EL HOMBRE ORQUESTA.
Había un señor que pedía limosna en Cañasgordas y le llamaban “El Múnpero”, nombre del que nunca supe su origen, otros lo llamaban “No Pedro”. Era un señor muy gracioso, un hombre orquesta, pues convertía su sobaco en un instrumento musical muy afinado, el hacía sonar con su axila las melodías que le solicitaba la gente para su diversión.
Por cinco centavos dejaba a un lado la vasija que usaba para recibir las limosnas, se quitaba la camisa, se metía una mano bajo su sobaco derecho y comenzaba a agitar su brazo a manera de fuelle dejando salir melodías para dicha de los concurrentes. El tipo llevaba pues una orquesta en sus axilas.
DON RICARDO VÉLEZ
Vivía este hombre del material que cargaba en una burrita desde el río. Todos buscaban a Don Ricardo para que les trajera arena o cascajo y como su oficio lo ejercía desde tiempos inmemoriales no solo Don Ricardo sino también su burra conocían a todos sus clientes.
Siendo así, la burrita distinguía muy bien a su clientela, la buena y la mala. Sabía quien era cumplido en el pago del acarreo y quien no. Un día llegó un señor de esos que eran reconocidos por ser mala paga y le pidió a Don Ricardo que le trajera unos viajecitos de arena. Había que ver entonces a la burra con cara de enojada y sacudiendo la cabeza de oriente a occidente, viendo esto Don Ricardo no quiso hacer el trabajo.
DON RAMÓN MARTÍNEZ
Vino al pueblo Don Ramón Martínez a montar una tienda, era un gran chucero que pronto comenzó a trabajar y a conseguir una gran clientela y le fue bien. Diversificó luego su negocio y compró bestias para alquilar para que los clientes viajaran a municipios vecinos. Les puso nombres tan curiosos como: El Marqués número 11, La mula Pepa, El Verraco de Guaca y Mañeco.
Cuando alguien usaba sus servicios Don Ramón acompañaba al jinete hasta la plaza y a la vista y oído de todos gritaba: - SALE EL MARQUÉZ NÚMERO 11 y así el cliente no podría negar haber utilizado sus servicios. Además recuerdo que El Marqués tenía la costumbre de levantase tres veces en las patas de atrás agitando las manos antes de partir para terror de los jinetes que no sabían de esto. La cabriola se repetía igual a su arribo, entonces jinete que no se agarrara bien al piso lo tiraba.
Don Ramón vendía leche y avisaba su llegada de la siguiente forma: - “Llegó el líquido perlático de la consorte del toro”. Igualmente pregonaba todas las mañanas: “Hay parva fresca llegada desde anoche”.
Se casó aquí con una distinguida dama de apellido Ochoa llegada de Envigado. Señora muy digna y elegante que no imaginaba que este hombre estaba loco. Desde el primer día ella supo que se la había tragado la tierra pues ese mismo día de la boda le dio al caballo “Mañeco” una enfermedad que llamaban hormiguillo, se le metió entonces en la cabeza a Don Ramón que su esposa tenía que hacer la curación del supurante casco del animal abriéndoselo con una navaja para echarle sal, kerosén y yodo, luego de extraerle bien la pus. Obviamente la mujer que era muy delicada no pudo cumplir esa desagradable tarea y ahí comenzaron sus desdichas. Como a los seis meses la señora regresó a casa de sus padres en Envigado y Don Ramón se quedó solo al frente de su tienda y sus caballos.
No resignado a perder a su esposa y después de enviarle muchas cartas logró convencerla para que volviera luego de más de un año de separación. Había que ver a Don Ramón que montado en El Verraco de Guaca cabalgó por todo el pueblo anunciando la buena nueva y pidiéndole a toda la gente que le prepararan un apoteósico recibimiento a su esposa el día de su llegada.
Pues si señor que aprovechando la situación para pasar un buen rato un grupo de gente consiguió carros, cohetes, músicos y banderas. Llegada la fecha estuvieron preparados con toda la parafernalia en Buenos Aires, que era la entrada al pueblo. Atajaron el auto en el que venía Don Ramón con su recuperada esposa e hijo. Los montaron en el capacete de un carro de escalera y comenzó la caravana hacia el pueblo con una fila de autos pitando en medio de cohetes, música y agitar de banderas.
Al legar a la plaza principal los subieron a una tarima donde esos locos habían instalado un gran tálamo nupcial para que reposara la pareja mientras les leían unas palabras de bienvenida bajo el ondear de una gran bandera blanca y negra, símbolo de la ausencia y de la paz. Entonces comenzó la fiesta en honor a la reconciliación de los esposos y caminaron hasta el frente de la casa de Don Ramón tras la bandera que sería instalada en su fachada por ocho días. Hubo muchos brindis por cuenta del anfitrión quien sobre una bacinilla boca abajo le dedicó a su cónyuge estas sentidas palabras de amor: -“Me has engañado mujer porque tu alma, las flores del cariño no han brotado, porque en tu pecho jamás nadie ha derramado semilla en tu corazón ya destrozado”. Hasta ahí la fiestesita porque ya se hacía tarde y la oscuridad se apoderó del pueblo que aunque tenía energía eléctrica era muy mala y los bombillos alumbraban menos que un cocuyo en piyama.
Esa luna de miel no duró ni mierda, pues a medida que pasaban los días Don Ramón se fue poniendo peor. Debido a sus incoherencias quebró abandonando el negocio comercial para dedicarse a la dramaturgia. Escribió entonces varias comedias, dramas y sainetes haciendo presentaciones en el teatro y obligando a su esposa a ser antagonista de todas sus obras y siendo el y su hijo Luisito las figuras centrales.
Se consiguió un puesto oficial como secretario de la inspección de Cestillal a donde se trasladó con la familia, allá montaba sus obras y cuentan que no le iba mal hasta que a golpe de repetir los mismos dramas la gente no volvió al teatro. Renunció al cargo y se fue para Medellín a seguir loqueando hasta que un día Dios lo visitó y se lo llevó.
JUBILADO
Por el tiempo de Don Ramón vivió en el pueblo un señor a quien apodaban “Jubilado” y que se enojaba mucho si lo llamaban así. Era de mal carácter y se mantenía enfermo con una llaga permanente en la espinilla. Era blanco, zarco y muy delgado, usaba tirantas. Vivía de lo que le daban pero con frecuencia hacía rifas. Los sábados sacaba prestada de la tienda de Serafín Yepes un tiple para rifarlo a cinco centavos la boleta, una vez vendía todas las boletas regresaba al almacén y colgaba el tiple en el mismo clavito donde estaba guindado antes del sorteo regresándolo al dueño del almacén.
Luego si alguien le preguntaba quien se había ganado el tiple el contestaba: “Me lo gané yo hijueputa, ¿PA que?. La gente gozaba con eso y el vivía de eso.
Un día se fue para Medellín donde cuentan que murió de rabia.
2 comentarios:
Bonito recuerdo el de don Domingo. De los personajes que el mas pintorezco es el loco de la tienda y las mulas, una verdadera caja de musica con un estilo de vida bien sui generis. Cada pueblo con sus locos, sus bobos, sus personajes que se salen de lo ordinario, alli brillan, en la gran ciudad hubieran pasado desapercibidos. Y esos personajes son unicos, si bien se parecen a los de otros pueblos, cada uno tiene su historia bien particulela,irrepetible en este macondo del occidente antioquenno, saludos.
Hola Daniel,es una suerte que Domingo Gil haya escrito estas memorias de su vida y no se perdieran luego de su último viaje. Estoy seguro que le quedaron muchas anécdotas, cuentos e historias para compartir. Saludos.
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