Estaba aún en bachillerato en el liceo San Javier, cuando vino a Medellín la compañía de Enrique Rambal Jr., a representar el mártir del calvario en vivo en el estadio de la ciudad. Mi amigo Pacho García y yo decidimos asistir a la función inaugural que empezaría a las ocho de la noche y como pudimos recogimos para pagar el boleto más barato; porque como buenos estudiantes de esa época, estábamos bien pelados.
Lo que ignorábamos era que el destino nos permitiría estar mas cerca que ningún otro espectador, aún mas que los de preferencia numerada que era la más costosa. Verán porqué.
No acabábamos de llegar a hacer la fila de la taquilla sur cuando se nos acercó un hombre robusto y bajito con acento mejicano invitándonos a entrar gratis al espectáculo, y según él, a la mejor gradería. Desconfiados ante tal ofrecimiento le pedimos que nos explicara como era el asunto, y como respuesta él nos empujó literalmente hacia la entrada de cortesía diciéndonos que una vez dentro nos contestaría.
De buenas a primeras nos vimos en los camerinos donde todo era actividad y carreras, nos dieron a cada uno un traje de soldado romano y otro blanco de judío, nos hicieron quitar la ropa y nos dijeron que nos pusiéramos primero el traje romano y encima el de judío, no pudimos contener la risa al vernos con esa especie de minifalda con taches de centurión. Dicho y hecho sin saber ni que hacer nos empujaron a la cancha que estaba en tinieblas
mientras yo le insistía al señor que nos explicara que debíamos hacer. "No se preocupen por nada, hagan lo que los demás hagan, solo son extras".
Salí hacia el terreno con los brazos estirados tanteando para no tropezar con nadie. Como no veía nada y estaba aún encandilado seguí avanzando esperando toparme con un compañero y poder acomodarme donde debía, pero nada, no veía, palpaba ni escuchaba nada. Ya me estaba poniendo nervioso cuando todos los reflectores se encendieron creando un gran círculo luminoso en el centro del gramado, al tiempo que sonaban trompetas sublimes anunciando la entrada de Jesús a Jerusalén.
El público, que casi reventaba las tribunas, rompió en vítores y aplaudía emocionado mientras yo iluminado por tal cantidad de luz descubrí que estaba solo en pleno centro del campo y los organizadores me gritaban desesperados, desde la oscuridad de la línea lateral, pidiéndome que regresara con ellos. No tuve mas remedio que alzarme "la bata" y batir el récord de los cien metros plaanos; mientras que los espectadores volvían a aplaudirme sin darse cuenta de la metida de patas.
A pesar de esto al finalizar la función quedamos contratados para toda la temporada. Conocimos a Enrique Rambal Jr., que dirigió la obra, una persona muy amable.
Julio Alemán hizo el papel de Jesucristo, y en las presentaciones posteriores me correspondió flagelarlo y crucificarlo; pues como extra me ascendieron al grupo de soldados encargado de la captura y posteriores escenas de la la obra.
Muchas anécdotas recuerdo de esas presentaciones, como una vez que recreábamos la entrada de Cristo a Jerusalém agitando los ramos, un muchacho se apareció usando gafas Rayban y fumándose un porro.
En otra ocasión las luces iluminaban la mesa donde se celebraba la última cena y Jesús se disponía a partir el pan mientras decía: "Este es mi cuerpo". Julio Alemán hurgó por todas partes sin poder hallar el bendito pan, mientras entre un grupito de extras se escucharon muchas risas mientras disfrutaban el susodicho pan. El actor entonces cogió una servilleta blanca y fingió que era el pan. La escena se salvó, pero nosotros no; recibimos tremenda reprimenda.
Luego de la última presentación nos reunieron bajo las tribunas y un señor cuaderno en mano nos fue llamando uno a uno para pagarnos nuestro trabajo, que sin exagerar habría hecho gratis por lo bien que la pasamos.
Días después leí en el periódico que varios actores que habían venido de México fueron sacados del hotel por falta de pago, pues los organizadores del evento, Julio Alemán a la cabeza, habían abandonado la ciudad sin cancelar impuestos y pagos de hotel. En la foto del periódico se podía ver a San José y a la virgen María sentados en la acera del hotel con su equipaje al lado.
LECCIÓN DE VENTAS.
mercadeo a lo paisa.
Tuve la fortuna de trabajar en los almacenes éxito cuando aún Don Gustavo Toro era su gerente, hombre afable y de una calidad humana incomparable, comerciante por naturaleza, que sin asistir a universidades conocía como nadie el arte de las ventas, él acostumbraba recorrer de incógnito los almacenes para chequear discretamente como marchaban las cosas, yo trabajaba en la oficina de publicidad interna de la calle Colombia y como buen primíparo no veía la hora de poner en marcha mis conocimientos académicos, fue así que hice un recorrido del gran almacén en busca de un objetivo para atacar y no tardé en hallarlo, en un punto muy central había una canasta metálica muy antiestética repleta de camisas mezcladas de varias tallas, calidades y colores, algunas parecían haber caído al piso, en resumen un completo desorden.
Busqué en la bodega una pequeña góndola con espaldar de madera y con la ayuda de una empleada de la sección pusimos las camisas empacadas en su bolsa de forma muy atractiva y organizada, en verdad quedó muy bonito y moderno, acorde a lo que nos enseñaron en la academia. Llegué muy contento a la oficina con la satisfacción del deber cumplido, no tardó mucho en llegar un patinador con la razón de que fuéramos al almacén pues el gerente nos necesitaba, allí lo encontramos observando la góndola interesadamente, yo me sentí muy orgulloso suponiendo que me iba a felicitar pues se veía muy bonita, él nos reunió a prudente distancia de la exhibición y nos pidió que observáramos un rato, vimos como la gente pasaba de largo y ni siquiera miraban mi obra maestra, entonces Don Gustavo llamó a una dependienta y le pidió que sacara las camisas de sus chuspas, hizo retirar la góndola y la reemplazó por la fea canasta metálica, aventó en desorden las camisas en ella y tiró algunas al piso, se esmeró en dejar colgadas como de forma casual algunas mangas y nos pidió que nos retiráramos nuevamente para mirar, que sorpresa nos llevamos. al ver que en pocos momentos sobre la canasta se lazaban en rapiña montones de señoras que se disputaban la mejor mercancía. Aún no olvido la vergüenza que sentí con aquella inolvidable lección de mercadeo.
DZR.
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