Era el orgullo de nuestro patio, Ahí nació y creció. Nunca supe quien lo plantó ni cuando, solo que ya estaba el día que llegamos y nos dio la bienvenida con sus frondosas ramas.
Nos regaló por mucho tiempo sus dulces frutos y nos deleitó con el delicioso aroma de sus azahares, hermosas florecitas blancas que las abejas visitaban con visible alegría para beber su néctar. Muchos pájaros construyeron en él sus nidos e incontables mariposas le depositaron sus huevos de los que surgían luego las larvas que inesperadamente se envolvían cual momia egipcia formando plateadas crisálidas que pendían de las ramas semejando adornos navideños. Finalmente surgían de ese curioso envoltorio mariposas monarcas, chapolas y hasta las mariposas amarillas de Macondo.
Bajo sus ramas, al abrigo de su sombra, muchos libros leí y muchas siestas tomé. Llegó a ser mi amigo, que digo, mi hermano. Nos dio felicidad y creo que fue feliz con nosotros.
Acompañó los juegos de los niños y les prestó sus ramas para que colgaran de ellas los globos de colores en los días de cumpleaños y piñatas. Muchas navidades y años nuevos le tocó trasnochar con el ruido del jolgorio de las fiestas.
Fue testigo de mis primeras canas, de mis alegrías y de mis tristezas. Como no querer a un árbol que nos acompañó por tanto tiempo, que fue parte de nuestra vida.
Un día al despuntar el alba su sabia había dejado de fluir, sus hojas estaban cerradas y comenzaban a caer formando en el piso un tapete de hojas muertas que caían como si fueran las lágrimas de un amigo que parte y siente dolor al dejarnos para siempre.
Es que los árboles también mueren dejando un vacío en nuestra alma, Se mueren dejando el tronco seco en el que vivió su alma.
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Ahora luce como una escultura. Mayo 6 - 2013 |
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