viernes, 20 de diciembre de 2013

EL PESEBRE DE MI CASA

Portal de Belén de mi casa dic. 2013
De nuevo llega navidad, ya no huele al musgo y al aserrín que tenían esos que entonces me parecían enormes pesebres, pero que ahora comprendo que no eran ellos los grandes si no que era yo el tan pequeño. Tan pequeño debía ser que entonces podía caminar por las calles de Belén y mirarme en el espejo que simulaba un lago, también me gustaba hacer trotar por esos caminos de aserrín a los camellitos de yeso para que los reyes magos apuraran su paso y lograran llegar al portal lo más pronto posible, pues esperar hasta el 24 de diciembre me parecía una fecha muy lejana.

Cuando me cansaba de jugar con las figuras simplemente me metía debajo de la mesa que sostenía el pesebre para darme una buena siesta. La navidad era mágica para los niños de aquella época y siempre olía a musgo y a aserrín, nos ilusionaba la llegada del niño Dios con sus regalos y nunca me daba cuenta del lugar por el que podía entrar a nuestro cuarto para dejarnos los traídos debajo de la almohada.

Ese misterio también fue mágico y lo conservé por mucho tiempo, tanto que ahora hasta casi me da vergüenza. Llegaba el 24 y mi madre y todas las mujeres se concentraban en la cocina para preparar la comida de navidad, los hombres jamás participaban de esa actividad: "Los hombres en la cocina huelen a rila de gallina", era lo que entonces decían.

La persecución de las gallinas en el solar era toda una faena, estas plumíferas si bien no son muy veloces si tienen un dribling que envidiarían los mejores futbolistas del planeta. Luego de muchas carcajadas y resbalones las desdichadas aves eran atrapadas para ir a parar al sancocho familiar.

Montones de arepas de mote redondas se asaban en una cayana sobre las brasas del viejo fogón de leña, los postres que preparaban eran dulces de mora, de breva, de auyama, arequipe, panelitas de coco...

No faltaba nunca la mazamorra que es la delicia de los paladares Paisas, pero que extrañamente a mi me produce náuseas. Nunca he entendido eso.

Pero que le hace, de resto me gusta todo el repertorio gastronómico que ofrece nuestra tierra. En todo el año nunca se comía tanto como en esos  veinticuatros de diciembre, ni la cómoda estaba tan llena de manjares, el sancocho nos hacía y nos sigue haciendo sudar la gota gorda, algo superenergético debe tener ese plato para tener ese curioso efecto.

Cuando caía la tarde todos se disponían para preparar la natilla y los buñuelos, ahí si pedían cacao las mujeres y solicitaban la ayuda de los hombres, porque eso de volear el enorme  mecedor de palo para revolver la natilla si era cosa de machos.

De nuevo llega la navidad, luego de tantas navidades vividas, saboreadas y olfateadas, ya no huele a aserrín y a musgo, ahora huele a plástico y a otras cosas que exhalan los adornos navideños electrónicos, y sobre todo y tristemente la ciudad se llena de ruido y de humo de pólvora, cada cual celebra por su lado algo que no recuerda qué es. Muchas casas están vacías en navidad pues ya no albergan hogares sino habitantes en tránsito. Los hijos van a las fincas de los amigos a rumbear y a meterse en problemas, los padres cada cual de seguro asistirán a las celebraciones de sus respectivas empresas. Es que las navidades ya no huelen a musgo y aserrín, ni a dulce de brevas ni a natilla.

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