sábado, 13 de abril de 2013

MIRANDO POR LA PERSIANA


“Vivid y dejad vivir”

Un automóvil rojo se detiene en una calle del barrio a la dos de la mañana, una leve llovizna empapa el oscuro pavimento y le da un aspecto de espejo en el que se reflejan las luces de la luz pública.

Se apaga el motor y las ventanillas permanecen cerradas y empañadas. En las casas del vecindario todos duermen, ¿Todos?  No, una persiana se deforma y un ojo tras ella lucha por ver a quienes han llegado en el coche, igualmente tras la trinchera de esa ventana espía unos oídos se aguzan tratando de escuchar las voces casi imperceptibles de los ocupantes del vehículo.

Esta es una escena común en cualquier pueblito o ciudad del mundo,  igual puede ocurrir en Nueva York o en Titiribí, la curiosidad enfermiza y el morbo de mirar y escuchar clandestinamente lo que no nos importa es un deporte nacional y la madre de todos los chismes.

Finalmente la imaginación armará una historia fantasiosa y al día siguiente habrá varias versiones del acontecimiento observado desde varias ventanas vecinas.

Doña Lola casi no pudo conciliar el sueño, ansiosa por contarles a sus amigas lo que creía haber visto en cuanto despuntara la luz del día.

El despertador mostraba las seis de la mañana cuando activó su bip electrónico. Se sentó al bode de la cama para acomodarse las chanclas que estaban en el piso como todos los días esperando a  sus reumáticos pies. Bajó las escaleras  tan rápido que estuvo a punto de caer cuando se le enredó su vieja levantadora de satín blanco en uno de los adornos de las barandas metálicas.

Tomó el teléfono mientras organizaba sus ideas para armar la historia de modo interesante. Estaba segura de tener la exclusiva y convertirse, por algún tiempo al menos, en la mejor comunicadora de su grupo de croché.

Marcó el número de su amiga Pepita en el disco de su viejo teléfono Ericson, 2…, 5…, 3…., y así hasta terminar los eternos pulsos.

Doña Lola frunció el seño al escuchar el triste sonido de la línea ocupada. Debí marcar mal, se dijo, y volvió a girar el lento disco: 2…, 5…., 3…

De nuevo el tono de ocupado. Decidió preparar mientras tanto un tinto para calmar sus nervios y luego volvió a llamar a Pepita. Que le diré, que le diré, pensaba Doña Lola; de seguro nada bueno estaba ocurriendo dentro de ese auto rojo.

Aparcarse a esa hora de la madrugada había sido muy sospechoso, típico de los hombres que salen con mujeres casadas o de… ¡Qué horror!, hombres casados que salen con otro hombre, doña Lola se persignó y prefirió desechar esa última conjetura tan espantosa.

El teléfono de Pepita continuaba dando tono de ocupado, ya era la quinta llamada y el tercer tinto.

 – Eh avemaría, que mujer para hablar por ese aparato dijo en voz alta con tono de enojo.

Doña Lola se sirvió el desayuno cuando eran casi las 11 de la mañana y luego salió al patio a regar sus plantas. Que le diré, que le diré. Esos vidrios tan empañados pudieron ser señal de algo no muy sano, este mundo está perdido. Y que tal que fueran terroristas planeando algún atentado, que horror.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el timbre del teléfono.

– Aló…
- Hola Lola, como te va
- Hola Pepita, te estaba llamando desde hace rato, te tengo un chisme buenísimo…
- Después me contás, imagináte que hoy me visitaron de sorpresa mi hijo Fernando y su esposa, que susto me dieron, llegaron en su carro desde Cali a las 3 de la mañana.
- Oh…, que bueno querida. ¿ y qué carro tiene Fernando?
- Yo que sé querida, no distingo esos cacharros, es un auto rojo muy bonito, hasta te trajeron unos detallitos pero les dio vergüenza tocar tu puerta tan temprano.
¿Y qué era lo que me ibas a contar?
- Ya ni recuerdo, alguna bobada seguro, Que bueno la visita de Fernando, a esas horas en las que llegó de Cali yo estaba en el quinto sueño, ahora paso por los detallitos, Que lindo tu muchacho, Hasta luego querida, chao.

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