Los arreboles de la tarde ya pintaban los blancos muros de la escuelita rural con sus reflejos ocres y naranjas cuando los niños salieron hacia sus casas llenando los caminos de risas y algarabía, y la joven maestra guardaba en su bolso las hojas de tareas que debía calificar esa noche en su casa.
Dos horas le tomaba la caminata para cubrir la distancia hasta el pueblo por esos caminos de tierra y piedra, llenos de polvo en verano y fango en los días lluviosos.
Corrían los años cuarentas cuando fue nombrada para ejercer el año rural en Ciriguarí, al sureste de Cañasgordas. Ella había terminado sus estudios en el colegio María Auxiliadora de Medellín y estaba feliz por estar ejerciendo su magisterio en el pueblito de sus ancestros.
Ya oscurecía y estaba lista para salir cuando unos fuertes golpes en la puerta la sorprendieron. Al abrir vio a un grupo de campesinos muy asustados.
- Maestra, estamos muy preocupados, hace más de una hora ha desaparecido el niño de la familia Rojas. Él solo tiene cuatro años, ya anochece y amenaza lluvia; por favor ayúdenos.
En la vereda no había inspector ni estación de policía, y por eso para ellos era la maestra la mayor figura de autoridad.
Ana Rengifo, que era el nombre de la joven profesora, los invitó a entrar y comenzó a planear la búsqueda. Le solicitó a las mujeres que trajeran arepas, aguapanela y café para atender a los hombres en la larga y fría noche que les esperaba. Creó cuatro grupos para que recorrieran los cuatro puntos cardinales, es muy pequeño el niño y no debe estar lejos, les dijo.
Así fue que partieron llenos de optimismo con la esperanza de hallarlo antes de que llegara la tempestad que ya se anunciaba con truenos y relámpagos.
Una hora más tarde regresó el grupo encargado de cubrir el camino al sur, el que llevaba a Abriaquí.
Una hora más tarde regresó el grupo encargado de cubrir el camino al sur, el que llevaba a Abriaquí.
- Maestra, el aguacero ya estaba muy fuerte cuando llegamos a la quebrada y era imposible pasarla pues está muy crecida. Igual el niño no podría estar al otro lado, él sería incapaz de cruzarla.
Los hombres de secaron el rostro con una toalla y se tomaron el café, para luego salir de nuevo a buscar al niño.
Tomasito… Tomasito…, gritaban todos mientras avanzaban por los difíciles y oscuros senderos.
Las mujeres se sentaron en los viejos pupitres y comenzaron a rezar el rosario, al tiempo que algunas alentaban a la desconsolada madre del niño. Fue una larga y angustiosa noche en las que los minutos parecían días.
Los hombres regresaron a recuperar fuerzas y a esperar la salida del sol para continuar el rastreo.
La luz del día entró pleno por las ventanas de la escuelita y los campesinos salieron todos hacia el sur con el corazón arrugado sospechando que Tomasito hubiese caído a las aguas de la quebrada. Ya había escampado y el arrollo estaba manso, vadearon sus aguas hurgando entre las ramas y troncos que se amontonaban en las orillas sin ningún resultado.
De pronto oyeron los gritos de Francisco, que los llamaba desde una alta roca a la que se había subido.
Miren ese árbol al otro lado, miren las ramas de arriba. Allí hay un niño, allí hay un niño. Cruzaron la quebrada y llegaron al lado de ese árbol, y José, que era el más joven, hábilmente se trepo y bajó con mucho cuidado al niño; era Tomasito.
Estaba empapado y tiritaba de frío, pero de resto se veía bien.
Cuando entraron a la escuela las mujeres gritaron emocionadas y su madre lo tomó entre sus brazo y lo llenó de besos. Lo bañaron con agua tibia y lo vistieron.
Le preguntaron cómo era que se había subido a ese árbol. Él les dijo que su padre lo había llevado "a opa" (en hombros), y lo había dejado en esa rama. Su madre rompió en llanto y les dijo que su marido en ese momento andaba haciendo una venta de café en el pueblo. Todos quedaron mudos de asombro y nunca entendieron lo que allí había pasado.
Ahora ese extraño acontecimiento forma parte de las historias habladas de esa región que hoy quiero rescatar; la historia de El duende de Ciriguarí.
Agradezco a mi prima Olga Ruiz, por haberme contado la historia en la que se basa esta crónica. No sobra decir que la maestra era su tía.
Agradezco a mi prima Olga Ruiz, por haberme contado la historia en la que se basa esta crónica. No sobra decir que la maestra era su tía.
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