miércoles, 30 de julio de 2014

COMO MORIR GRATIS SIN PERECER EN EL INTENTO

Encontré un recorte del periódico El Colombiano del 24 de mayo de 1980, por esa época alguien me lo había dado para publicarlo en la Revista Radio Ondas que en ese tiempo editábamos un grupo de radioaficionados de Medellín, cosa que nunca se hizo. Pero el destino conspiró cuando pasaba las hojas de un libro olvidado y de repente encontré el recorte de prensa.

Allí estaba un texto del escritor Álvaro Salom Becerra (Bogotá 1922- 1987), maestro de la sátira inteligente.
Pues bien aquí doy cumplimiento al encargo aunque sea después de tantos años y en otro medio. Como dato curioso y de referencia les cuento que en Colombia el salario mínimo en 1980, año en que apareció la publicación era de $4.500


Lección de anatomía - Melitón Rodriguez, 1892 Medellín

COMO MORIRSE GRATIS
Álvaro Salom Becerra.

Teniendo en cuenta el cada vez más alto costo de la vida, y que no es menos alto que el costo de la muerte, actualmente resulta dificilísimo vivir y casi imposible morir. Porque si,  por una parte, el costo de sobrevivir el alquiler de una modesta casa o de un diminuto apartamento cuesta $30.000, un mercado pobre y escaso $5.000, un traje de paño nacional $10.000, un par de zapatos $2.500 y las pensiones de dos estudiantes de primaria y uno de secundaria $15.000. Un entierro, si es de tercera nos vale $30.000 y el de primera $90.000. En conclusión  nos queda la paradoja de que no teniendo con que vivir, tampoco tenemos con que morir.

Hace aproximadamente doce años tuve, a este propósito, un problema gravísimo. Estaba escribiendo la vida de un personaje típico de la clase media: Don Simeón Torrente, que nunca había tenido dinero suficiente para atender a su propia subsistencia ni la de los suyos. Su vida había sido una continua cadena de deudas. Pero tenía que matar al personaje y enterrarlo.  ¿Cómo resolver esta situación en mi libro? si mi personaje no tenía ni donde caer muerto ni como cubrir los costos de su propio entierro. Es que morirse sale carito. Que el valor del ataúd, el de los cirios, el de los oficios religiosos, el de los derechos de velación y el alquiler de nuestra última morada. Definitivamente morirse no es un buen negocio.

Resolví pues convencer al personaje para que le donara su cadáver a la facultad de medicina y lo persuadí para que escribiera y firmara la siguiente carta:

SEÑOR
Rector de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional

Cuando usted reciba esta carta, quien la firma habrá ya muerto. He resuelto donarle mi cadáver a la Facultad que usted dirige. Prefiero que sea pasto de los estudiantes a que lo sea de los gusanos.

Ya que en vida solo me sirvió para alimentarlo y vestirlo, y que algunos órganos, como los genitales, solo contribuyeron a aumentar mis problemas, que sirva ahora para que los alumnos de esa Facultad realicen sobre él sus investigaciones.

El cadáver que pongo a sus órdenes está compuesto por los siguientes aparatos:

Digestivo, circulatorio, respiratorio, urinario, un sistema nervioso central y otro periférico.
213 huesos correspondientes a la columna vertebral, la caja torácica, la cabeza y los miembros superiores e inferiores. También incluye los músculos del cuello, los brazos, las piernas, etc. Todo esto en regular estado y con los normales deterioros por sus sesenta años de uso.
Sería muy conveniente, y así me permito sugerirlo, que se examine mi cerebro y se establezca por qué razón jamás se me ocurrió para obtener dinero nada distinto a pedírselo prestado a los demás.

Se suscribe de usted, más muerto que vivo.
Simeón Torrente.

Y de esta forma solucioné el insoluble problema del entierro de mi personaje.

Recientemente un Magistrado de la Suprema Corte de Justicia, alérgico a las pompas y vanidades del mundo, imitando el ejemplo de Don Simeón le prohibió a sus parientes que le hicieran honras fúnebres y los instruyó para cuando muriera le entregaran su cadáver a la Facultad de Medicina.

Mi fórmula en consecuencia, comenzó a abrirse paso y tengo la esperanza que en el futuro, se imponga definitivamente.

¿Padece usted de una enfermedad incurable pero ha aplazado su muerte por carecer de dinero para el entierro? o ¿Está desesperado con su vida pero no le ha puesto fin porque sabe que su familia no tiene para el entierro?

En el primer supuesto, no aplace el asunto por más tiempo, muérase tranquilo ahora mismo.
En la segunda hipótesis, no lo piense más y suicídese ya. En uno o en otro caso, dónele su cadáver a la Facultad de Medicina previamente por medio de una carta igual o parecida a la transcrita con anterioridad.
Es la fórmula ideal para morir gratuitamente.

Si para vivir mediocremente tuvo usted que gastar tanto dinero, no cometa la misma pendejada de seguir gastando después de muerto.


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