Carlos Castro Saavedra
Cuando se pueda andar por las aldeas y los pueblos sin ángel de la guarda. Cuando se pueda ir derecho al alma como quien va a la aurora o a la estrella. Cuando sean más claros los caminos y brillen más las vidas que las armas. Cuando sean más frescas las cascadas y las flores fulminen los fusiles. Cuando los tejedores de sudarios oigan llorar a Dios entre sus almas. Cuando de luz tejamos la mañana antes que la congoja al viejo plato.
Cuando en el trigo nazcan amapolas y nadie diga que la tierra sangra. Cuando con la nostalgia acorralada, cantemos todos marsellesas arias. Cuando la sombra que hacen las banderas sea una sombra honesta y no una charca. Cuando tan cierta sea la esperanza que cuelgue torrencial en nuestras manos. Cuando la libertad entre a las casas con el pan diario, con su hermosa carta. Cuando el cocuyo inflame en clarinada e invada de esplendores nuestros sueños.
Cuando la espada que usa la justicia aunque desnuda se conserve casta. Cuando toque la tarde su guitarra y no se vuelva a hablar de la miseria. Cuando reyes y siervos junto al fuego, fuego sean de amor y de esperanza. Cuando apamate, almendro y naranjal en plena guerra den cobijo al niño. Cuando el vino excesivo se derrame y entre las copas viudas se reparta. Cuando con sol brindemos en Arauca por sabernos seguros en el bongo.
Cuando el pueblo se encuentre y con sus manos teja él mismo sus sueños y su manta. Cuando el pueblo despierte de mañana y le sobren Palomos a sus bridas. Cuando de noche grupos de fusiles no despierten al hijo con su habla. Cuando torne la madre pobre a casa con su risa cargada de legumbres. Cuando al mirar la madre no se sienta dolor en la mirada y en el alma. Cuando por cada madre muerta nazca en la floresta azul un gran lucero.
Cuando en lugar de sangre por el campo corran caballos, flores por el agua. Cuando en lugar de llanto, las quebradas sus sueños con los hombres los compartan. Cuando la paz recobre su paloma y acudan los vecinos a mirarla. Cuando deje la paz de ser fulana y se asemeje nada más que al pan. Cuando el amor sacuda sus cadenas y le nazcan dos alas en la espalda. Cuando aparezca el ángel, camarada del pobre hermano bravo, muerto de hambre.
Sólo en aquella hora, sólo entonces, podrá el hombre decir que tiene patria.
Atrapando al sol
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