en asuntos de moda, pero les aseguro que eso me hace muy feliz, y cuando alguien intente aconsejarme que actualice mi guardarropa mejor que se guarde su opinión, porque yo solo me visto como me da la gana.