sábado, 11 de junio de 2011

TRES AÑOS DE RETAZOS

JUNIO DE 2008 - JUNIO DE 2011

Recorremos el camino de la vida acumulando constantemente imágenes y sensaciones, descubriendo a cada instante cosas nuevas, colores, sabores, olores, sonidos, texturas y sentimientos. La vida es una aventura que nos regala a veces alegría y placer y otras dolor y tristeza. Aprendemos a reir y a llorar, es un aprendizaje de todo esto en relativamente muy poco tiempo, pero estamos hechos para eso, para grabar tan enorme información y procesarla para finalmente aplicarla con coherencia en nuestro dirio vivir.

Entre todas esas experiencias algunas son extraordinarias y dignas de compartir, todos indefectiblemente nos encontramos con situaciones que piden ser contadas, por eso el cabezote de retazos de la vida cita esa trascendental frase de Giovanni Papini: " Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se haya escrito."

Así fué que fuí acumulando cosas que guardaba con la esperanza de compartirlas a través de un libro, un libro que de pronto surgió en un arrebato y terminé de escribir en el año 2002. Ahora el asunto a resover era su publicación, era un libro en busca de editor. Por casualidad encontré que esta nueva y vertiginosa tecnologia de la internet ofrecía la posibilidad de hacerlo acercándonos a miles, millones de lectores ávidos de ver cosas y conceptos nuevos, entonces en un día de junio del 2008 estas ideas, cuentos, historias y cuentos, comenzaron a volar por la red y a ser ojeadas con curiosidad y espero aportando satisfacción y aprecio.

De ninguna manera aspiro a cosa distinta que a la de compartir algunas experiencias con mis arriesgados lectores que se han atrevido a abrir las páginas del blog para curiosear saltando a través de sus entradas.

Espero que este ejercicio les aporte algo y satisfaga sus expectativas, aspiro también a que el uso del lenguaje sea decoroso, para no hacer quedar mal a mi excelente profesor Don Póspero Lopera, al que siempre recuerdo con gratitud.

Tanbién quiero mencionar a Doña Lucila Gonzalez de Chavez, que por medio de su columna en el diario El Colombiano, nos guió amenamente por los caminos del buen uso del idioma.

Algunas de las historias aquí consignadas son verídicas, otras no tanto y por supuesto algunas son puro cuento. Me he permitido la libertad de incluir varios escritos, algunos anónimos, por considerarlos de excelente contenido. Transcrito mi libro inicial de 2002 he ido subiendo nuevos textos de historias y cuentos, espero seguir nutriendo con mis experiencias y opiniones el blog, para compartirlo sin ningún otro interes que ese.

Agradezco a todos los seguidores del blog, igualmente consigno que me han sido muy gratos todos los mensajes y comentarios que he recibido en esto tres años.

Salud.



martes, 7 de junio de 2011

LA CATEDRAL SUMERGIDA

MISTERIO EN EL PEÑOL

Iglesia de El Peñol 
Los que conocimos El viejo Peñol sabemos que ahora este yace bajo las aguas de la gran represa. Recordamos también como el agua iba inundando lentamente sus calles condenándolo a un inevitable olvido. La última en sumergirse fue su vieja iglesia que dejó ver hasta el último momento las agujas de sus torres semejando los brazos de un hombre que se ahoga. Lo que nunca imaginé, fue que años después durante un viaje a la represa me esperaba una experiencia aterradora.

Hace muchos años, con un grupo de amigos organizamos un paseo a la hermosa represa de El Peñol, situada a unas dos horas de Medellín. El sitio elegido fue el parque ecológico La Culebra, paraje enclavado en medio de un bosque de pinos en el cual hay senderos empedrados. Allí hay algunas pequeñas instalaciones techadas y dotadas de mesas bancos y hornos donde se pueden hacer asados.

Llegamos al sitio unos veinte excursionistas escapando del la bulliciosa ciudad e inmediatamente emprendimos una caminata por esos bucólicos caminos en medio del verde de la vegetación y los helechos, pudimos observar ardillas que ágiles saltaban por las ramas de los árboles. Escogimos el mejor sitio, pues ese día casi no había visitantes, un compañero instaló una carpa y la felicidad de ese contacto con el campo era general.

Nuestro amigo Hernán Cárdenas tuvo la feliz idea de que rentáramos un bote y formamos un grupo para iniciar en recorrido por la enorme represa, no éramos más de cinco con el motorista, pues la lancha era pequeña. El bote partió velozmente sobre las frías aguas de la represa dejando una larga estela de agua revuelta y espuma. La torre del viejo pueblo sumergido dejaba ver ese día su aguja coronada por una cruz de hierro ya oxidada por el tiempo; el resto de la población del viejo Peñol yacía en las profundidades de ese mar interior.

Una hora llevaría nuestra travesía cuando el motorista sugirió visitar una antigua Hacienda, que aunque ya estaba abandonada, aún conservaba esa belleza propia de los tiempos en que solo había prosperidad y riqueza en esa zona. Todos estuvimos de acuerdo y partimos hacia ese sitio. A medida que nos acercábamos podíamos ver la bella casona, no muy lejos de la orilla, con sus blancos muros reflejados en el espejo del agua.

Desembarcamos ansiosos y cada cual inició su recorrido por donde quiso. Efectivamente ya nadie vivía en ella, el portón principal estaba abierto al igual que todas las puertas interiores. Ingresé al patio interior que estaba rodeado por amplios corredores, observé su piso cubierto de viejas baldosas con arabescos, estaba en perfecto estado. Hernán, que tiene un programa de televisión había llevado un camarógrafo y comenzó de inmediato a grabar un programa allí mismo. Me llamó la atención una habitación e ingresé con algo de aprensión, como las ventanas estaban cerradas estaba algo oscura. Era un recinto grande de piso entablado, desprovisto de muebles y comunicado en galería con otra habitación más pequeña en la que distinguí en un rincón un gran baúl de madera.

Estaba completamente solo en el lugar y la curiosidad me llevó a abrir el cofre. Me decepcionó ver que este estaba estaba repleto de botellas viejas. Al abrirlo percibí el característico olor de las cosas viejas.

De repente tuve la extraña sensación de que en ese sitio había ocurrido algo tenebroso, no puedo explicar la razón, pero me abrumó tal pensamiento. Me dispuse a abandonar el cuarto pero algo me detuvo, miré el piso de madera y observé un hilo de sangre rojo y brillante que se habría paso como un diminuto manantial hacia el patio exterior. Caminé lentamente siguiendo su recorrido y viéndolo fluir ya por el corredor de baldosas amarillas hasta verlo llegar al caño del patio, rumbo a un desagüe que había metros más adelante.

Embelezado, como estaba, no me había dado cuenta que estaba interfiriendo la visual entre el presentador de televisión y su camarógrafo. Al ver la interrupción que había provocado en la grabación me sentí avergonzado y me disculpé como pude, claro que sin explicar lo que me había ocurrido, nadie me lo creería. Cuando volví a mirar el piso, ya estaba completamente limpio. Pero yo tenía la certeza de lo que había visto.

Al rato, cuando llegó la hora de partir, nos embarcamos hacia el campamento pues ya empezaba a anochecer. Me acomodé en mi asiento al lado de Humberto Arango, amigo y muy conocedor de esa región. No pude evitar comentarle en voz baja de confidente lo que me había ocurrido. Me miró abriendo los ojos por la sorpresa y me preguntó también en voz baja: - ¿De verdad viste eso?

Me dio a entender que tenía algo que decirme al respecto, pero que en el bote había alguien que tal vez no debería escuchar esto. Fue así que ya en el campamento, y lejos de todos, me contó la historia, la de la hacienda de El Peñol.

- Hubo hace muchos años en la región un acaudalado hacendado, el más rico de todos los conocidos por esos parajes, próspero, inteligente y de muy buen porte. Todas las damas se derretían por el, pero el hombre solo tenía ojos para su madre a quien adoraba y dedicaba todos los días y años de su vida para cuidarla y atenderla. De joven terminó su carrera de médico cirujano, solo para complacerla. Y es que su vocación era el trabajo del campo. Los años pasaron y logró amasar una gran fortuna, mandó construir la mansión para su madre y la hizo amoblar con elementos importados de Europa, era la casona más bella y elegante que se hubiera visto.

A pesar de sus riquezas llevó una vida llena se sencillez y austeridad, nunca asistió a fiestas ni banquetes. Se quedaron solos el y su madre, nunca nadie los volvió a visitar y solo tenía contacto con los peones de la hacienda por cuestión de su trabajo, y al final ni eso, pues su riqueza era tal que abandonó esas faenas. Vivieron como ermitaños y nunca ya se les vio en el pueblo, ni en las misas del domingo.

Prácticamente desaparecieron del mundo, y la gente se olvidó de ellos, solo sospecharon que algo malo pasaba, cuando Demetrio, el mensajero de la tienda que les proveía, se percató de que no habían recogido las encomiendas anteriores que semanalmente dejaba en la puerta de la hacienda, Igual le pareció raro que las puertas permanecían cerradas, y más se alarmó cuando un día observó que un pequeño hilo de sangre surgía por debajo de la puerta, atravesando el corredor y fluyendo luego por el caño del patio hasta el desagüe. Demetrio aterrado corrió hasta el pueblo y contó lo que había visto. El alcalde y la policía salieron raudos hacia la hacienda temiendo que algo malo estaba pasando.

Tumbaron la puerta y lo que vieron superó sus sospechas. Encontraron al viejo hacendado, pálido, demacrado y vistiendo sus ropas blancas de médico ensangrentadas. Sobre una mesa el cadáver de su anciana madre yacía destrozado.  El médico, aún con su bisturí en mano les dijo:

- No me interrumpan, ya estoy a punto de devolverle la vida a mi madre.

Parece que el pobre hombre terminó sus días en un sanatorio, hablando solo, hablándole al fantasma de su madre.

El bote llegó al campamento, y la historia que me contaba Humberto también llegó a su final. Han pasado muchos años desde esto y ahora abro el baúl de mis recuerdos para sacar estos retazos de la vida que guardé desde el día en que visitamos la vieja Hacienda en El Peñol.