lunes, 2 de mayo de 2011

LA FÁBRICA DE AVIONES


Les quiero compartir otra de esas historias, que no por parecer fantástica deja de ser cierta. Había en mi pueblo un acaudalado empresario, al que llamaré Don Gaspar, el que por sus cualidades filantrópicas gozaba del aprecio de todos pero que de cuando en cuando sufría trastornos mentales y comenzaba a hacer y a decir incoherencias, coloquialmente: Se le corría la teja.

Pues bien en una ocasión se le corrió la teja al buen hombre y ante la imposibilidad de que alguno de sus familiares lo trasladara a la capital, buscaron para tal tarea a un conocido que fabricaba y vendía avioncitos de icopor en la plaza principal. Este aceptó con gusto, pues le tenìa gran respeto al señor en cuestión.


Fué así que al día siguiente tomaron el autobus que los trasladara a Medellín, no sobra decir que en aquel entonces la carretera más parecía un camino de herradura y el que el viaje tomaba de seis a más horas, dependiendo de los derrumbes que se pudieran encontrar. Afortunadamente para el juguetero, el paciente a pesar de su problema era tranquilo y se podía menejar solo siguiéndole la corriente a sus locuras.

Dicho y hecho, llegados a la capital tomaron un taxi que los trasladó hasta la ciudad de Bello, donde estaba el manicomio municipal que gozaba de gran reconocimiento por su calidad y en el que laboraban ilustres psiquiatras y psicólogos de gran renombre. Entró pues nuestro personaje con el paciente a la oficina de admisión y le narró la historia al encargado, mientras que el acaudalado empresario, que además vestía finas ropas, hacía disimuladamente gestos y moviendo su dedo índice sobre su sien daba a entender que quien les hablaba era el que tenía un tornillo suelto.

El recepcionista asintió moviendo la cabeza afirmativamente, dándole a entender al empresario haber recibido el mensaje. Ahí fué cuando Entró a hablar Don Gaspar y se identificó comprobando su condición de gran negociante de su región, con gran claridad les explicó, ante la mirada atónita de su acompañante, que solo le había llevado la corriente al pobre hombre para poderlo conducir al sanatorio.

Obviamente este, asustado, reviró insistiendo en su historia y asegurando que Don Gaspar era el loco que venía a entregar. El encargado observando detenidamente al juguetero le hizo una pregunta directa para finiquitar el asunto: - ¿ A que se dedica usted señor?
- Yo tengo una fábrica de aviones en Cañasgordas. Contestó con orgullo el desdichado.

Desdichado digo, porque su respuesta logró que lo condujeran entre dos fornidos enfermeros hacia el cuarto de aislamiento, gritando y pataleando. Mientras, Don Gaspar firmaba el libro de ingreso del paciente y demás datos requeridos.

Un día después regresó Don Gaspar al pueblo ante la algarabía de todos y la sorpresa de su familia. Han pasado muchos años y la historia aún es recordada. Don Gaspar ya falleció de viejo y el juguetero es ahora un anciano que más parece un fantasma que deambula por el parque, tratando de vender esos avioncitos que ya nadie compra, pues los de ahora, esos que vienen de la China, vuelan de verdad y sin estar amarrados a un cordel.

2 comentarios:

el drummondvillano dijo...

Excelente, los mejores cuentos vienen de hechos reales.

danubio dijo...

Hola Daniel, así van llegando esos retazos de recuerdos los iré pegando a la gran colcha del blog. Gracias por tu comentario.