Tenía programada hacía días una visita al Museo de Antioquia, el más destacado de la ciudad de Medellín, hay allí una gran cantidad de obras de los más importantes artistas de Colombia y el mundo. Fué así que aproveché la temporada de vacaciones para ir con Carito, esta sería la primera visita que ella haría a un museo y esperaba que lo disfrutara a lo grande y que no se aburriera por lo largo del recorrido.
Antes de entrar, Carito disfrutó de lo lindo en la Plaza Botero, donde en un acogedor espacio de 7.000 metros cuadrados se exhiben 23 grandes piezas escultóricas del Maestro Fernando Botero, fundidas en bronce en sus talleres de Pietra Santa en Italia. El ánimo de Carito subió al ver las hermosas esculturas que no solo vió y tocó, sino que cabalgó a su gusto. El caballo (1992), el gato (1993), la mujer con espejo (1987), etc, todas fueron de su agrado.
Allí estaban los vendedores de artesanías, de sombreros, de jugos y agua mineral, los fotografos ofrecían sus servicios y los visitantes posaban sonrientes frente a las esculturas para llevarse un pedacito de esta ciudad que los acoge con gran gusto.
Ingresamos luego de reclamar la entrada al bello edificio, donde antes funcionó el palacio municipal. Aunque hay visitas guiadas por grupos, nosotros tuvimos libertad de recorrer las diferentes salas con total libertad para disfrutar y fotografiar a nuestro antojo, claro que cuidándonos de no usar el flash. La sala de Fernando Botero es impresionante, sus obras, algunas de gran formato nos dejan boquiabiertos, óleos y esculturas invadieron con su colorido nuestros sentidos.
En sala de arte internacional vimos obras de Rauschenberg, Schnabel, Frank Stella, Picasso, Roberto Matta, Rufino Tamayo, Obregón, Max Ernst y otros pintores Americanos y Europeos. Ir al museo es alimentar el espíritu y Carito estaba tomando su primer plato con gran apetito.
A Carito la impresionó esta obra de Richard Stés, "Brodway mirando hacia Columbus Circle", ella pensó que era una fotografía, pero no, el artista Norteamericano la pintó en el año 2002 con la técnica óleo sobre lienzo. Esta obra hace parte de otras muchas donadas al museo por el maestro Fernando Botero.
En la sala Siglos XIX y XX estaba la joya de la corona, mi obra preferida y símbolo de mi canal de televisión, "Horizontes", la obra de Francisco Antonio Cano pintada en 1913 y que representa con gran acierto el período de la colonización Antioqueña hacia el sur. De hecho el personaje central de la obra señala en esa dirección y tras ellos se ve el escaso equipaje en un talego. Comencé entonces a contarle a Carito historias inherentes a esta obra. Resulta a finales del siglo XVIII, atravezando todo el siglo XIX y hasta principios del XX, muchas familias asentadas en tierras Antioqueñas y que habían heredado costumbres de allende el mar, se vieron obligadas a emigrar al occidente en busca de supervivencia, a pié o en mula abriendo trocha a golpes de hacha.
Entonces las familias eran muy numerosas y al morir el padre el único que heredaba las tierras y bienes era el hijo mayor, que llegado el momento y sin reparos, expulsaba de su casa a toda la perentela que tenía que salir como Dios los trajo al mundo, con una mano adelante y otra atrás. Del oriente Antioqueño fueron muchos los que partieron en busca de futuro y fundaron en su camino asentamientos que ahora son grandes ciudades y pueblos.
Podemos hacer un gran paralelo con los tiempos de Isaac, recordemos la tumbada que le dió Jacob a su hermano Esaú, viendo que a la muerte del padre el heredero era Esaú como hijo mayor, Rebeca su madre, que tenía prefencia por Jacob urdió el asunto.
Entonces las familias eran muy numerosas y al morir el padre el único que heredaba las tierras y bienes era el hijo mayor, que llegado el momento y sin reparos, expulsaba de su casa a toda la perentela que tenía que salir como Dios los trajo al mundo, con una mano adelante y otra atrás. Del oriente Antioqueño fueron muchos los que partieron en busca de futuro y fundaron en su camino asentamientos que ahora son grandes ciudades y pueblos.
Podemos hacer un gran paralelo con los tiempos de Isaac, recordemos la tumbada que le dió Jacob a su hermano Esaú, viendo que a la muerte del padre el heredero era Esaú como hijo mayor, Rebeca su madre, que tenía prefencia por Jacob urdió el asunto.
Así que Esaú salió de caza, Rebeca entró a los aposentos del moribundo Isaac que estaba ciego, le dijo que ya entraba su hijo mayor para que lo bendijese y le diera su heredad, Rebeca antes le había dicho a Jacob que se cubriera con una piel de cordero que usaba Esaú cuando iba de cacería, así lo hizo y entrando este al cuarto de su padre moribundo Isaac le dijo: ¿Eres tú Esaú?, y Jacob respondió: - Si, soy yo.
Isaac dijo: Acércate, y palpándolo creyó que tocaba a su belludo hijo Esaú. - Tu voz es de Jacob, pero tu olor es como el olor de mi hijo Esaú, como el olor del campo que Jehová a bendecido. Claro que Esaú ya le había vendido su primogenitura a su hermano por un plato de lentejas, mucho tragaldabas. Esta coincidencia cultural evidencia que a nuestras tierras en la época de la colonia llegaron muchos judíos que perpetuaron sus costumbres.
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