Séneca (2 AC-65)
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Dicen que cuando nació no lloró a pesar que la partera le pegó una fuerte nalgada, tampoco reclamó nunca su turno para alimentarse, no emitió ni un sollozo, ni ningún sonido que delatara que el hambre lo carcomía, solo esperaba a que su madre eligiera el momento de amantarlo.
En una ocasión su abuela al ponerle el pañal accidentalmente le clavó el gancho con el que lo aseguraba y solo media hora después su mamá se percató de ello al ver la sangre que corría por sus muslos, pero no lloró, y no porque no sintiera dolor, era que no sabía cómo hacerlo.
Todos a su alrededor se sorprendían de tan extraño comportamiento y fue así que su madre lo llevó una tarde donde el galeno, quien después de un largo exámen nada anómalo halló en aquel mancebo, “Simplemente no quiere llorar”, le dijo el médico a su madre mientras encogía sus hombros.
- Sí señor, contesta este.
- ¿Y que sientes? , ¿Cómo haces para que llegue el llanto?
- No sé señor él solo llega, y aunque no quiera, por mis ojos se derrama toda la tristeza de mi alma.
- Yo quiero llorar, dijo el anciano. ¿Podrías ayudarme a tal portento? En mi alma albergo tantas penas que tras mis ojos debe haber un mar de lágrimas.
- ¿Qué hizo tu tío?, dilo pronto, que cualquier cosa yo haría por sacarme este dolor que hay en mi alma, vivo en muerte, en pena vivo.
- ¿Hace cuanto no llora señor?
- Nunca he llorado, y solo quisiera que me dieran, para llorar alguna pócima bendita.
Antonio entonces se le acerca y al oído le dice su secreto.
- Haced señor esto y de seguro, se romperán los diques que te a tu alma apresan.
- Ve Antonio entonces donde sabes, que la pócima te hagan prontamente. Coged esta bolsa con monedas, que por el precio que pongan no hay tormento.
Corrió Antonio hacia el pueblo diligente, para cumplir con ese encargo tan urgente.
Ya en la trastienda el viejo boticario, prepara el místico brebaje. Agua destilada, gotas de ajenjo, y otras hierbas que Antonio no conoce. Entonces el boticario a Antonio dice:
- Dile a tu amigo que el viernes en la noche, se tome este brebaje lentamente, que en poco de más menos una hora, surtirá sus mágicos efectos.
Ya en la noche del viernes convenido, Antonio nervioso le da al viejo la bebida. Este con mano temblorosa de un solo trago la toma esperanzado, de que por fin en un rato llegue el anhelado llanto.
Antonio se sentó junto a la cama, para vigilar tan raro asunto. Sentía compasión por ese anciano, que por oculta causa tan raro mal padece. El reloj en la pared marcaba aquella espera, segundo tras segundo.
-¿Cómo se siente usted?, al fin pregunta, pero el viejo se guarda la respuesta.
Cuarenta minutos han pasado y el viejo a agitarse ya comienza, al tiempo que suda enfebrecido.
Puja, tiembla y se agita poseído, por los efectos de la fórmula secreta.
Antonio no quita su vista de sus ojos, buscando en ellos alguna lágrima furtiva.
De repente ante el terror de Antonio, los ojos del viejo de sus cuencas caen y dos chorros de lágrimas vigorosos fluyen inundando pronto el lúgubre recinto. El viejo grita, ha encontrado el llanto, pues son de sangre las lágrimas del alma.
Antonio corre para ponerse al salvo de aquella riada que fluye loma abajo, inundando corrales y sembrados.
En el pueblo despiertan asustados, por los bramidos que emite la montaña. ¿Será un volcán?, comentaban unos, o el mismo diablo dio aquel absurdo grito.
Al fin coinciden en que fue una riada que surgió del suelo y regresan a sus casas a seguir sus vidas.
Muchos años han pasado desde entonces, cuando Antonio narra esto que les cuento.
- Nadie nunca me creyó esta historia y le juro por dios que no la invento.
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