Juan Guillermo Ánjel
Publicado en el periódico El Colombiano (13 de febrero de 2016)
Estación El Daño, habitada por malos calculistas, codiciosos delirantes y convertidores del territorio en espacios reducidos y verticales; mineros que por oro o el metal que sea dañan ríos y fuentes de agua, cultivadores extensivos de una sola planta que al fin daña los suelos y planeadores que creen que la tierra crece y no se acaba; tiradores de misiles que buscando matar a otros dañan también los pisos y destruyen el vecindario, corruptos que ven el mundo desde las facturas y las comisiones y predicadores que usan emociones para meterse en los bolsillos y en la mente de los incautos; intelectuales que no admiten más que lo que saben y educadores que reducen la enseñanza al mínimo; adoradores del fracking y de la producción de desiertos y niños que se mueren de hambre porque otros que están llenos comen por ellos; economistas que sirven a intereses y no a la realidad, políticas erradas, y el desfile sigue, porque en esto de dañar lo necesario los expertos abundan y se felicitan, se premian y bueno.
Lo que más hay en el mundo es paisaje, decía José Saramago. Y ese paisaje, que nos habló del espacio y la posibilidad de ir más lejos, que nos nutre con naturaleza necesaria para que existamos y nos da la posibilidad de ser inteligentes tratando de interpretar la realidad que está más allá de nosotros, que justifica que tengamos ojos y oídos, lo estamos destruyendo sin cesar. En muchos lugares que estuvieron libres de contaminación ya se siembran más casas que huertas y bosques, en los mares se destruye la vida original en nombre de los mercados, en el aire vale más el humo que las aves y el silencio es roto por el ruido permanente, como si nos doliera tener espacios para el descanso y la reflexión. Y seguimos: montañas horadadas, cauces secos donde antes hubo un río, ciudades a punta de explotar...
Los paisajes que vemos ya no son los del cuadro Horizontes del maestro Cano. Ya no son los que vio Adán cuando salió del paraíso ni los de Abraham cuando marchó a una tierra prometida y de promisión, abundante en leche y miel. Ya los paisajes son casi un entramado de huecos y de piedras asoleadas, de espacios rojos donde antes hubo un bosque y de desiertos que ocupan el espacio que contenía un lago. Y en ese paisaje, más que flora y fauna, más que gente en proceso de humanización y con futuro, abundan las máquinas, el smog, las cercas
electrificadas y los campos minados. Supongo que cuando la tierra se convierta en otro Marte, tendrá un paisaje cubierto de hierros y de avisos oxidados, de estructuras que a cada viento se desmoronan y los extraterrestres, si los hay, se preguntarán: ¿qué tipo de vida llegó a esto?
Acotación: los grandes economistas (Joseph Stiglitz, Angus Deaton, Ha Joon Chang) tienen claro el asunto de que las rentas y la riqueza no pueden seguir aumentando a menos que tengamos como objetivo destruirnos y ser solo momias rodeadas de cosas oxidadas. En La Via, Edgar Morin, ha dicho: para llegar al futuro hay que parar.
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