domingo, 25 de julio de 2010

COMO PASAN LOS AÑOS

Es increíble como cambian nuestras apreciaciones con el tiempo, cuando era niño y correteaba con mis amigos por la calle, veía pasar a los muchachos rumbo a la escuelo o el colegio, al ver su estatura comparada con la de nuestros tres o cuatro años, me parecían casi viejos.

Si oíamos que alguien había cumplido cuarenta años me sorprendía que se pudiera llegar a tal edad, y si era el arribo a los cincuenta lo veía como una proeza. Éramos niños eso estaba lejos de nuestra comprensión y seguíamos jugando.

Luego al ir a la escuela por primera vez comprendí que esos chicos que veía camino a la escuela en realidad no eran viejos como pensaba antes, los viejos sin duda eran los que asistían a la escuela secundaria, de hecho algunos hasta bigote tenían.

Y así pasó el tiempo y se llegó el día de comenzar la secundaria, increíble, ahora veía que los chicos de bachillerato no eran viejos, solo muchachos grandes, aunque tuvieran ese raquítico bigote propio de la edad, los viejos ya sin discusión eran los que estaban en la universidad y de ahí para arriba.

Pero lo que están pensando es así, ingresado a la universidad tuve que reconocer mi grave error de secundaria, los universitarios tampoco eran viejos, solo más altos y fuertes, pero viejos no.

Entonces los viejos debían ser los obreros, los licenciados, los abogados, los curas, bien ustedes comprenden, los verdaderos viejos, porque de ahí para arriba ya estaban los ancianos venerables.

Pasó el tiempo de la U y sentí la flor de la juventud, los universitarios viejos, jamás, pero de pronto me vi como licenciado y salí de ahí con el diploma en la mano y la incertidumbre de mi futuro laboral como viejo.

Ingresé por suerte a una gran compañía de software y mirando a mí alrededor en la oficina descubrí que los licenciados tampoco eran viejos, los viejos eran los que antes veía como ancianos, los que pasaban de los cuarenta, porque de ahí para arriba sin duda estaban los decrépitos venerables.

La vida transcurrió inexorable y de pronto me vi en un nuevo hogar, rodeado de dos hermosas pecosas y una encantadora esposa. Comprendí entonces que mis padres cuando yo tenía cinco años no eran viejos, solo jóvenes grandes.

Bueno sin duda y corroborado por mis muchas lecturas, los viejos eran los abuelos y los jubilados, esos que se reúnen a rumiar su pasado en las cafeterías del centro de la ciudad al calor de unos aguardientes.

De golpe, casi sin darme cuenta mi niña mayor se casó y en un santiamén ya me había convertido en abuelo, abuelo yo a mis 46 años, increíble

¿Los abuelos viejos?, que va, solo hombres mayores, pero viejos lo que se dice viejos jamás, y ya lo digo por sentir propio.

Un día en el metro un jovencito me cedió su asiento, al tiempo que me decía: Siéntese abuelo, que golpe tan duro fue esto, amable el muchacho pero irreverente sin duda, ¿Viejo yo?, jamás de los jamases, el recorrido del tren se me hizo interminable, en mi mente retumbaban esas palabras: Siéntese abuelo, siéntese abuelo.

Me bajé en mi estación y caminé lo más rápido que pude hacia mi casa, y la verdad fue que por primera vez caí en la cuenta de que mis pasos no eran los del atlético joven que solía ser, con horror descubrí que mis pasos no eran pasos, solo el lento arrastrar de los pies de un viejo, de un anciano, de un decrépito venerable.

Como pude, asfixiado por el esfuerzo y con mi corazón a mil revoluciones llegué a la casa, abrí la puerta con la dificultad propia de mi mano temblorosa, y por un instante imaginé el caluroso beso con el que mi amada solía recibirme todos los días, pero no, bajando la cabeza tuve que resignarme como todos los días de estos últimos años, a que ya no estaba, que se ha ido para siempre, que estaba solo.

Mis traviesas pecosas tampoco están conmigo, están lejos, tan lejos mis pecositas amadas, en lejanos países con sus esposos y mis nietos.

Cuanto daría por tenerlas aquí, pero el tiempo pasa y lo que nos da nos quita. Ahora ya se cuando se es viejo, anciano, decrépito venerable, cuando se está solo y todo se ha perdido.

Siéntate abuelo, siéntate abuelo...


El tiempo - Mercedes Sosa y Pablo Milanés

D.Z.R

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