Nuestra primera ventana a la sexualidad.
Este retazo de la vida surgió desde la bruma de mis viejos recuerdos. Sucedió en mis tiempos de escuela, en una época que aún no tenía internet, ni por ende, móviles, tablets o PCs. La televisión recién había llegado y lo más cercano al tema al que me refiero eran los "picos" que Popeye le daba a Olivia.
Eran tiempos en los que un periódico de Medellín publicaba diariamente la clasificación moral de las películas así:
Todos, películas con reservas morales (mayores de edad), desaconsejables (ofrecen serios peligros morales) y las malas (prohibidas para todo católico). Obviamente esta clasificación lo que conseguía era que los teatros que más espectadores tenían eran los que pasaban el cine "prohibido".
Fue en la capital de la montaña, en 1947, donde la censura se tomó los púlpitos: el arzobispo de la ciudad ordenó que durante la eucaristía de cada domingo se leyera la censura moral de películas, un panfleto elaborado por la Acción Católica. Allí, las películas se catalogaban bajo las etiquetas de «buenas», «peligrosas» «malas» y «prohibidas». Dichas prohibiciones se escudaban tras razones de índole moral: el impacto que pudieran tener temas como la sexualidad implícita y la violencia en las solícitas almas de los devotos.
Pero esto lo supe después de mis años de escuela y solo lo consigno aquí para ambientar el entorno en el que me moví en mi niñez, y el impacto que me causó ver por primera vez la revista Luz, revista ilustrada - científico - sexológica.
Nunca supe quién llevo esa revista al salón, solo recuerdo que un día mis compañeros de clase se arremolinaban en torno a uno de los pupitres mirando algo con gran interés. Me abrí paso para integrarme a ese círculo de curiosos y fue cuando la vi y me atrapó con esas increíbles ilustraciones que mostraban eso que muchos años después supe que eran las posiciones del Kamasutra.
Ahora me sentía cómplice del grupito que miraba cosas que percibía como prohibidas. Todos guardábamos silencio, y solo, a veces, se oían esos inevitables ¡Ahhh...!, aspirados, que siempre se acompañan con apertura exagerada de ojos. Cada pasada de página era un Ahhh..., o un Huy..., estos últimos si exhalados. Gracias revista Luz por abrirnos los ojos.
Tan ensimismados estábamos que no nos percatamos que don Julio,director de la escuela, había entrado sin hacer ruido.
¿Que están mirando muchachos?, preguntó don Julio. Nuestro susto no puedo describirlo, solo sé que bajando la cabeza quedamos mudos esperando algún castigo. Don Julio tomo la revista y comenzó a ojearla sin inmutarse, luego la puso de nuevo sobre el pupitre y salió como entró.
Todos celebramos eso, era un respaldo inequívoco a la normal curiosidad infantil, y aún más, fue una tácita aprobación a esa revista; que sin duda cumplía su filosofía didáctica en medio de una sociedad pacata.
1 comentario:
Aproximadamente en 1960 en Monterrey, México, mientras esperaba el camión para ir a la escuela, observé que en el techo de la parada de autobuses se encontraba algo. Tenia 10 años e intrepidez suficiente para satisfacer mi curiosidad, así que subí al techo y lo que encontré fue una revista Luz. Seguramente alguien se deshizo de ella de manera urgente. Mi sorpresa fue una mezcla de pecado y gran satisfacción. La vi completa y la escondí para seguirla disfrutando. Mi gusto no duraría mucho, mi madre, buena sabueso, la encontró. Me cuestionó cómo la había obtenido y a pesar de la veracidad de mi historia intuyo que nunca me creyó.
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