martes, 21 de febrero de 2017

LA MALA NOCHE


Cuando llega la noche y los semáforos de la ciudad comienzan a guiñar su ojo amarillo, llego a la casa dispuesto a tomar mi acostumbrado descanso para recuperar las fuerzas para el día siguiente.

Preparo dos huevos revueltos con cebolla y tomate picado que llenan de inmediato mi pequeño apartamento con su delicioso aroma.

Una tajada de pan tostado y un café con leche complementan el plato de esa noche. Acompañado de mi soledad como mi cena, mientras miro por la ventana las titilantes luces de la ciudad y escucho el ulular de una sirena que se aleja poco a poco hacia un lugar desconocido.

La rutina hace su entrada, al lavaplatos los platos y el pasador a la puerta, mi agüita amarilla a la taza y la crema dental al cepillo. La ropa doblada a la silla y con la piyama me visto.

La televisión frente a la cama muestra un programa cualquiera, no me importa cuál sea pues la uso solo para conciliar el sueño.

Se queda encendida la tele cuando el sueño al fin me vence. 
El ruido del control al caer al piso a veces escucho ya en el reino de Morfeo. Normalmente duermo muy bien hasta el día siguiente, cuando descubro que el televisor está encendido y que tengo que levantar el control para apagarlo.

Pero esta noche, fue una de esas que no quiero repetir. Todo parecía marchar bien y en el orden del programa. El sueño me venció y me quedé dormido, el televisor prendido y el control en el suelo. Pero cuando desperté vi que solo eran las dos de la mañana. Ni frio ni calor hacía, pero algo que no entendida me incomodaba.

Descubrí que el tic tac del reloj hacía un insoportable ruido y que mi cuerpo no se acomodaba por más que buscaba posiciones para lograrlo. Todo me tallaba y las pequeñas arrugas de la sábana las percibía exageradamente.

Trataba inútilmente de retomar el sueño, y cuando casi lo lograba ladraba el perro del vecino. Se me encalambró una pierna, me rascó una axila, se me congestionó la nariz, me picó una oreja, me dolió el estómago y sobre todo, me preocupó que el trabajo que había entregado en la oficina hubiese quedado mal hecho.
Era una mala noche, una de esas, que aún así no se repitan con frecuencia, llegan de pronto para atormentarnos.

Será que un duende o una bruja me están visitando, pensé. Hay tanta gente mala y envidiosa en este mundo. A lo mejor en ese momento una hechicera estaba recitando conjuros y clavando alfileres sobre una foto mía.

Maldita mala noche, déjame tranquilo, pensé como si lo gritara, mientras me levantaba para caminar en círculos dentro de la pequeña sala. Recordé como en una película los presos en un país del oriente caminaban en fila india por los pasillos del penal para no enloquecerse.

En esas malas noches los relojes parece que andan más lento, cuando pensé que casi amanecía miré el reloj y apenas mostraba las dos y treinta de esa mañana.

Para conjuros decretos. Se me vino a la mente una mujer que me hacía imposible la vida en la empresa. Me odiaba gratuitamente pues nunca le había hecho nada malo, no pasaba con ella del saludo. Su rostro vino a mi mete con tanta nitidez que me causó espanto.

Oré a los ángeles guardianes para que me protegieran de todo mal y peligro y terminé rezando el Padre Nuestro. 

Santo remedio, se me quitó el calambre y todas las piquiñas. Retornó el sueño y la tranquilidad. Aunque ya faltaba poco para amanecer pude dormir tranquilamente hasta que las primeras luces del nuevo día bañaron las cortinas de mi ventana. Hasta nunca mala noche.

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