Cuando estaba en la escuela muchos compañeros y amigos de la cuadra tenían piojos. A mí por más que me revisaban la cabeza nunca me encontraron ninguno.
Eso me hacía sentir mal, yo quería tener al menos una liendre que me diera la esperanza de estar en el grupo de los piojosos. Pero nada sucedía. Mis compañeros hacían fila en los lavaderos del patio de la escuela para que uno a uno les bañaran la cabeza con jabón azul o de tierra, y yo tenía que conformarme con mirar tan atractivo programa.
Varias veces pedí que me regalaran unos especímenes para luego alojarlos entre mi cabello, pero por alguna razón que aún desconozco no pelecharon. Ahora que miro esos recuerdos siento que en realidad da lo mismo haber o no haber tenido piojos, eran solo cosas de niños.
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