miércoles, 13 de marzo de 2019

DICIEMBRE DEL 60


Los recuerdos de esa navidad llegaron cual caballos desbocados invadiendo el espacio de mi memoria. Rostros, nombres y situaciones desfilan impetuosos pidiendo ser rescatados de esos retazos de la vida que pasé a bordo del cuerpo de niño que entonces habité.



Regreso a la vieja casa de ventanas con postigos y una puerta de madera que siempre estaba abierta dado ingreso a un zaguán que limitaba con el contraportón de opacos cristales de colores el ingreso a la vivienda.

Un portón situado al lado izquierdo del zaguán era la entrada a la sala principal que recibió innumerables visitas, que muchas veces llevaban parva en cartuchos de papel.

Un día entró Nayibe, prima de los vecinos, con su infaltable revista de Corín Tellado en su mano, y que según ella, le enseñaba a amar. 

En los días previos a navidad nos visitaba doña Maruja para ofrecernos el cartón del arbolito Dispol, que ofrecía productos ocultos tras unas tapitas redondas que al quitarlas mostraban el producto y su precio; un adelanto del mercadeo doméstico. Al que vendiera todo el árbolito le daban una vajilla. 2 arbolitos un parques, 3 arbolitos una máscara del Santo.

El registro Akashico, ese que guarda las experiencias del alma, me abrió su acceso repentinamente y lo ojeo ávido de mirar a ese Medellín de los años sesentas, cuando era un poblado grande lleno de muchachas bonitas y clima templado.

Los lunes escucho la campana del carro del petróleo y los jueves los gritos del carbonero que usa un carretón tirado por un viejo caballo. El carbonero era un hombre robusto con la cara barbada cubierta de hollín, estampa digna del Londres del siglo XlX… Carbón, llegó el carbón.

Es que en la ciudad era común que la energía eléctrica fallara con mucha frecuencia y se recurriera a cocinar con fogones de petróleo y de carbón. De seguro que si entonces se hubiera medido la calidad del aire, habría marcado elevadas concentraciones de contaminación.

En los años sesentas teníamos sirvienta, sin que ese término fuera discriminatorio y los vendedores ambulantes ofrecían sus productos y servicios con pregones agradables:

Se amuelan los cuchillos las tijeras….
Arreglo las sombrillas….
Colombiano, Correo, Tiempo El Espectador…

Gloria desde niño vendía sus espectaculares aguacates de puerta en puerta en compañía de “La Negra”, la verdulera.
Hasta nuestra puerta llegaba una  ancianita con un impecable delantal blanco cargando una gran canasta en su cabeza con la deliciosa parva de la panadería Real Danesa.

Tiempos bonitos de familias numerosas que todavía rezaban el rosario a las seis en punto de la tarde y comulgaba los primeros viernes.

El sueño me vence y el registro de los retazos de la vida se sumerge en el astral del tiempo. Otro día seguiré con los relatos.