lunes, 16 de abril de 2018

El eterno retorno de las cosas

REPETICION
Parte Primera.
Alberto López



Con los años, llega un momento, en que el mundo se empieza a percibir como repetición. Casi todo suena a visto, ha conocido. El arte y el pensamiento no avanzan, parecen ir en círculos que giran una y otra vez sobre el mismo eje. Cambian el teatro, los escenarios, el vestuario, y la forma de la representación, pero la obra parece ser siempre la misma. 

Porque lo humano no cambia, sino cambia la vida y la forma de vivir, y en lo fundamental, esta, no ha cambiado desde hace varios siglos. Es como si estuviéramos de nuevo, en una Edad Media moderna y oscura, donde las cosas solo cambian en su apariencia, pero no en su definición y contenido. Es la consolidación de la repetición, que afecta tanto al arte y al pensamiento como a la vida en general, y del que es hijo el sistema de la moda, que domina todos los sectores de las artes, las artesanías y los productos industriales de consumo masivo.

Pensamos que el transcurso de la historia ha seguido un desarrollo lineal, siempre hacia adelante, como suma de todo lo anterior, pero las ideas de cambio y de progreso son ideas modernas, relativamente recientes, vinculadas al inicio y al éxito del capitalismo. En realidad, son una ideología, esto es, una conciencia falsa inducida por el poder, un espejismo generado por el sistema para perpetuarse así mismo. Ilusiones de cambio, entretenimiento y distracción de voluntades, para que nada cambie. 

Las sociedades antiguas clásicas europeas, así como las orientales, no se planteaban el cambio como una necesidad histórica, ni el progreso como una vocación de la humanidad, o una ley de la historia, como diría Marx. Con vivir tenían bastante. Aunque en el vivir se incluía el conocimiento y la sabiduría, estas no estaban mediatizadas por la necesidad de progreso social, sino por ampliar el campo del conocimiento del hombre para ser más hombre. 

Por eso, la filosofía, como disciplina, tenía un papel central en la vida diaria y hoy apenas si la encontramos refugiada en los sótanos de las universidades.

La mayor parte de los libros, al margen de los de tecnologías, son repeticiones y remedos de otros libros anteriores, por eso la biblioteca infinita que soñara Borges, es una falacia, porque solo contendría libros sobre libros. En un texto anterior mencionaba a González Ruano cuando decía que, en literatura, todo lo que no es autobiografía es plagio. Es otra manera de decir que, la repetición solo se salva a través del filtro de los matices autobiográficos que pueda introducir el autor.

Y es que la literatura y el pensamiento original, autentico o germinal se reduce a unos pocos libros. El resto es reescritura autobiográfica, copia, repetición para el entretenimiento y el pasatiempo, basura generada por el comercio editorial o el estatus académico, cuando no, adoctrinamiento.

El panorama artístico actual se construye sobre los recuerdos y sobre la recopilación. Hoy todo se repite de segunda y tercera mano. El pensamiento es un pensamiento de citas y de citas de citas. En la arquitectura las citas son de edificios, cuando no de fotos de edificios. Las novelas cuentan las mismas historias cada vez más devaluadas, mientras que la poesía se encierra en sí misma, marginada de espaldas al mundo y despreciada por las editoriales.

Cuantos miles de libros se han escrito sin aportar nada, para interpretar limitadamente o para deformar y pervertir el pensamiento de Jesucristo, de Marx o de Freud. Cuantas horas perdidas en la escritura y lectura (a veces sacrificada, casi como de penitencia militante) en libros de interpretación sobre algunas pocas ideas. Cuantas modas literarias han desaparecido sin dejar tras ellas rastro alguno. 

Quien se acuerda hoy de escritores y pensadores que, no hace muchos años estaban en la cumbre de la novela o del ensayo, incluso con grandes premios a sus espaldas como el Goncourt o el Nobel. Quien ha vuelto a releer a la mayor parte de los premios Planeta, digamos, de los últimos veinticinco años. 

Susan Sontag en los años sesenta del siglo pasado ya nos advirtió contra la interpretación (traducción) de los contenidos de las obras literarias y de arte en general, por parte de los críticos, que llegaban a sustituir con sus textos a las propias obras originales. Cuantos libros hemos leído sobre un autor sin haberle leído directamente a este.

Hemos leído demasiado (demasiado mal) a los interpretadores a quienes no teníamos que leer, y poco, a los pocos que teníamos que leer porque eran los que tenían algo original o autentico que expresar. Por eso decía al comienzo que, con los años (mejor con la vejez, que es la verdadera madurez) llega un momento que todo suena a repetición y a interpretación. 

Y así sucede que uno ya no lee para aprender sino para olvidar. Picasso lo dijo de otra manera: "En aprender a pintar como los pintores del renacimiento tardé unos años; pintar como los niños me llevó toda la vida."

Lo más difícil hoy, ante el aluvión de lecturas y de obras de arte, es saber discernir lo auténtico de lo interpretado, lo original de la copia. Lo difícil es escoger y saber rechazar, decir pocas veces si y muchas veces no. Hoy apenas se lee a las fuentes, a los pensadores originales, a los clásicos. 

Resultan duros, requieren un cierto esfuerzo, una tranquilidad, en cierta manera una forma de vivir, que no está acorde con un mundo actual, que se quiere rápido y frenético. Ya nadie soporta el cine clásico japonés, al que se califica de excesivamente lento y ceremonioso y del que se dice, hay que esperar media hora para que pase algo. En el cine actual, hoy todo es velocidad, acción, violencia sin límites, ruido y efectos especiales.

Sucede un poco como con el agua embotellada, que toda esta filtrada y en consecuencia que toda sabe igual, o sea, a nada.
La vida (también en el arte) se reproduce por estereotipos interpretativos, impuestos y aceptados por una cultura de masas ganadas por la ignorancia. El producto no puede ser otro que la repetición, la inanidad y el vacío, que resulta el verdadero protagonista de la cultura actual. 

Y es lo mismo para todas las artes. Lo es para la novela convertida en pasatiempo, lo es para el teatro en espectáculo, para la pintura y la escultura en montaje, para el cine en efectos especiales o para las arquitecturas museísticas convertidas en cascaras espectaculares, para el atesoramiento de aire. Todas ellas se parecen a esos frutos que después de quitarles la piel, capa tras capa, cuando se llega al núcleo, carecen de semilla y solo queda el vacío.

La solución a este estado de cosas no es añadir más, sumar persiguiendo el espejismo del progreso (hoy tecnológico) sino en desprendernos de esa presión interpretativo (informativa) que no nos deja tiempo para la reflexión. En literatura y en el arte como en la vida, para caminar con soltura hay que ir, como dijera nuestro poeta, ligero de equipaje. 

Por eso los buenos lectores tienen un repertorio reducido de libros y de autores (en general difuntos) a quienes leen y releen una y otra vez, sin dejarse seducir por las nuevas estrellas literarias que lanzan al mercado las grandes editoriales y que casi siempre resultan flores de un día. 

Del arte descentrado del que hablara Hans Sedlmayr por la desorientación de los principios y la ruptura de la historia, que llevo al arte moderno al suicidio, hoy se ha llegado a un arte sin centro, carente de principios y valores, donde todo y nada vale, y donde ante el altar del Moloch, solo cuentan la rentabilidad, la productividad, la plusvalía y el dinero. 
(Continuara)

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