Esto de ser radioaficionado me trajo al comienzo grandes problemas, mi esposa estuvo a punto de pedirme el divorcio pues alegaba que pasaba más tiempo en el cuarto de radio que en el nupcial. Mis hijos también me reclamaban más tiempo y atención, pues ya no les ayudaba en sus tareas escolares ni los sacaba al parque como antes.
Mis vecinos me odiaban pues en lugar de escuchar las voces de los personajes de sus novelas favoritas de la televisión oían mis destemplados llamados de CQ - DX. Ya me sentía marginado de la sociedad y me habían puesto el remoquete de "el loco del radio". Estaba a punto de enloquecer ante tanto rechazo hasta que se me ocurrió una idea genial, invité a mis hijos a modular por la banda de once metros y para mi sorpresa les encantó y hasta resolvían sus tareas con los nuevos amigos que hallaron a través de las ondas hertzianas.
A mi esposa le insinué que colgara la ropa en la antena y quedó feliz al ver que se secaba más rápidamente por el efecto de la radiofrecuencia. Los fines de semana visitaba instituciones cívicas ofreciendo mis servicios para hacer comunicados con otros países en busca de información, vacunas, remedios, víveres y ropa para los damnificados de alguna calamidad. Las cosas cambiaron y del despreciado loco del radio pasé a ser una especie de héroe, hasta me animé a llevar una camiseta con mis indicativos estampados. Cuando escribí esto ya estaba pensando en otras ventajas que podría sacar de mi afición, como freír huevos sobre la fuente de poder o usar en las fiestas de fin de año el radio para pasar la música parrandera y animar las fiestas que los vecinos hacían el la calle. En fin las posibilidades eran muchas. No sobra decir que entonces aún no llegaba la internet y la radioafición era lo más cercano a ella que había.
Atrapando al sol
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