Una era la Ana Díaz que aún tiene buen trayecto descubierto aunque ya por la contaminación no alberga vida. De las otras dos nunca supimos si tenían nombre, menos ahora que han desaparecido cubiertas con concreto y que se supone corren debajo de las casas de la urbanización Santa Mónica.
Algunas veces cuando caían aguaceros fuertes, la quebrada Ana Díaz se crecía de tal forma que se convertía en un río que al desbordarse causaba muchas veces destrucción y muerte.
corroncho |
Los renacuajos que teníamos en frascos iban creciendo por lo que los devolvíamos a la quebrada antes de que se convirtieran en ranas. Los peces de colores si duraban bastante a pesar de que los alimentábamos con trocitos de pan, (alimentación nada apropiada para ellos).
Había una especie de pececitos plateados que crecían bastante y se reproducían si poner huevos, veíamos cuando sus crías salían directamente de su abdomen en grandes cantidades.
Los niños de mi época estábamos en bastante contacto con la naturaleza y éramos muy felices con ella. El juego más moderno que podíamos tener entonces era una el view master para visualizar las fotos en 3D que venían en discos de cartón, además el visor era de baquelita pues el plástico aún no existía.
El fútbol callejero con pelota de letras no faltaba luego de la salida de la escuela, ni la guerra libertada ni el escondidijo, fueron años inolvidables.
Al pasar el tiempo siendo ya adolescente comencé a estudiar el Instituto técnico Pascual Bravo, institución que recuerdo con mucha gratitud por la calidad de su enseñanza. Allí un día descubrí que a pesar de haber jugado con tanto renacuajo nunca había tenido en mis manos una rana o mejor dicho un sapo de esos gigantescos y llenos de verrugas.
Resulta que en una clase de biología se llegó ese desdichado día en el que a la profesora se le ocurrió que era tiempo de hacer una disección, nos ordenó que saliéramos a las mangas aledañas de la institución que estaban llenas de lagunas, y claro de sapos. Debíamos regresar cada uno con el correspondiente sapo para destriparlo vivo y ver su interior en funcionamiento.
Eso me causaba horror, más el fastidio que me producía el solo imaginar tener entre mis manos un gigantesco y baboso batracio. Todos, uno a uno capturaban su presa y regresaban a la clase hasta que quedé solo entre esos helechales rodeado de los cantos que emitían las ranas y si poder ver ninguna.
Me cogió la tarde y tuve que regresar a la clase con las manos vacías a contemplar la masacre de ranas. Di gracias a Dios no haber encontrado ninguna y así evitar participar de esa cruel carnicería. Ahora cuando voy al campo gozo al ver a las ranas croando libres y lejos de las clases de disección. Y hasta me atrevo a agarrar algunas pues ya las veo hasta bonitas.
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