miércoles, 10 de junio de 2020

DON ALEJO Y SUS 186 HIJOS. II

Al fin conseguí un ejemplar de este libro de Alejandro Berger-Kiss (Szombathely 1927 - U.S.A. 2016), escritor nacido en Hungría y criado en Medellín, Colombia.

Sus padres eran actores de teatro y huyeron antes del  Holocausto, en el que perecieron catorce miembros de la familia de su padre. Llegaron a Medellín, Colombia en 1931, cuando él tenía solo cinco años.

Vivieron el el barrio Los Ángeles, donde fueron vecinos y amigos de la familia Mejía. Se hizo amigo de Hernando Mejía, un niño de su misma edad y nieto de don Alejo. Fue así que conoció a don Alejo y su maravillosa historia. 

Don Alejo y sus 186 hijos, ECOE Ediciones (Botogá, Colombia), 2005.
Hace mucho tiempo no disfrutaba tanto de un libro, escrito con un estilo casi cinematográfico, que nos cuenta minuciosamente la vida de este personaje tan sui géneris que dejó 22 hijos con su esposa y un reguero de 164, hijos adicionales, por los caminos que llevan de Santa Bárbara a Ecuador. Todo esto lo dejó consignado en un cuaderno en el que iba apuntando con detalle sus nombres y el de sus madres a medida que se presentaban en su finca. 

Finalmente calculó el número de sus nietos, 930 mal contados. A todos sus hijos los reconoció y dio su apellido, e igualmente les otorgaba un generoso plante para que mejoraran sus vidas.

El estilo de Berger-Kiss se descubre desde el principio del libro, cuando describe la primera aventura amorosa de don Alejo a sus16 años. Felicia fue la chapolera que en los cafetales a la luz de la luna le ofreció la manzana prohibida. 

Felicia tiempo después viajó a Medellín para trabajar como sirvienta en una casa de ricos. Entonces de nuevo el autor se luce describiendo esto:


"Se fue a vivir a un par de días a caballo al pueblo grande de Medellín, la encantadora capital de Antioquia. Es un valle verdeazul llamado Aburrá, rodeado de eucaliptos de donde se desprendían en ráfagas deleitables los aromas más sutiles de las montañas.

En aquellos tiempos los campesinos de los pueblos de Antioquia, lo que hoy día son las provincias de Quindío, Risaralda, Caldas y hasta en el Valle del Cauca, solían decir, meneando la cabeza y volteando los ojos soñadores hacia arriba. que ir a Medellín era comparable con ir al propio cielo.


La parábola del perro muerto.

Esta historia me la sueño para hacer un piloto para un cortometraje.

Resulta que el padre de Alejo negociaba ganado allá en Santa Bárbara y a falta de posadas en el pueblo alojaba a sus clientes en su casa, situada en la Calle del Alto, sector en el que vivían los ricos.

En cierta ocasión alojaron a don Fulgencio Villanova Ibañez del Gamonal, que presumía ser pariente de de los marqueses de la Casa de Lumbria en España. Era un viejo grandulón y presumido oriundo de Lorenza. Cuando llegaba a Santa Bárbara, nadie sabía a que atenerse, por tener una lengua venenosa, emparejada con un genio atroz.

Después de cenar lo invitaron a la sala, y al instante don Fulgencio dominó a la familia con su verborragia petulante, que no dejaba hablar a nadie.

Nada le complacía; todo lo que existía en el universo estaba por debajo de su majestuosidad; ninguna rosa olía tan bien como las de su jardín en Medellín. Quejicoso inveterado, a todas horas hablando mal del prójimo. Detestaba las bendiciones del trópico, siempre hacía mucho calor y los zancudos lo atormentaban. La gente le parecía estúpida y fea, banal y ridícula, o peor... desaseada.

- Ah, como extraño a Madrid, esa si es una ciudad, aquí estamos es en el ano del mundo. Con solo escucharlo todos se deprimían.

Don Fulgencio se tomó su trago y fumó su habano, expulsando luego un perfecto aro de humo azul que todos contemplaron hasta que se estrelló en la lámpara del techo.

Alejito miraba fijamente a don Fulgencio sin espabilar esbozando una sonrisita maliciosa. Entonces el hombre lo confrontó, intuyendo el reto que le tenía alguien tan joven.

- Oye muchacho,¿Tienes algo en defensa de este pueblo tuyo?

Entonces el chico le respondió:
- Don Fulgencio, ¿conoce usted la parábola del perro muerto?
No, ¿pero y eso que tiene que ver con el pueblo?

- Bueno... dicen que cuando Nuestro Señor Jesucristo caminó una vez con sus discípulos por el desierto, encontraron un perro muerto.  Cuando los doce apóstoles caminaron alrededor del perro muerto, uno de ellos dijo, "¡Qué horror!"  Otro que "Los moscos le sacaron los ojos....me enfermo viéndolo".  Un tercero dijo que la piel del perro estaba marchita.  

San Pablo, que olía muy maluco y se tapó la nariz.  San Pedro voltió la cabeza haciendo malacara y exclamó, "Gas, fo."  Cada uno añadió algo cruel acerca del perro muerto.  Pero cuando le tocó el turno a Jesús para pasar junto al perro muerto, llamó a sus discípulos y les dijo:  "¿Habéis visto alguna vez una dentadura tan limpia y perfecta como ésta?"

Sin quitarle los ojos de encima, Alejandro terminó diciendo: Esa, don Fulgencio, es la parábola del perro muerto.

Más tarde, cuando ya don Fulgencio se hubo ido le pregunta­ron al muchacho dónde diablos había oído semejante historia.

- Yo no me acuerdo de esa parábola en el Nuevo Testamento, observó su madre.

- No la encontraste porque yo fui el que la inventó, contestó el muchacho, pa aplastar a ese señor tan malcriado.

Ahora me consta que esta parábola la trajo prestada Berger-Kiss de un cuento de León Tolstoi. 

El eclipse de sol.




Resulta que en su época escolar Donalejo encontró a quien iba a ser su mejor amigo, compañero de pilatunas y hasta primeros negocios. Pedro Horacio Bueno. Llegó a mitad de año a la escuela y desde el primer día se convirtió en objeto de burlas y agresiones por parte de sus compañeros, solo por el hecho de ser negro.

Y no era que en Santa Bárbara no hubiesen conocido gente de color, pero es que el caso de Pedro Horacio si era especial pues había llegado de Cartagena y era descendiente de esclavos que se habían refugiado en San Basilio de Palenque. O sea que fue el primer alumno negro puro en la escuela del pueblo. 

Le mentaban la madre y le echaban en cara ese color de medianoche de su saludable piel, tan dignamente heredada de sus antepasados del Congo. En  cierta ocasión un compañero le dijo:
- Oye costeño ¿Vos sos invisible por la noche?


Pero un día que iban a golpear al negro apareció Donalejo y les dijo:

- Si van a joder a Pedro Bueno lo tendrán que hacer luego de vérselas conmigo, manada de güevones.

Todos se retiraron de inmediato dejando en paz a Pedro Horacio desde ese día.

El siguiente relato debió ocurrir en el año 1860 o 61, estoy tratando de ubicar la fecha exacta de este fenómeno.

"Antes del eclipse total de sol que oscureció los cielos de toda Antioquia en la mitad de un día de verano a fines de su primer año escolar en Santa Bárbara, Pedro Bueno decidió seguir las instrucciones de uno de sus maestros de la escuela; cuya goma era la astronomía. El letrado había dicho que la mejor manera para observar el eclipse era ahumando un pedazo de vidrio, para proteger los ojos que de otra manera sufrirían si se miraba la actividad solar directamente.

Lo que se necesitaba era un par de gafas negras, pero en el pueblo no existían. Pedro Bueno se apresuró a ir a su casa y horas antes del desenlace del gran evento cosmológico cortó y desarmó con gran cuidado todas las hojas de vidrio que encontró, incluyendo la de la ventana predilecta de su madre, la de su propia alcoba.

Encendiendo una vela, las ahumó y las repartió entre los muchachos que encontró en la calle para que pudieran estar en posición ventajosa de disfrutar el formidable espectáculo celestial que se avecinaba. Se quedó con el vidrio más grande, para poder ver el eclipse  a sus anchas con su amigo Dobalejo.

Dio la casualidad que Rosaurita Sarmiento de Bueno, la madre de Pedro Horacio, llegó a casa en el momento preciso cuando los cielos comenzaron a oscurecerse en medio del griterío ensordecedor que estalló por las calles:

- ¡Ayyyy, se llegó el juicio final! ¡Jesús, María y José, ayúdanos!, lloraron las beatas vestidas de negro y cubiertas de ceniza, cargando sus imágenes predilectas, las que según ellas, nunca fallaban durante sus tiempos de necesidades, especialmente la santa patrona del pueblo quien, sobra decirlo, no era otra sino la misma Santa Bárbara de gran fama andina".




Viendo como los dos muchachos sostenían un gran pedazo de vidrio ahumado frente a sus ojos y miraban extasiados a través de la transparencia
Rosaurita se les acercó con curiosidad y preguntó con su acento cartagenero, sin saber que miraban a través de su favorita y única ventana de su dormitorio.

- ¿Qué andan haciendo muchachoj con ese zipote vidrio que parece toda una ventana?

- Aquí viendo como se oculta el sol de mediodía. Mamá, arimate pa que veaj también el eclipse. Mi maestro noj enseñó que era malo pa los ojos atisbalo en directa, sin la protección de un vidrio ahumado.

Ella se apretujó entre los dos chicos, quienes se movieron un tris para darle cabida. 

Más tarde, una vez que se despejó la oscuridad, cuando el sol volvió a establecer su dominio en el firmamento, retornando la normalidad al mundo, al postrarse todas la beatas para agradecerle a mi Dios por haberles perdonado la vida esta vez, la madre de Pedro entró a la casa y cayó en cuenta de que fue a través de su propia ventana que gozaron tan holgadamente de sus observaciones astrales.

Iré agregando pasajes destacados del libro para que se animen a leerlo, si es que pueden conseguirlo.

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