Por: Patricia Lara Salive
Octubre 25 de 2009
Rodrigo Lara, Sebastián Marroquin, Carlos Fernando Galán, Claudio Galán y Juan Manuel Galan |
La carta revelada por la revista Semana en la que el hijo de Pablo Escobar, hoy llamado Sebastián Marroquín, les pide perdón, en nombre de su padre, a los hijos de Luis Carlos Galán y de Rodrigo Lara, por el asesinato de sus progenitores, y el perdón dado por éstos es un acontecimiento que no puede pasar desapercibido en este país donde los odios y las venganzas han provocado tantos muertos.
“Cuando asesinaron a mi papá sentí una rabia muy fuerte”, le dijo a Semana Carlos Fernando Galán. “Tanto, que cuando mataron a Pablo Escobar alcancé a sentir cierto descanso (…) El poder sentarme con el hijo de Escobar me permitió darme cuenta de que ese odio no lo tengo por dentro. Y eso me tranquilizó”, agregó Carlos Fernando.
Algo parecido le ocurrió al senador Rodrigo Lara, a quien atormentó toda la vida el recuerdo de esa noche nefasta, en que él, entonces de 8 años, recibió en casa a su padre recién baleado y lo acompañó en el carro hasta la clínica, donde falleció. Sí, ese recuerdo y la ausencia lacerante de su papá generaron en ese niño dolor, rabia y deseos de crecer para vengar su muerte. Pero al vivir tantos años fuera del país, en compañía de su madre y sus hermanos, pudo evacuar su odio y convencerse, como le dice a la revista, de que “los ciclos de violencia no se pueden repetir”. Y añade: “aunque no tenía nada que perdonarle a Sebastián, me pareció que estrecharle la mano, darle un abrazo, era mandarle un mensaje de reconciliación al país”.
Y el hijo de Escobar, por su parte, quien en noviembre estrenará un documental titulado Los pecados de mi padre, también es víctima de los delitos y crímenes atroces cometidos por su papá, los cuales lo llevaron a la tumba. “Finalmente todos somos huérfanos”, afirma en el documental el hijo del capo.
Pablo Esobar con su familia |
¿Y, finalmente, cómo sería el futuro de Colombia si el Presidente perdonara, desde la última encrucijada de su alma, a los homicidas de su padre? Tal vez, en ese caso, él podría llegar a negociar el acuerdo humanitario e iniciar un camino de paz, estimulado por el deseo de los guerrilleros de seguir el ejemplo El Salvador y Uruguay, donde antiguos combatientes llegaron al poder. Entonces, probablemente, terminarían los insurgentes incorporándose a la vida política del país, finalizaría la guerra y las centenas de miles de millones que se gastan en sostener soldados y en comprar armas y municiones empezarían a invertirse en la erradicación de la pobreza.
Así, Colombia, por fin, podría terminar de llorar y empezar a sonreír. Pero, antes, tendría que haber aprendido a perdonar…
Tomado del periódico El País de Cali
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