Y como todo termina, se acabó, llegó al final la fiesta de las vanidades, esa en la que cada cuatro años se reúnen, como si fueran uno, los ricos y los pobres olvidando sus miserias por unos días, jugando a que no pasa nada. Pero como negar que también estuve allí, como podía haber rechazado esa invitación tan tentadora que nos ofrecían para estar codo a codo en la tribuna Vip con Angelita Merkel , la misma que puso en su sitio a Obama y que al final se quedó con la piñata de la fiesta, o con Dilma Rousseff y Vladimir Putin, ese primer ministro de Rusia tan simpático y dicharachero que ahora le guiña el ojo a Latinoamérica.
No lo niego, estuve ahí a través de la magia de la televisión en HD y sucumbí a las veleidades de la fiesta. Y eso que no les he mencionado que me senté al lado de Mick Jagger, es que uno cuando mira la televisión se sienta donde le da la gana, si, a Mick le dije que lo tenía agregado como amigo en Facebook y si vieran como se puso de contento. Plácido Domingo si estaba un poco más adelante y solo pude saludarlo de lejos, moviendo mi mano, cuando volteó a ver quién le había tirado una cascarita de naranja y aunque no lo crean la única que estaba partiendo una naranja para darle un casquito a su bebé era Shakira, La, la la lá, pillada, le dijo Plácido.
Por suerte en medio de esa multitud de celebridades pude ver a Don Joseph Blatter cuando le pusieron cuatro cojines para que pudiera ver la cancha, no sé, pero me recuerda a Danny DeVito. A Pelé no le pasan los años, esperemos que algún día nos comparta su secreto.A los que no vi y me extrañó mucho fue a Juanpa y a Cristinita K, que no se pierden la corrida de un catre.
En fin, que esa tarde se acababa la fiesta del gol y vino a mi mente la canción de Joan Manuel Serrat, que a mi juicio fue la que debió cantar Shakira para cerrar con broche de oro tan magno evento. Y si no la recuerdan enseguida la escribo, eso si, con una pequeña adaptación.
Terminó la fiesta del mundo en la tarde de San Juan, donde compartieron su pan, su mujer y su gabán, gentes de cien mil raleas. Allí estuvieron todos como si fueran uno luego de que recogieran las basuras de las calles, ayer oscuras y por unos días sembradas de bombillas.
Y colgaron de de esquina a esquina un cartel y banderas de papel verdes, rojas y amarillas.
Y dándole al sol la espalda revolotearon las faldas bajo un manto de guirnaldas para que el cielo no viera como en la tarde de San Juan compartían su pan, su mujer y su gabán, gentes de cien mil raleas. Opresores y los oprimidos, todos allí en la final, escondiendo sus miserias y ocupando su lugar, para ver esa final de la esplendorosa fiesta.
Y allí el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Juntos los encuentra el sol a la sombra de un farol empapados en alcohol manoseando a una muchacha.
Y con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal, y el avaro a las divisas.
Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos bajando la cuesta que allá en el estadio se acabó la fiesta.
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