A veces pienso que ya he contado todo lo que considero que pueda ser interesante de contar. Pero de repente, cuando menos lo espero, surge un recuerdo que hasta a mí me sorprende.
Es que no olvidamos las cosas, solo las guardamos en algún lugar de nuestro misterioso archivo de recuerdos.
Recién nos habíamos pasado a la casa y aún no me acostumbraba a ella, Era más grande que la anterior vivienda, y eso es decir mucho. Tenía siete habitaciones, sala principal, cocina con despensa, un cuarto de lavado y otro de planchado, dos baños y un solar inmenso con naranjos, fresas, matas de plátano y un mandarino. No exagero al decir que al principio me costaba ubicarme geográficamente en ella.
Extrañaba mucho mi anterior vivienda, esa en la que crecí y albergó mi niñez y adolescencia. Pero sabía que los cambios no solo son inevitables sino necesarios.
El cuento que les narraré ocurrió un mes de diciembre, estando solo en esa casona. Cuando llegó la noche, me senté a ver la televisión, todas las luces estaban apagadas, excepto la del baño contiguo. Acomodé la silla en el espacio de la entrada del cuarto en el que estaba un televisor grande a color, recién había comenzado la emisión a color en el país y todavía nos descrestaba esa novedad.
De pronto sentí la necesidad de girar la cabeza para mirar hacia atrás, hacia el punto donde están las escalas que llevan al primer piso. Lo hice movido por esa sensación indefinible que nos indica que alguien nos mira desapercibidamente.
Y en efecto, al mirar a ese sitio vi a un hombre que parado en el descanso de la escalera me miraba fijamente. Solo pude verlo de su cintura hacia arriba por el normal efecto de la perspectiva. Tenía pantalón negro y camisa blanca. Era una persona mayor, tal vez entre los sesenta y setenta años, robusto y de baja estatura. Era de piel blanca y rostro redondo, cabello entrecano en sus parietales y calvito en el resto de su cabeza. Nos quedamos mirándonos un rato, inmóviles y sin cruzar palabra. Yo analizaba la situación y no pude pensar cosa distinta a la de que tenía que ser un ladrón que tal vez se había colado por el solar de la casa.
Sentí una mezcla de miedo y asombro. Me incorporé rápidamente dejando de mirarlo por un instante, y al girarme ya no estaba allí. Estaba solo y tendría que medírmele a un extraño que no sabía cómo había entrado a la casa. No tenía armas y solo pensé en el machete que estaba en el cuarto de la lavadora en el primer piso.
Recordé el asta de la bandera que había colocado detrás de la puerta y le eché mano. Bajé sigilosamente las escaleras con ella en la mano hacia la oscuridad de la primera planta. Casi podía oír el tun tun de mi corazón acelerado. Ya en la sala principal encendí la luz y escudriñé el lugar sin encontrar nada. Continué mi búsqueda en la cocina y su despensa y nada de nada. Solo me quedaba mirar en al cuarto de ropas que en la oscuridad me pareció una tétrica caverna. Encendí la luz y tomé el machete que pendía de un clavo en la pared. Debía ir al cuarto de baño que había allí y que por descarte era el único sitio en el que podría estar el intruso.
La bombilla de ese baño estaba fundida y el lugar estaba en penumbras. El baño tenía la cortina cerrada, y no miento cuando les digo que recordé la escena Psicosis, la película de Hitchcock. Rememoraba la parte en la que el asesino se acercaba con un cuchillo enorme a la cortina del baño, donde una hermosa mujer se bañaba tranquilamente. Solo que ahora el presunto asesino era el que estaba tras la cortina y yo era el que lo asediaba con un machete en la mano.
Fue difícil decidirme a correr la cortina, pues por mi mente habían pasado mil posibles situaciones que tendría que enfrentar, pero recordé la cita que dice: Al mal paso, darle prisa.
Aunque ahora no parezca, en ese momento ocurria una de las situaciones en la que más valentía tenía que sacar no sé de donde. Y lo hice, corrí la cortina de un tirón blandiendo el viejo machete “Corneta”. “Pa las que sea”..`
ESTA HISTORIA CONTINUARA…
Era broma, ahora mismo continúo. Estaba al borde de un síncope, aunque halé la cortina de un tirón, yo la veía correrse como en cámara lenta, y la música de Psicísis era el fondo de la escena…. Me enfrentaba a lo desconocido, todo era penumbra y adrenalina. Lo que había tras la cortina se fue develando poco a poco. Yo imaginaba a ese hombre agazapado como una fiera presto a saltar sobre mí para destrozarme… Yo quería abandonar tan incómoda empresa y salir corriendo, pero todo estaba hecho, ya había corrido la cortina y al fin pude ver lo que allí había, o sea nada; Nada.
Nunca quise contarle a nadie lo que me había sucedido esa noche, es que era una historia increíble que de revelarla me pondría en dos posibles posiciones: Mentiroso o loco.
Meses más tarde, una amiga y vecina me comentó que el propietario anterior de nuestra casa había muerto de un infarto. Le pregunté que si ella lo había conocido y me dijo que sí.
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Era un señor muy apreciado por los vecinos, era blanco, de baja estatura y medio calvito. En los meses de diciembre hacía asados en la acera de la casa e invitaba a los vecinos. Luego de vender la casa se fue con la famila al barrio El Estadio, pero en el diciembre pasado no pudo celebrar con su tradicional asado pues murió de un infarto. Se llamaba Hernando, que en paz descanse.
Me quedé mudo al escuchar esto. No tenía dudas de que mi extraño visitante era don Hernando y que había regresado a su vieja casa a deshacer sus pasos
1 comentario:
Nada me asombra, aunque de solo leer este relato me da miedo.
En esa casa han ocurrido apariciones de personas que ya han muerto, como también manifestaciones de personas muy allegadas que también han fallecido.
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