Grabado anónimo, principios del siglo XIX |
No en una, sino en muchas ocasiones la prensa ha publicado que alguien que se ha ganado la lotería y se ha enfarrado un fin de semana completo con todo el vecindario ofreciéndoles licor, comida y música.
RON PA TO EL MUNDO
Algunos han llegado al extremo de regalar o quemar sus muebles y ropa en medio del jolgorio. – Que no se vea la miseria, que el lunes me reclamo mi premio mayor.
Después del jolgorio y llegado el lunes nuestro personaje sale a reclamar su premio mayor de la lotería para enterarse que:
- Su billete es falso y que le metieron gato por liebre.
- Que el número del premio mayor no coincide con el suyo.
- Y hasta en una ocasión que el número ganador publicado en el periódico salió erróneo.
Ni se imagina uno lo que han sentido estas personas que ensillaron antes de traer las bestias, que dilapidaron lo mucho o generalmente lo poco que tenían con la ilusión errónea de ser mil millonarios.
El totazo debe ser grande y con consecuencias desastrosas.
EL CUARTO DE HORA
Otros casos, y más comunes por cierto, son aquellos en los que el desaforado no se ha ganado la lotería ni el baloto. Aquí entran los que por golpes del destino tuvieron un trabajo muy bien pago o accedido a un contrato que les genera pingues beneficios.
Este es el que al recibir su primer pago regala o bota lo que tiene y sale en patota con su esposa, hijos padres, sobrinos y amigos más allegados rumbo a los centros comerciales.
Que la nevera no frost, el televisor led de cuarenta pulgadas, el equipo de sonido de mil vatios, los zapatos de marca para sus hijos y sobrinos, ah y el nuevo automóvil cero kilómetros de gama alta.
Por su parte su esposa y suegra salen a renovar su ajuar en el sitio más caché sin medirse en costos.
Que para eso es la plata y sobre todo la flamante tarjeta de crédito con cupo ilimitado que recién le han dado en la empresa.
Oh razón de la sin razón, o falacia de mundo, esta querida familia que se obnubiló por un éxito pasajero, por el cuarto de hora de su vida, ha dilapidado sus temporales ganancias más allá de su propia realidad, y cuando su trabajo termine tendrá empeñando su futuro con los exagerados pagos que les exigirá el uso de su tarjetica de plástico.
DON PEDRO
Don Pedro si nunca tuvo tarjeta de crédito, ni siquiera de débito ni cuenta bancaria. Él decía: -Volador hecho, volador quemado. Por eso vivía en una humilde casita arriba muy arriba del barrio que se aferró las empinadas laderas de la cordillera central que bordea la gran ciudad.
Techo de latón, muros de ladrillo pelado, piso de cemento, cortinas de tela en lugar de puertas. Que así se acostumbró a vivir dándole el diario para la comida a su esposa y gastándose el resto en la tienda de la esquina en cerveza o aguardiente.
Era eso sí, un avezado ebanista al que no le faltaban contratos en algunas carpinterías, pero eso de volador hecho volador quemado no lo había dejado progresar ni a mejorar su propia vivienda, en casa de herrero, azadón de palo.
Pero su cuarto de hora lo estaba esperando. Un día cualquiera el dueño de la carpintería lo hizo llamar a la oficina para presentarle a un señor que requería de sus servicios y al cual se lo había especialmente recomendado.
Era un hombre de mediana edad y estatura, algo obeso, blanco y de tupido bigote.
- Mirá, comenzó a decir el señor…
Necesito que me hagás unos trabajitos en mi casa y si quedo a gusto te llevo a mi finca para que igual me hagás otras cosas. Eso sí, confío en lo que me dijo tu patrón y que todo quede excelente, por plata no te preocupés. Dicho esto le entregó su tarjeta diciéndole: - Mañana te espero a las nueve de la mañana para que cuadremos.
Ah, se le apareció la virgen a Pedro, ese señor no mentía cuando dijo que por dinero no había problema, desde entonces Pedro recibía billete a montones.
Pero el bailado no se lo quitaba nadie, siguió con eso de que volador hecho, volador quemado, que cosita, ni siquiera le puso puertas a los cuartos de la casa. Pero lo que sí hizo fue aumentarle el diario a su esposa y cambiar su rutina diaria en la tienda del barrio, ya no tomaba cerveza ni aguardiente, solo whisky ventiado, igual invitando a sus amigos a tomar lo que quisieran dé cuenta de él.
Se llegó el día de los quince años de su hijita mayor y como que no iban a celebrárselos como se lo merecía. Encargó a su cuñada para que le consiguiera una buena cocinera que prepara la comida para los cien invitados que tendrían, a su cuñado le encomendó conseguir unos buenos músicos y el licor para la fiesta y de añadidura unos voladores y papeletas para quemar harta pólvora esa noche. En fiesta que se respete no faltan los voladores. Volador hecho volador quemado.
Y así transcurrió por un tiempo la vida de Pedro, con la holgura que conoció haciéndole trabajos a su nuevo patrón que no escatimada en gastos, es que era un tipo muy rico.
Pero, y nunca falta el pero, un día mataron a su patrón y no hubo más buenos trabajos, como nunca guardó nada no pudo ese día darle el diario a su esposa, en las carpinterías en las que trabajó antes le dijeron que ya le habían conseguido reemplazo. Así que Pedro fue un día a la tienda para que le fiaran una cerveza. Al entrar al local el cantinero le dijo:
- Pedro, Don José te dejó desde ayer esta plata que te debía y mientras le decía esto le fue entregando billete tras billete de cincuenta mil hasta ajustar un millón de pesos.
- Hombe, ya ni me acordaba, que sea un motivo, traéme una botella de whisky porque volador hecho volador quemao.
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